Llueve en Madrid, a ratos mucho. Por la calle encuentras vendedores de paraguas. Casi tantos como gotas de agua. Paraguas cuando llueve, abanicos cuando hace calor. Los paraguas tienen mucho mejor mercado. Los venden a tres Euros.  Mejor dicho, tenían buen mercado. He paseado esta mañana y todo bípedo llevaba su paraguas. Me ha sorprendido la cantidad de paraguas que he visto por la calle.

Antes, la venta de paraguas cuando llovía estaba en manos de chinos. Hoy he visto a más africanos que chinos. La oferta se amplía. Antes por tres Euros sólo se vendían paraguas negros, creo yo. Ahora ya los hay estampados. Cualquier día de estos los venden automáticos por cuatro Euros.

Son paraguas fabricados en China y estoy de acuerdo en que no resisten una pequeña ráfaga de aire. Pero llevan varillas articuladas, se pliegan y no ocupan nada, llevan un mástil y un agarrador de plástico. Lo han fabricado en China, transportado al barco, navegado hasta alguna costa Europea, traído hasta Madrid y te lo venden en mitad de la calle, en el centro del chaparrón.

Hay miles que venden paraguas. Creo que todos a tres Euros. No pagan impuestos, pero me da igual. ¿Tres Euros? Ni un canto rodado traído desde China puede costar tan poco.

Adam Smith, lo he contado ya por aquí algunas veces, un genio comparable a Newton a mi entender, previó esta situación, al menos de forma parcial. E hizo la siguiente afirmación (cito de memoria que no tengo el libro aquí): «A todos los ciudadanos de cualquier país les interesa comprar siempre cualquier producto lo más barato posible. Esta proposición es tan evidente que no hace falta demostrarla».

Después emplea todo su libro, «La riqueza de las naciones» (recomiendo la traducción de Carlos Rodríguez Braun para quien no lo quiera leer en inglés) para demostrar esta afirmación y para buscar la forma de conseguir que los precios se reduzcan.

Adam Smith se basaba en esta afirmación para defender la competencia infinita, la supresión de aranceles y de cualquier medida proteccionista. A mi juicio no concibió la posibilidad de comptencia infinita real, sin márgenes, como la que se produce ahora en algunos sectores (internet, por ejemplo). La competencia infinita deja los márgenes en cero, no se producen beneficios empresariales y en ocasiones no se genera suficiente dinero para pagar los salarios. Pero no en una empresa, sino en todo un sector. ¿Cuál es el equilibrio de esta situación? ¿Cómo se podrá alcanzar? No tengo respuestas para estas preguntas.

Es fin de semana y no voy a hablar de deflación (que no estoy yo tan seguro de que sea perjudicial para las economías, pero esa es otra cuestión que hoy no toca, como dicen los políticos de cualquier bando).

Lo único que cuento hoy es mi sorpresa porque un paraguas fabricado en a saber dónde de China, transportado hasta Madrid en barcos movidos por petróleo y vendido al consumidor en el sitio que más lo necesita, el centro de la calle cuando diluvia, pueda costar tres Euros. Ni cuando se compraban en pesetas y en días de sol en pleno verano se ofrecían a ese precio. Así sucede que todo el mundo va con paraguas, todo el mundo es más rico, aumenta la clase media de poseedores de paraguas. Pero como el mercado está copado, ahora tendrán que mejorar la oferta, porque la tasa de reposición es baja. ¿Paraguas automáticos por cuatro Euros?

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Por cierto, ¿Por qué los barcos no funcionan con motores eléctricos alimentados por energía solar y con baterías? O por qué no funcionan con motores muy eficientes que recarguen baterías como los «Range extended». ¿Tendría sentido? Las baterías situadas en la zona inferior del barco le darían estabilidad. Los motores eléctricos tienen mucho par a bajas velocidades. Todo parece encajar. ¿Es demasiado el peso de las baterías para un barco?