Algunos seres humanos tienen la costumbre en las filas, en las colas, de pegarse al humano que les precede. Se pegan, notas su aliento en la nuca, las bolsas que puedan llevar te van golpeando en las piernas, los bolsos de las mujeres te tocan el culo. Aprietan el espacio como si fuera imprescindible estar lo más cerca posible del mostrador durante todo el recorrido de la cola, aunque la cosa sea lenta, el avance despacioso.

Una vez, en una panadería, había una mini-cola de espera para que nos atendieran de uno en uno. No hay que pedir la vez. La vez está dada. Cuando llegué era una cola como de cinco personas pero cuando me iba a tocar a mí sólo éramos tres. Yo esperaba como a un metro y medio de la señora que estaba siendo atendida delante de mí y por detrás había otra mujer. En el momento en que la señora de delante cogía el dinero del cambio, cuando yo me disponía a avanzar, un hombre que acababa de entrar en la panadería se nos coló por la izquierda, empujando prácticamente a la mujer que salía, a la que yo había dejado hueco.

— Disculpe, me toca a mí.

— ¡¡Pues qué hace tan lejos. No sea débil y póngase donde le corresponde!!

— (…)

El panadero me rescató de mi «atonismo». Esquivando la presencia del señor me preguntó qué quería.

No creo que la cercanía en las colas sea cuestión de agresividad. Estoy convencido de que este hombre había leído un libro de autoayuda que se le atragantó y confundió el pan con las góndolas. Pero sea cual fuere el motivo, a muchas personas les incomoda que se abra distancia con el vecino que nos antecede. No ocurre únicamente en las colas. Algo parecido sucede en los atascos, aunque en este caso sospecho que el motivo sea otro: si dejas mucho espacio por delante, el vecino de fila se meterá indefectiblemente en el hueco que tú dejes y en ese caso en lugar de avanzar tendrías que retroceder si quisieras dejar siempre una distancia abundante.

A mí me molesta atosigar al de delante y que me atosiguen los que vienen por detrás. Me molesta enormemente. Necesito espacio, no veo necesidad para las apreturas. Pero me doy cuenta de que en cuanto dejo alrededor de un metro (en la cola del avión, en la panadería o donde sea) los de atrás se ponen nerviosos y cuanto más espacio dejo yo por delante más se me juntan por detrás.

Hace poco reñí a una pobre niña en un hotel. Estábamos esperando para servirnos café y se me pegó muchísimo. Me estaba rozando continuamente y cuando yo apenas había cogido mi taza apareció su mano para coger la siguiente, rozando incluso mi mano y golpeando ligeramente mi taza antes de retirarla.

— No me empujes, mujer, que no hace falta —le dije con tono seco

— Perdón, yo no le empujado —me contestó con voz dulce y sorprendida. Tendría unos diez u once años y me enterneció. Tenía razón, no me había empujado, sólo me había rozado. Para ella todo era de lo más normal. Quizá lo sea y lo único anormal sea yo, que soy un cascarrabias.