Este fin de semana he ido a Galicia en el Tesla Model 3 (pronto les cuento el viaje de ida y vuelta, el recorrido y las paradas). En Galicia me he movido en el coche de unos amigos mientras el Tesla cargaba horas y horas (unas 40) en un enchufe a 1,5 kW de potencia. Varios de los kilómetros he ido sentado entre sus hijos, Irene y Nico, en el asiento central trasero, apoyado sobre el duro y curvado reposabrazos central. Un reposabrazos que ellos no utilizan nunca.

Yo me peleaba con Irene y Nico para ir en ese asiento, porque no querían dejármelo a mí. Yo les contaba que era por motivos profesionales, que tenía que probarlo, y finalmente me dejaban.

Tengo pocas oportunidades para hacer kilómetros en el asiento central trasero de un coche y, cuando las tengo, tengo que aprovecharlas.

Tanto discutir sobre quién iba sentado en ese lugar incómodo, al final nos dimos cuenta entre todos que el reposabrazos central posterior es un elemento absurdo para muchos usuarios. Cuando los niños van en sillita es un elemento inútil y los adolescentes tampoco creo que lo utilicen nunca.

Recuerdo en un viaje que el director de comunicación de una marca de coches premium me comentaba que sus tres hijos siempre se peleaban por ver a quién le tocaba ir en el asiento del centro. En estas cosas, los más pequeños siempre llevan las de perder.

Lo sorprendente es que la mayoría de marcas no ofrezcan la opción de elegir entre un reposabrazos central y un asiento central más o menos confortable. Desconozco cuál de las dos opciones resultaría más cara de producir ni cuál sería más demandada. Pero a mi entender sería un valor comercial claro.

Especialmente las marcas más caras, con tantísimos elementos opcionales como ofrecen, debieran pensar en las familias cuando venden coches familiares. No tanto por la mayor o menos comodidad de los niños, sino por evitar motivos de disputa.