Un amigo, en una reunión de amigos: «Yo soy tolerante hasta con los gays».

A algunos de los amigos nos rechinó.

Nuestro amigo, un tío sensible, inteligente y entrañable lo explicó muy bien: «Qué queréis. Soy mayor y para mí no es fácil. Me educaron para sentir repugnancia por los gays. Me cuesta esfuerzo aceptarlos».

Cierto. La tolerancia requiere esfuerzo.

Yo también soy mayor y también fui educado para sentir repugnancia hacia los gays. Las secuelas de esa educación perduran. Uno no elimina los efectos secundarios fácilmente.

De pequeño, en mi casa, mis padres llamaban invertidos a los homosexuales. Bueno no. De pequeño en mi casa nadie mencionaba la existencia de homosexuales. La primera vez que oí la palabra invertido yo debía de tener unos diez años y pregunté que qué era eso. No recuerdo qué me explicaron. De lo que no me puedo olvidar es del nombre. Me imaginaba a una persona que caminaba boca abajo.

A mí no me generan rechazo los gays o, al menos, si me lo generan se compensa con la atracción que siento por mis amigos gays, a los que quiero. Pero durante muchos años de mi niñez y juventud me pintaron a los gays como seres infames. Conocerlos y aceptarlos es producto de la casualidad, de haber conocido a unas personas gays de las que me he hecho amigo.

El artículo 14 de la Constitución Española dice:

«Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.»

Que esté escrito en La Constitución ayudará a que cambie la educación que recibimos, pero no cambia nada automáticamente.

La tolerancia requiere esfuerzo. ¿Tolero yo a los racistas? ¿Tienen los racistas derecho a pensar y a opinar como racistas? ¿No tengo yo también que hacer un esfuerzo por tolerar sus opiniones?

La primera acepción de tolerar, en el diccionario, es «sufrir, llevar con paciencia». Ser tolerantes no obliga a que nos parezca bien lo que hacen otros. Tolerancia significa que hagamos un esfuerzo por aceptar y no discriminar.

La constitución prohibe discriminar y permite ser intolerantes frente a quienes discriminan por los motivos que incluye el artículo 14. Permite denunciar a quienes discriminan, empresas, organismos públicos y personas.

Pero, ¿debiéramos ser tolerantes con quienes consideran que discriminar es beneficioso para la sociedad? ¿Debemos afearles su forma de pensar o debemos convencerles?

Lucho contra el machismo, contra la homofobia, contra el racismo, contra la intolerancia ante las creencias y ausencia de creencias religiosas. Intento convencer a machistas, homófobos, racistas y fanáticos religiosos de que su forma de pensar nos perjudica a todos, a ellos también.

Los gays, los heterosexuales, los fanáticos religiosos, los no creyentes, los de cualquier raza… A todos nos beneficia tolerar que haya personas a las que no les guste nuestra condición. Es muy lógico que haya personas homófobas. También tenemos que tolerarlas a ellas. Y machistas y racistas y fanáticos religiosos de diversos dioses. Estas creencias y puntos de vista seculares no se terminan con un cambio de régimen y con una Constitución.

A todos nos conviene ser pacientes con quienes tienen que hacer mucho esfuerzo para entendernos, con quienes tienen acaso más prejuicios que nosotros, con quienes ponen límites estrechos a su tolerancia.

La zona de intersección entre las tolerancias de unos y de otros es la que nos permite vivir en armonía. Ser machista, homófobo y racista no es punible. Por tanto, la tolerancia cero para estos casos significa poco. Ser machista o homófobo es tan legítimo como ser feminista y «gay friendly».

Nos conviene ser tolerantes con las secuelas que padecemos todos. Cuanto más lo seamos, mejor viviremos en sociedad.

Esa tolerancia es perfectamente compatible con luchar por una sociedad en la que ninguna condición se considere estigma. Aunque dudo de que el ser humano tengamos capacidad para llegar tan lejos.