No puedo dormir. Leo The Economist.

Leo Hating what you do y me pongo a trabajar, a pensar. Qué remedio.

Gestionar una empresa es una tarea demasiado difícil para mí. Llevo muchos años (¿demasiados?) con responsabilidades de jefe. De diferentes tipos de personas. Hace unos años una de mis frases favoritas era «Soy buen jefe de los buenos trabajadores y muy malo de los malos trabajadores».  Ahora lo digo menos.

Siempre había alguien que  me decía. «Eso es muy fácil».  Es posible que lo sea. A mí me cuesta. Porque un buen trabajador no significa un trabajador fácil.

Soy mal jefe de los malos trabajadores porque me niego a ser policía. Cada minuto que se invierte en una empresa para controlar el trabajo de alguien es una ruina para todos. Ante la duda de si alguien hace bien o no su trabajo, hay que buscar soluciones diferentes al control. Al controlar ya no hay duda, sino certeza, de que se pierde el tiempo.

¿Cómo se consigue gestionar sin controlar? No tengo ni idea de cómo puede hacerse en grandes corporaciones, pero quien consiga hacerlo tendrá una empresa más competitiva.

El reparto de responsabilidades es imprescindible. El principio de de subsidiariedad aplicado a la empresa. Quitar el ojo vigilante de cada proceso.

Convertir a las personas en máquinas es el mayor disparate energético de la humanidad. Es el proceso más ineficiente. La peor conversión posible entre energía potencial y cinética. Una barbaridad. El  «a ti no te pagamos para pensar», que todos los procesos estén pautados y que los operarios se conviertan en robots no puede ser una solución. Es un desaprovechamiento de energía insostenible.

Necesitamos obtener todo el rendimiento de cada cabeza para cada proceso y estimular a cada uno a que mejore cada tarea de su labor. «El demonio está en los detalles» me decía un amigo y no se me olvida. Cada cabeza tiene que estar pendiente de su detalle.

Vamos a pensar en el futuro, en la futura empresa ideal, en la que todos queramos trabajar, en la que sea más competitiva. Porque esa es la empresa que hay que organizar. La idea brilante no está en encontrar tal o cual línea de negocio, sino en definir la organización ideal para cada tarea.