Los votos de los ciudadanos son todos legítimos. Para algunos parece que quienes votan al PP no merecen ningún respeto y sus votos no deben valer nada en el parlamento. Para otros, ocurre exactamente lo mismo, pero con Podemos. Quienes votan a Podemos y a Unidad Popular (Izquierda Unida) son lo peor y sus votos tampoco pueden servir para nada en el Parlamento. (Más todas las combinaciones intermedias).

Es un enfoque de la política de ganar o perder. El mismo enfoque que se da al Madrid – Barça: el otro es mi enemigo y aquí sólo vale ganar o perder.

Me parece calamitoso que seamos tan torpes y tan bobos. Las personas que votamos al PP y las que votamos a Unidad Popular convivimos todos los días en la calle, en la familia, en la comunidad de vecinos. Tenemos que aprender a organizarnos en nuestras propias familias, sin quemar los muebles, con las diferentes opiniones de unos y otros y tenemos que hacer la compra, ir al trabajo y hasta tener sexo si hay dos minutos libres. (Bueno, que sea una hora. A disfrutar.)

El Parlamento que salió de las elecciones del 20 de diciembre de 2015 es un Parlamento de los más normal. Es un reflejo poco distorsionado de la sociedad.

Un mapa de España que seguramente se parece mucho al mapa de mi escalera, que es gestionada cada día por el conserje con mucha mayor diligencia que la que muestran nuestros políticos.

Los nuevos políticos, los de Podemos y los de Ciudadanos, se comportan como los viejos políticos de siempre. O conmigo o contra mí. ¡Con Podemos no queremos saber nada!, claman en Ciudadanos. ¡Con Ciudadanos y con el PP no queremos saber nada!, claman en Podemos.

El PP y el PSOE han gobernado así durante los últimas décadas. Cuando ganaba uno borraba del mapa al otro a la menor ocasión. En ellos no sorprende. Que Podemos y Ciudadanos pretendan hacer lo mismo da grima. Lo llaman coherencia pero no lo es.

No es coherente porque el gobierno de un país no debiera consistir en ganar o perder. Eso no tiene nada que ver con el acuerdo social, que debe renovarse cada día. Debe tratarse de facilitar la convivencia entre seres humanos diferentes, con sesgos marcados por la mayoría, sin machacar a las minorías. Todos sabemos, o debiéramos saber, que como hay personas que piensan de forma diferente a la nuestra tenemos que ceder en algunos aspectos.

Los votos de los ciudadanos son todos igual de legítimos. Enfrentar a los ciudadanos por lo que pensamos es de una torpeza infinita. En lugar de potenciar el enfrentamiento, uno espera que los políticos sean personas con ideales que ayuden a mejorar la convivencia.

Es desolador que los partidos nuevos, los que venían a regenerar la política, mantengan los mismos comportamientos desde el primer día que los partidos que llevan 40 años turnándose en el gobierno. No se representa mejor a los votantes de cada partido excluyendo al de enfrente. el de enfrente es nuestro vecino y lo necesitamos, como él nos necesita a nosotros.

Los votantes tenemos muchas dudas, votamos con la nariz medio tapada, o de espaldas, o con miedo. Nuestro voto no puede ser un arma para excluir a quienes piensan de forma diferente, sino una herramienta para aprender a convivir.