Ya estoy en el aeropuerto, de vuelta del Salón. Ha sido el Salón de la crisis, en los periódicos no paraban de hablar de las restricciones del crédito, de la fuerte caída de las ventas de coches nuevos y de las turbulencias de los mercados.

Aun así, no sé muy bien por qué, mi sensación en París es que había optimismo. O inconsciencia. O falta de credibilidad.

En los discursos de presidentes y responsables de todas las marcas a los que he escuchado se ha hablado de futuro, de reducir las emisiones de CO2, de coches eléctricos y de pilas de combustible.

De la crisis, en cambio, de cómo afrontarla, de una estrategia para un mercado muy difícil en Europa y América, no he oído ni una palabra. La crisis no ha existido en el Salón en el discurso oficial. Y no se hablaba de otra cosa en los corrillos fuera de los estrados.

Ni arriba ni abajo he oído nada de estrategias para afrontar la crisis. Nadie la esperaba de esta magnitud. Ha explotado en las manos de todos, sin ningún plan concreto para afrontarla. La maquinaria de la industria del automóvil es lenta, con muchos años de planificación, que no permite giros rápidos.

La única medida es recortar costes todo lo posible. Un resumen de lo que he percibido como estrategia podría ser: apretarse el cinturón y rezar.

Paréntesis

Aeropuerto Charles De Gaulle

En el aeropuerto de Charles De Gaulle, Terminal 2B, de vuelta a casa en compañía de bajo coste, mientras escribo esto, un abuelo les está contando a los niños el trabajo de la excavadora que se ve por detrás del ventanal. Con perfecto acento inglés el abuelo y los niños, los pequeños preguntan y el abuelo les va contando lo que cree que está haciendo la máquina imponente.

Llevan más de 20 minutos viendo cómo la pala quita tierra de un lado para ponerla en otro (no sé lo que hace, porque yo no estoy mirando). Los niños están fascinados y el abuelo también. Me han recordado a cuando yo era pequeño y podía pasarme horas viendo los trabajos en una obra.