Si en el cuerpo de Pedro Sánchez estuviera mi cerebro, el objetivo principal que tendría Pedro Sánchez es suturar la fractura que divide a la sociedad española. Los españoles vivimos enfrentados como si de un Madrid-Barça se tratara. La rivalidad y la agresividad en la sociedad es enorme. Una lucha de clases ficticia, porque los enfrentamientos son normalmente entre personas de la misma clase.

No sé dónde radica el origen de este enfrentamiento, que es histórico. No sé si tiene que ver con nuestra forma de ser, con el clima, con nuestra pasión por la rivalidad o por algún atavismo poco estudiado. Todos estamos convencidos de estar en posesión de la verdad absoluta y no dudamos de que los que piensan de forma diferente a la nuestra siempre lo hacen por maldad, por ignorancia o por egoísmo rancio y cortoplacista. Es posible que en otros países ocurra lo mismo, pero, a nosotros nos debe preocupar este país.

La división, o conmigo o contra mí, la violencia verbal e incluso física en los gestos, no tiene justificación alguna, porque la inmensa mayoría pertenecemos a la misma clase, a la clase trabajadora, por cuenta propia o por cuenta ajena, con dificulatades para llegar a fin de mes.

Y, además, tenemos que convivir. Estamos obligados a convivir. En el ascensor, en el metro, en el supermercado, paseando por la acera o circulando en coche. Todos tenemos familiares que piensan de forma diferente a la nuestra, personas a las que tenemos cariño y con las que preferimos no hablar de política para no tener enfrentamientos. Es sorprendente, porque discrepar enriquece, conocer otros puntos de vista bien argumentados ayuda a pensar más y mejor y a caminar juntos en el descubrimiento de ideas mejores para todos. Sin embargo, ese tránsito en búsqueda de la mejora parece inviable. O conmigo o contra mí.

Yo me considero radical de derechas y radical de izquierdas. Radical de derechas porque considero que el mercado perfecto es una herramienta magnífica, sin parangón, para mejorar la competitividad. El mercado perfecto es imposible, porque la información nunca es simétrica y la competencia infinita una quimera. Pero un buen mercado, un mercado con buena información y con elevada competencia, es una herramienta muy poderosa. El problema es que esos mercados son escasos. Normalmente, ni la competencia es amplia ni la información suficientemente compartida. Por ello, es imprescindible un Tribunal de la Competencia que vigile y denuncie y una ley que regule cuando el mercado no tiene el nivel de perfección mínimo.

También me considero radical de derechas porque considero que la competencia es muy beneficiosa para mejorar los procesos y las empresas y por tanto es beneficiosa para los ciudadanos, que podemos disfrutar de esas ventajas cuando se consiguen. La competencia forma parte del mercado, pero la separo para recalcarlo.

Otro motivo por el que ahora se me encuadra en la derecha es mi defensa de la austeridad (cuando yo era joven y Pedro Sánchez acababa de nacer, ésta era una bandera de la izquierda). Defiendo la austeridad porque el consumo empobrece. Genera rentas, pero devora la riqueza. El consumo, el déficit presupuestario desbocado, es pan para hoy y hambre para mañana (odio las frases hechas, Pedro Sánchez, te pido disculpas mientras utilizas mi cerebro por escribir ésta. Pero no encuentro otra más gráfica y breve).

Soy radicalmente de izquierdas porque estoy absolutamente en contra de los privilegios de cuna y de los privilegios en general. Y también porque estoy firmemente convencido de que una sociedad fuerte es una sociedad que cuida a los débiles. Y en una sociedad hay muchos tipos de débiles.

Sin embargo, también tengo claro que cuidar a los débiles entraña peligros. Es relativamente sencillo hacerse pasar por débil. La sociedad del bienestar, tal como la conocemos ahora, es inviable y por tanto tenemos que ser muy selectivos (pero mucho) con la forma en la que destinamos los recursos para proteger a los débiles. Muchas personas no débiles reclaman protección, en perjuicio de los débiles verdaderos.

Las personas «de derechas», en general, califican a las de izquierdas de ignorantes, bobaliconas y utópicas. Las personas de izquierdas encasillan a las de derechas en el monopolio de los privilegioss, el egoísmo rancio cortoplacista y en el aprovecharse del prójimo.

Todo son estereotipos y prejuicios. La realidad no tiene nada que ver con esos clichés que tanto abundan. No hay superioridad moral ni intelectual de un bando o de otro. Muchas veces los fines son hasta parecidos, lo que diferencia más son lo métodos.

Claro que en España hay clases. Está la clase de quienes tenemos calefacción y la de quienes no tienen calefacción. La clase de quienes no tenemos problemas para alimentarnos y la clase de quienes sí tiene problemas para alimentarse. La clase de los ricos muy ricos no es una clase. Es un grupúsculo reducido, que no perjudica a nadie, aunque muchos piensen lo contrario.

Lo único que perjudica a los demás el es consumo, porque los recursos son escasos. Acumular dinero no perjudica a nadie. El dinero, paradójicamente no es escaso. Por eso, sólo sirve para caprichos. Lo que es escaso es la riqueza, que tiene poco que ver con el dinero en propiedad de unos y de otros. Estos ricos, que tienen tanto dinero, poco pueden hacer con él. Por ejemplo, no pueden dormir en dos camas una noche, no pueden calentearse con el doble de calefacción, no pueden cenar dos veces. construir casas y palacios puede ser una inversión o un consumo disparatado. Ir a esquiar en avión, un derroche insopo9rtable para el planeta. Pero que dejaran de hacerlo y que repartieran el dinero no serviría para que hubiera más gente con calefacción. el reparto de las rentas no es reparto de riqueza. (Disucsión larga y difícil que sólo apunto).

Izquierdas y derechas están plagadas de estereotipos. Pero nos pegamos unos y otros porque estamos en posesión de la verdad y nos afiliamos a un partido como quien se hace socio de un club de fútbol y lo defiende hasta la muerte, por mucho que cambie el entrenador y todos los jugadores. Ser de un club de fútbol es en realidad ser socio de cuatro paredes, porque el resto cambia constantemente. Con política ocurre algo parecido. Nos adherimas a una ideología o a unas siglas y el resto de siglas son el enemigo.

Si Pedro Sánchez llevara mi cerebro durante unas horas, se esforzaría como nadie en coser esta grieta que nos separa a unos y otros y que se agranda y ahonda. No sólo la grieta de izquierdas y derechas. También la de los independentistas y de los unionistas. Todas las ideologías, las creencias y la ilusiones tiene que poder ser defendidas por todos los ciudadanos, sin que hacerlo suponga un estigma.

Pedro Sánchez tiene una oportunidad única. La forma en la que ha llegado a la Moncloa se la brinda. Necesita del apoyo de todos los otros partidos para construir en beneficio de todos. Si lo sabe gestionar (mejor con su cerebro que con el mío), si él quiere y si los demás le dejan. Si no hacen todos una política pensando únicamente en el beneficio de su equipo, de su partido, de sus siglas, tenemos una oportunidad histórica para acercar y no alejar, para suturar y no herir, para abrazarnos y no apuñalarnos.

Para suturar y para confraternizar es necesario realizar gestos y tomar medidas.

Lo primero, son los gestos. Las medidas, para que de verdad unan y tiendan puentes, deben de ser trabajadas con todos. Pero los gestos son unilaterales.

Aunque a mi juicio es beneficioso para nuestro país que el gobierno del PP haya sido derrotado en el Parlamento (en cualquier país democrático, una sentencia como la del caso Gürtel obliga a castigar políticamente a un gobierno si no dimite), también estoy convencido de que en el gobierno del PP había buenos gestores. ¿Es necesario desaprovecharlos? ¿Es imprescindible formar un gobierno totalmente nuevo, sin aprovechar a nadie de los que había?

Al contrario de lo que dicta el instinto, aprovechar a algunos de los buenos gestores del gobierno anterior supondría una muestra de fortaleza y no una muestra de debilidad. Tras unas elecciones en las que un partido resulte claramente ganador parece más difícil mantener a parte de un gobierno anterior. Sin embargo, en la situación actual, sería un gesto que supondría un primer paso en el buen camino de la concordia y el entendimiento, porque todos los ciudadanos somos de primera, tanto los que votamos a un partido como los que votamos a otros y tanto los que tenemos calefacción como los que no la tienen.

Estoy seguro de que también sería bueno incluir en el gobierno a algún representante de Ciudadanos y de Podemos y de otros partidos. Por muchos motivos. Todos estamos en el mismo país y todos nos tenemos que entender con todos y entre todos.

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Espero que sean falsos los artículos que se han publicado en varios medios en los que se afirma que el PP no va a colaborar en la transmisión de poderes. Si fuera cierto, denotaría una falta de responsabilidad infinita y demostraría que los ciudadanos del país que han gobernado no les importamos un cascabel. Espero que sea mentira y que los gobernantes del PP se esfuercen por realizar una transición excepecional, en beneficio de todos, también de ellos y del PP.