Cuando yo estudiaba en la universidad, había un tablón de anuncios. Cuando estudiaba en el instituto, también. Cuando iba a clases de italiano, unos años más tarde, tablón de anuncios. En el gimnasio low-cost al que voy ahora no hay tablón de anuncios, pero les voy a pedir que lo pongan.

Yo nunca utilizo el tablón de anuncios, pero su presencia me hace sentir confortable. Un día el tablón de anuncios cambió. No era así antes, pero alguien descubrió que poner el número de teléfono (fijo, en aquella época no había teléfonos móviles) en varias tiras de cada anuncio permitía arrancar la tira y metérsela en el bolsillo. Alguna vez arranqué una de esas tiras, porque me pareció que me lo ponían tan fácil que no me podía resistir.

Por la noche, cuando llegara a casa, seguro que metí la mano para vaciar los bolsillos y me preguntaría a qué obedecía ese teléfono, si era para clases de guitarra o clases de inglés.

Al instituto que yo iba, y también al colegio unos años antes, venían compañeros míos de clase que vivían «lejos» del instituto. Normalmente venían en autobús, pero si alguna vez uno de ellos venía en coche se organizaba con sus compañeros de localidad para venir todos juntos. En la universidad, un tiempo después, en el tablón de anuncios se ofrecían coches para llegar todas las mañanas desde muy lejos, a las ocho de la mañana a clase de cálculo y compartir los gastos del coche.

A estas alturas de mi vida, cuando me voy a esquiar, suelo compartir coche con mis amigos. Podríamos no ponernos de acuerdo e ir cada uno en un coche (a veces lo hago porque soportar tantas horas dentro de un coche a las mismas personas no siempre es asumible), pero si nos ponemos de acuerdo compartimos gastos, música y conversación.

Con la llegada de internet, el tablón de anuncios y las llamadas de teléfono entre amigos, se han abierto a un grupo de amigos mayor. Se comparten habitaciones, casas, intercambiamos idiomas, informaciones, clases de música por clases de baile, masajes por sexo, sexo por caricias, caricias por compañía y vuelta a empezar.

Los programas de intercambio que ahora se quieren prohibir llevan toda la vida entre nosotros. Ahora se ha cambiado la escala, pero igual que antes eran imparables, ahora también. Pretender prohibirlos no tiene más futuro que intentar comprimir el aire con dos dedos.

Dicen los taxistas, por ejemplo, que no es cuestión de impuestos, que el problema es de seguridad para los pasajeros. ¿Significa eso que si yo tengo carnet de conducir no puedo llevar en mi coche a quien quiera subirse conmigo siempre que yo acepte? ¿Puedo llevar a mis hijos pero no a mi vecino de Murcia?

¿Ustedes, taxistas, se han fijado cómo conducen alguno de ustedes, taxistas? Yo de ustedes no utilizaría ese argumento.

La economía colaborativa, o como queramos llamara ahora a este tipo de economía que se ha practicado toda la vida en mayor o menor escala, es la economía tradicional, la del inicio de los tiempos. Unos cazaban y otros se quedaban a plantar lechugas, todos compartían y se iban a dormir alborotados con los anuncios del tablón cuando todavía no sabían ni escribir.

Nuevo no es. Lo único que es nuevo es la herramienta que permite ponerse de acuerdo. Y con la herramienta cambia la escala. Y al cambiar la escala, puede afectar al cobro de impuestos que necesitamos para esta organización moderna con Estados que necesitan del dinero de todo para mantenerse.

Habrá que revisar el funcionamiento de los Estados, porque lo que sí es imparable es la colaboración entre las personas. Esa colaboración forma parte del propio ser humano. Colaboramos, somos sociables y nos aprovechamos de la sociedad para vivir mejor.

Un juez ha prohibido la utilización de Uber en Alemania, porque es ilegal. Tiene la obligación de prohibirlo si es ilegal. Pero el Estado no tendrá capacidad, a medio plazo, de ejecutar esa prohibición, igual que los Estados no han tenido capacidad de detener las descargas de música, de películas, de información y de que haya ciudadanos que roben fotos de actrices desnudas.

«Las leyes que no pueden hacerse cumplir no son Derecho» decía Rousseau, o eso ponía en un libro que leí una vez y se lo atribuía a Rousseau. ¿qué más da quién lo dijera y qué denominemos Derecho. «Las leyes que no pueden hacerse cumplir son absurdas», digo yo. Las leyes que pretenden prohibir a los ciudadanos vivir como seres humanos, compartiendo y conviviendo, son absurdas.

En algunas ciudades españolas el servicio de taxi está regulado con licencias que además se venden en un mercado secundario y que en algunos casos como Madrid se compran por alrededor de 150 000 euros. Este mercado localmente regulado se ve amenazado porque se ha encontrado la herramienta que permite ampliar el campo de acción de una práctica tradicional. Siempre que he ido a cenar a casas de amigos en Madrid me he preocupado por pasar a recoger otros amigos por su casa. Ahora, en lugar de preocuparme de eso, puedo buscar a un tercer amigo que esté disponible esa noche para llevarnos, que acepte quedarse fuera sin beber y que a cambio le paguemos por la espera. Puede ser que vaya hasta en mi coche.

En el tablón de anuncios del gimnasio al que voy se podrían ofrecer chóferes y choferesas estilizados. Yo les prestaría mi coche a cambio de que me trajesen y llevaran y me dejasen disfrutar de bebidas espirituosas mientras ceno fuera de casa. ¿Habrá alguna forma de impedir que yo fotografíe ese tablón de anuncios con mi móvil y se lo envíe por correo electrónico a todos mis contactos y todos mis contactos lo envíen a los suyos, hasta que le llegue al Papa en el cuarto eslabón?

Le pregunté este verano a José María Marín, presidente de la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia qué recomendaciones daría para liberalizar un mercado en el que los taxistas que han pagado licencias pueden verse sometidos a notables minusvalías.

Me contestó que tienen buenas ideas y que están deseando que el gobierno les pregunte.

¿Que están esperando a que el gobierno les pregunte?

Me cabreó la respuesta, porque: ¿No es la CNMC un organismo que pagamos entre todos los ciudadanos? ¿Por qué tiene privilegios el gobierno (de todos los ciudadanos) con relación a los propios ciudadanos? ¿Qué ventajas obtiene la sociedad de que la CNMC no conteste a estas preguntas hasta que el gobierne les pregunte? ¿Necesitamos una CNMC de los ciudadanos que compita con esta CNMC sumisa y dócil con el gobierno? Grrr. Claro que la necesitamos.

Necesitamos una ley de transparencia grande como un tablón de anuncios y que los organismos e informes públicos pasen de mano en mano tanto como las ofertas para ir desde Villalpando hasta Medina del Campo pasando por Tordesillas. Tiempo de comuneros, de competencia y de información.