Para acabar el año con un poco de decoro, el último fin de semana he ido a ver dos obras de teatro. Una el sábado y otra el domingo. Las dos en salas pequeñas, llenas de público. El teatro es caro. Cuesta lo que un libro o más, cuesta tres o cuatro veces lo que un película en el cine, o tres o cuatro combinados de ginebra con tónica, por combinar algo. Quizá sea mucho dinero, pero no estoy seguro de que sea caro. Todo depende de lo que director y actores hayan preparado para uno. Este año he ido a ver pocas  obras. Algunas no merece la pena mencionarlas. Otras sí, como La vida es sueño, con Blanca Portillo en el papel de Segismundo.

El sábado 29 vi La Anarquista, de David Mamet, con Magüi Mira y Ana Wagener.  Me dio la impresión de que Magüi Mira empezó poco concentrada. Casi al inicio, su oponente en el escenario, Ana Wagener, sólida durante todo la obra, le preguntó algo así como «¿revolución o paciencia?» (No estoy seguro de si fue revolución u otro sustantivo. Paciencia lo tengo seguro). La respuesta de Magüi. Mira fue casi automática, como aprendida de memoria. Una pregunta así, realizada de improviso, no tiene una respuesta automática, por muy pensada que la tengas. Fue para mí un instante de despiste. Porque después las dos actrices estuvieron colosales y bordaron, tejieron, se apuñalaron y hasta se quisieron sobre un texto de mucha calidad. Un texto y una actuación que merece el precio de la entrada. El público aplaudió con entusiasmo durante muchos minutos.

El domingo 30 vi Lúcido, una obra de Rafael Spregelburd. No estoy seguro de cuál era la intención Amelia Ochandiano con esta obra, pero sí sé que se trata de un texto que puede resultar rico y que a la vez es una obra de riesgo. Me parece imposible o muy difícil transmitir lo que yo querría transmitir con ese texto, pero el intento que vi merece la pena.

No había visto nunca a Isabel Ordaz. No conocía de su existencia. Con su magnífico papel consigue darle consistencia a esta obra difícil en la que no sé si la directora tiene siempre claro qué pretende conseguir con ella y que sin Ordaz creo que se deshilacharía. No digo que sea demérito de la directora, porque me parece imposible atrapar el universo de esa obra en un escenario. La valentía de la directora es grande y aplaudo que se atreva a correr riesgos. El público se ríe bastante y no sé si dirección y actores se dejan arrastrar por la posible gracia de algunas situaciones para darle un sesgo gracioso que no beneficia en nada a la obra. al final aplaudieron con ganas. Yo también, especialmente a Isabel Ordaz.

Me interesó ver al final de la representación como Isabel Ordaz se puso durante unos segundos de espalda al público antes de saludar. Me dio la impresión de que se estrujó la cara con fuerza con las dos manos, como para sacarse de dentro al personaje que la tenía poseída, quitando de su cara el maquillaje y la expresión de la mujer que encarnaba.

Cuento lo que veo. No sé nada de teoría de teatro, pero con el exorcismo de Isabel Ordaz contra el espíruto que la poseía y su cara posterior, todavía a medio camino entre el personaje y la actriz, me doy cuenta de que debe haber dos tipos de actores, los que actúan, los que son conscientes de que actúan y los que se dejan invadir por el personaje. No tengo ni idea de qué actores deben ser mejores, pero me apasionaría conocer de ellos mismos sus emociones y retos en las diferentes modalidades.

Cuando vi a Isabel Ordaz arrancarse la careta incrustada en su cara y su mirada vacilante en los minutos posteriores, recordé mi experiencia con la ayahuasca, un potente alucinógeno, y la sensación que me invadía de tener el cerebro dividido. Con la ayahuasca las alucinaciones eran galácticas, universales, grandiosas y a la vez, de forma estrictamente simultánea, mi cerebro era perfectamente lúcido y agudo. Quizá la diferencia entre los actores y la ayahuasca es que en el teatro te sabes la obra de memoria y con el alucinógeno improvisas sin respiro.

La Anarquista hace que nos preguntemos si conviene más la revolución o la paciencia. No tengo la respuesta. Sé que la tentación de la ayahuasca es potente, aunque me temo que está prohibida en España.