Ayer hablaba del Financial Times y hoy le toca el turno a La Vanguardia. Me gusta la Vanguardia. Algunos de sus periodistas escriben muy bien, el tratamiento de las noticias me parece cabal y tiene secciones y columnistas buenos.

Sin embargo, el primer editorial de hoy (accesible en internet sólo para suscriptores), titulado: La hora del automóvil, es una muestra de lo que no se debe hacer en periodismo. No se pueden escribir banalidades, ni desinformar.

En un momento del editorial se dice:

(La apuesta del ministro de Industria, Miguel Sebastián, de impulsar la utilización de coches eléctricos o híbridos tiene como factor positivo) «el liderazgo tecnológico que España podría desarrollar en el ámbito de los vehículos eléctricos».

Quien ha escrito esto no tiene ni idea, ni por aproximación, de cómo funciona la industria del automóvil. ¿Cómo podría España desarrollar ese liderazgo? ¿Por ósmosis inversa recontracentrípeta?

También se dice en el Editorial:

«Para que tenga éxito la apuesta por el coche eléctrico que efectúa el ministro de Industria, sin embargo, es preciso que el gobierno establezca los incentivos adecuados y que se involucren intensamente en ella los principales fabricantes, los ayuntamientos y las redes de gasolineras para establecer suficientes puntos de recarga eléctrica»

Esto tiene gracia. ¿A quién puede habérsele ocurrido que hay que llevar un coche a una gasolinera para recargarlo con electricidad? ¿Por qué a una gasolinera y no a una tienda de lámparas?

En fin, un editorial escrito por alguien con poco conocimiento de lo que escribe.

Para que los automóviles sigan siendo útiles a los ciudadanos tienen que contaminar menos (o nada), dejar de hacer ruido y no atropellar ni chocar. El esfuerzo de la industria debe ser obligado por la exigencia de los ciudadanos y de los gobiernos que nos representan. A esa industria hay que ponerle metas alcanzables, razonadas y guiadas por la lógica, no objetivos imposibles que no conducen a nada. Y menos, objetivos disparatados.