Si las personas pudiéramos desplazarnos a velocidad infinita por la superficie del planeta, se acabaría el hambre en el mundo. La velocidad es riqueza. Con velocidad infinita, se aprovecharían mucho mejor los recursos naturales. Se podrían trabajar todas las tierras cultivables del planeta, independientemente de dónde se encontraran. La mano de obra podría desplazarse a cualquier parte y regresaría a dormir plácidamente a su lugar de origen. Desaparecerían los núcleos urbanos como hoy los conocemos, no existirían las desigualdades entre zonas bien y mal comunicadas o entre zonas con o sin acceso a los medios de producción. Que la velocidad infinita sea imposible es otra cuestión. (Si fuera posible, colonizaríamos el universo después de esquilmar la tierra)

La velocidad es riqueza, siempre que el coste de desplazarse a cualquier velocidad no sea más alto que el beneficio que obtengamos. La velocidad infinita eliminaría el hambre, siempre que no consumiéramos más energía en desplazarnos hasta un árbol remoto para coger una manzana que el aporte energético que nos diera esa manzana. La velocidad tiene un coste y unos beneficios. Hay que tratar de minimizar sus costes y de potenciar sus beneficios.

Gracias al automóvil, el comercio experimentó un rápido crecimiento después de la segunda guerra mundial. Antes ya existían trenes, pero no daban, ni dan, la posibilidad de llevar la velocidad a todos los puntos del planeta. Tampoco la dan los aviones. De todos los medios de transporte que conocemos, los camiones, coches, motos, helicópteros y poco más permiten llevar una velocidad elevada a muchos lugares del planeta. Dan esa facultad de desplazarse a alta velocidad a un coste razonable.

Lo ideal, para la economía y el bienestar de los ciudadanos es que, a igualdad del resto de factores, esa velocidad sea lo más alta posible. Cuanto más alta, mejor para todos los ciudadanos. Al menos, eso sería así si la velocidad no tuviera costes. Pero los tiene: en particular, el consumo energético, las consecuencias ambientales y los accidentes de tráfico.

Como hay costes, es necesario crear una tensión entre los factores opuestos para establecer un equilibrio de eficiencia máxima. El mejor punto intermedio entre la vida que crea la velocidad y la vida que destruye. El objetivo de cero accidentes es una aberración. Si se consiguiera, tendría un coste en vidas mucho más elevado que cierto número de accidentes. Podríamos hacer lo mismo con los cuchillos. Como hay quien los utiliza como arma, vamos a legislar para que los cuchillos sean romos. Todos viviremos peor, tardaremos tres horas en cocinar y tres más en comer, pero no habrá muertos a causa de los cuchillos de cocina. Que los cuchillos estén mal afilados es obviamente una estupidez. Los cuchillos tienen que cortar lo mejor posible. Lo mismo sucede con la velocidad. Tiene que cortar lo mejor posible.

Al ser humano le conviene utilizar los medios de producción de la forma más eficiente que conozca. Le conviene buscar el mejor punto de equilibrio entre su rendimiento y su coste. El automóvil es un medio de producción. Y más en España, donde el turismo tiene tanto peso en la economía. Reducir la velocidad media de circulación en las carreteras españolas tiene un coste en el PIB. Los atascos son una ruina. También es costoso limitar la velocidad a 120 km/h en algunos tramos de autopista en los que no hay accidentes. Deberíamos estar obligados a tensar la cuerda. Que perdamos menos horas en el tránsito es riqueza. También es vida. Ya nadie cruza el atlántico en barco, salvo por placer u obligación laboral. Reducir los accidentes mediante la reducción de la velocidad es demasiado sencillo. Podemos reducir más la velocidad y reduciremos más los accidentes. Obviamente no es una solución, porque moriríamos de hambre.

Los coches actuales tienen unas medidas de seguridad activa (las que permiten evitar accidentes) infinitamente mejores que las de los coches de hace cuarenta años, cuando se establecieron los actuales límites de velocidad. También consumen y contaminan menos. Ahora, en algunos tramos de autopista se podría circular a 160 km/h con más seguridad de la que se circulaba hace 30 años a 100 km/h. En otros lugares, por el contrario, es imprescindible limitar la velocidad a 40 km/h.

Tenemos que intentar aumentar la velocidad media actual de las carreteras y reducir a la vez los accidentes de tráfico. Tenemos una cuerda laxa, porque cede siempre por el extremo de la velocidad. En algunas autovías el límite de 120 km/h es casi un lujo, porque la limitación a 80 km/h aparece casi en cada bajada, casualmente cerca de un radar.

Necesitamos una normativa creíble. Algunos límites actuales de velocidad resultan ridículos. Muchos conductores, que también querríamos reducir los accidentes, pero no a cualquier precio, no nos explicamos por qué motivo tenemos que ir a 120 km/h en una recta, con tres carriles por banda, cuando no hay nada de tráfico. Esa ley hace llegar más tarde, sin dar nada a cambio. Tensar la cuerda puede suponer un incremento de accidentes a corto plazo. Encontrar el equilibrio no es sencillo. Pero destensarla no es la solución. Poner límites de velocidad absurdamente bajos es una medida sospechosamente fácil. Basta con endurecer las penas, incrementar la vigilancia y rentabilizar a corto plazo el mayor coste con mayores multas. Parece una operaciónd e suma cero, pero es mentira. Si no tuviera coste reducir la velocidad, podríamos detener todos los coches sin arruinar el país. La cuestión está en determinar cuánto coste estamos dispuestos a pagar en ambos sentidos. Tensar la cuerda, buscar el equilibrio de fuerzas.

Cuando se acostumbra a los ciudadanos a que las normas son ridículas, dejamos de hacerles caso por un impulso racional. Para un conductor español es chocante viajar por Alemania. En algunos tramos de algunas autopistas la velocidad no está limitada. Se puede circular a la velocidad que cada uno considere razonable. En otros lugares, incluso en la misma autopista, si hay una señal que limita la velocidad a 20 km/h, todo el mundo la respeta. En España da miedo ver la velocidad permitida en algunos tramos señalizados por obras. Se permite circular demasiado rápido en algunos lugares en los que los operarios están a menos de dos metros del carril por el que circulan los coches.

Algunos ciudadanos percibimos que se nos multa con el objetivo de recaudar, no con el objetivo de reducir la siniestralidad. La Guardia Civil detiene a los infractores a la salida de los pueblos para notificarles un exceso de velocidad en el interior del pueblo. Dejan que se recorra todo el pueblo a velocidad peligrosa y lo notifican después. O no les parece peligrosa la velocidad, o les da igual, o no se explica. En algunos pueblos hay instalado un sistema de semáforos que se ponen en rojo si se supera la velocidad máxima. ¿Qué coste tiene esa inversión? ¿Por qué es rentable en unos pueblos y en otros no? ¿Por qué la Guardia Civil está siempre colocada en los pueblos en los que no hay ese sistema de semáforos, pero nunca avisa con antelación, para proteger, si es necesario, a los ciudadanos del pueblo?

Los coches actuales tienen unos sistemas de seguridad excelentes. Desconocidos hace diez años y que permiten incrementar tanto la seguridad para evitar accidentes como las consecuencias de un accidente. Esos elementos de seguridad están gravados con el IVA y el impuesto de matriculación correspondiente. Eliminar la fiscalidad de esos elementos supondría un descenso de recaudación y un ahorro enorme para el Estado y sus ciudadanos. Los accidentes reducen riqueza. Dan trabajo, pero destruyen capital.

Los conductores tenemos mucha responsabilidad en los accidentes. Tenemos que tomar conciencia de que conducimos mal. Conducir bien abarca desde cuidar el coche a colocar bien el asiento y agarrar el volante de forma correcta; desde mirar bien por el espejo retrovisor a valorar cuál es la velocidad adecuada en cada punto; desde manejar el volante con precisión y sin brusquedad a ponerse el chaleco al bajar del coche en carretera y señalizar bien la detención. Conducir bien también es conducir sin miedo.

Conducir con miedo al accidente incrementa el riesgo de accidente. Cuando conducimos, debemos tener la seguridad de que lo tenemos todo controlado, porque tomamos todas las medidas necesarias para que nada ocurra. Antes de salir hay que ser consciente de que la probabilidad existe, de que hay que colocarse bien el cinturón y el reposacabezas, de que no se puede llevar a los niños sueltos ni cien metros y de que las cosas deben estar guardadas en el maletero, bien ordenadas. Todo atado y colocado para que si se produce un accidente nada ni nadie golpee a nadie. Pero, deberíamos conducir con la seguridad de que el accidente no se va a producir nunca. Conducir con miedo es muy peligroso.

El miedo a la velocidad puede hacer más daño que la velocidad misma. Amedrentar a los conductores, asustarlos, no es una buena estrategia para reducir los accidentes.

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(Publiqué este artículo en km77.com en el año 2004. Hace más o menos un año un participante de este blog (que no sé si quiere que lo mencione) me ayudó a pulirlo. Lo recupero ahora porque tiene relación con el artículo «Yo no acuso» que publiqué hace un par de días.