Estoy en Alemania, en Sindelfingen. En el principal centro de diseño de Mercedes-Benz. Esta noche o mañana intento contarlo con detalle, como me lo han contado a mí, para llevarlos conmigo por los diferentes lugares que me han llevado.

Pero ahora no tengo tiempo de contárselo. Estoy esperando al avión en el Aeropuerto de Stuttgart.

Sí me da tiempo para apuntar un detalle, una impresión que he tenido mientras los responsables de diseño de Mercedes nos mostraban diferentes secciones de su departamento.

Los jóvenes que llegan a trabajar a Mercedes, los que realizan aquí sus proyectos de carrera o sus «Diploma» (que no sé exactamente en qué consisten), son quienes presentan los proyectos rompedores. Sus ideas no tienen ninguna posibilidad de convertirse en modelos de calle. A cambio, resultan muy sugestivas.

Los jóvenes llegan sin prejuicios, sin ideas preconcebidas, quizá con la necesidad de hacerse un hueco o de buscar reconocimiento entre los «artistas establecidos» dentro de las empresas.

Picasso decía: «A los 12 años sabía dibujar como Rafael pero necesité toda una vida para aprender a pintar como un niño».

Hay un prejuicio generalizado contra los jóvenes en los puestos de trabajo. Se dice que la calidad de su trabajo es inferior a la de trabajadores con experiencia. No lo tengo yo tan claro. La experiencia aporta valor. La inexperiencia también.