El otro día casi se quedan sin Javier Moltó. Por culpa de una ducha. Portuguesa, por más señas. Fue en la presentación del Nissan Micra, en Cascais.

Su chorro helado me pilló por sorpresa. No esperaba su ataque. Retrocedí, valientemente, pero el enemigo había puesto obstáculos que impedían la retirada. Aunque no me rendí y tropecé, con esfuerzo sobrehumano evité la caída vergonzante. Antes que todo es mi dama.

«¡No me rindo!» grité en la soledad de la mañana, listo para recuperar mi lanza y mi bacina. Casi en el suelo, un arrebato de furia y despertar consiguió erguir mi cuerpo para ver de dónde obtenía tanta fuerza aquel molino sobrehumano parapetado tras una ducha.

Casi vuelvo a caer. En lugar del chorro vertical que yo esperaba, el chorro horizontal de un lanzaaguas perfectamente camuflado me atacó directamente a la cara. Duró frío el instante del despertar. Ya recuperado y casi en el suelo recobré la razón, con la única magulladura de mi orgullo.

Un chorrito de agua de ducha había puesto en un brete al más valeroso de los caballeros que en tierras ibéricas cabalgan. ¡No pasarán!

Plano detallado e ilustrado del ataque y la defensa.

Estos son los mandos de ducha. Aparentemente, arma inofensiva. Dos botones diferentes para enviar el chorro de agua a la ducha. Uno tiene que haberse fijado que hay dos botones y eso no ocurre siempre recién despertado. Pero el enemigo no descansa.
No hubiera ocurrido nada reseñable si la ducha de mano hubiera estado orientada hacia la pared, como es habitual. Quia. Al enemigo ni agua.
La ducha directamente orientada hacia el objetivo. La cara dormida.
En la valerosa retirada, un plano inclinado que no supera ni Sandokán me atrapó en el camino, con la fatal consecuencia de entrar en pérdida, golpearme contra el espejo y patinar sobre el plano inclinado con una fuerza multiplicada por un coseno de «beta» incompatible con el equilibrio.
En el estrépito no hubo sangre, pero sí mucha agua desparramada. Las toallitas de papel situadas en lugar tan estratégico, acabaron empapadas. Y gracias a que el ataque duró sólo unos segundos, hasta que el enemigo fue reducido valerosamente.
El honor incólume, pero el suelo y la toalla que sirve para el reposo del guerrero tras la ducha, enchumbados.