Mi compañero del viaje al Círculo Polar Ártico a ver auroras boreales es Víctor Jiménez, un hombre de Tarrasa, o de Terrassa, como se escribe en catalán.

Lo decidí hace ya más de una semana. Me costó decidirme. Recibí muchísimas candidaturas para el viaje. Yo solía decir 67 o 68, sin contarlas, pero lo decía porque perdí la cuenta. Recibí más de 70 e-mails de personas a las que les atrajo el viaje y que en principio estaban dispuestas a venirse conmigo a recorrer casi diez mil kilómetros en tres semanas.

¿Por qué elijo a una persona y no a otra? Ya que ofrecía el viaje, quería que lo disfrutara alguien que tuviera difícil hacerlo por sus propios medios. ¿Qué son los propios medios? Muy difícil de tabular y de obtener un resultado indiscutible. Hubo un chico que me dijo que su discapacidad consistía en su falta de dinero.

Al final, después de muchos días de contestar e-mails de forma compulsiva, con dolor en las yemas de los dedos de tanto escribir, me decidí por Víctor. No les presento a Víctor ahora, lo irán conociendo a lo largo del viaje. De los más de 70 candidatos, seleccioné a diez con los que me reuní físicamente, salvo una excepción, con la que me entrevisté por videoconferencia. De los diez, cinco tuvieron posibilidades reales de venir al Círculo Polar Ártico. Finalmente, Víctor fue el seleccionado, por muchos motivos, alguno tan poco sesudo como que no es muy pesado en el sentido físico del término.

Las personas que quieren a Víctor estaban preocupadas. ¿Por qué? ¿Por qué lo hace?

Yo no me había hecho esa pregunta, que parece sensata. ¿Por qué lo hago? De momento sólo sé que uno puede hacerlo sin preguntarse demasiado por qué. O, incluso, esquivando la pregunta. Finalmente alguien te la plantea a bocajarro y ya no es posible escabullirse.

Este fin de semana de puente he descubierto una respuesta. Pasar las fechas navideñas en el centro de Madrid, donde yo vivo, es desesperante. Hay que buscarse excusas para huir.