En km77 siempre hemos sido reacios a hablar de «comportamiento» de los coches. Siempre nos ha parecido que el comportamiento está relacionado de algún modo con la voluntad y no con actuaciones automáticas. Somos quisquillosos con estas cuestiones, o al menos yo lo soy, y prefiero que intentemos utilizar las palabras adecuadas.

Es cierto que la RAE, en la sexta acepción del verbo comportar, incluye un significado de este verbo aplicado a cosas:

6.- prnl. Dicho de una cosa: Funcionar o actuar.

Lo habitual, o lo tradicional, en la prensa del motor y entre los aficionados a los coches ha sido referirse al comportamiento cuando queríamos hablar de reacciones dinámicas en las curvas. Cuando yo era joven, al menos, al preguntar ¿cómo es su comportamiento? nos referíamos siempre a si era subvirador o sobrevirador, rápido o lento de reacciones, si balanceaba mucho o poco en las curvas y si el agarre lateral era alto o bajo. Los frenos y la dirección también formaban parte del conjunto de elementos incluidos en el comportamiento, pero la idea principal que se cobijaba bajo esa expresión se refería a la respuesta en curva.

Nosotros, como digo, en los 20 años de historia de km77, hemos evitado hablar de comportamiento de los coches, aunque seguro que hemos utilizado el término en más de una ocasión porque en estos 20 años hemos escrito mucho.

Lo que me planteo ahora es si no ha llegado el momento de hablar de comportamiento de los coches. A diferencia de las reacciones automáticos de toda la vida de las suspensiones, en la actualidad los coches toman decisiones. Llevan muchos años tomándolas. En algunas reacciones las respuestas son poco elaboradas: cuando un sistema de control electrónico y un procesador determina que una rueda ha dejado de girar mientras el coche mantiene una velocidad elevada, un actuador reduce la presión de frenado en la rueda que no gira para liberarla de la fuerza que le impide rotar y devolverle una velocidad angular que permita mejorar el agarre. Este sistema de toma de decisiones se llama ABS, lleva 30 años funcionando, cada vez con más precisión y eficacia y desde sus orígenes no era una respuesta automática (mecánica), sino una repuesta «procesada», para la que hacía falta un procesador de datos.

Antes que el ABS existían inyecciones electrónicas, que dosificaban el combustible inyectado en los motores en función de diferentes parámetros. Ya eran inyecciones que analizaban datos y que por tanto, podíamos decir que pensaban, o procesaban datos.

Viene todo esto a cuento porque en la actualidad me he sorprendido en más de una ocasión riñendo a un coche. Riñéndolo porque se porta mal, porque se comporta mal.

En muchas ocasiones riño al Tesla de nuestra prueba de larga duración, porque su sistema de control de velocidad adaptativo se porta mal. Especialmente cuando frena sin venir a cuento, porque se confunde. Delante de ti está el carril perfectamente despejado, lo ves con claridad rotunda con tus ojos. En el carril de la derecha hay camiones sí, que ni tienen intención de adelantar ni se les espera, pero el procesador de imágenes del Tesla se confunde y pega unos frenazos de espanto sin venir a cuento. No es que se porte mal, es que se porta peor. Especialmente porque para que gaste menos ni siquiera llevas la función de piloto automático conectada, con el objetivo de conducir con más finura e incrementar la autonomía. Normalmente y salvo para probar cómo funciona la función de «piloto automático», sólo llevo conectado el sistema de control de crucero. Cuando en estas circunstancias frena sin venir a cuento, lo matarías.

No recuerdo haber reñido nunca a un coche en mi vida, hasta fechas muy recientes. Cuando el Tesla o cualquier otro que empiece a decelerar muy lejos cuando te aproximas a un vehículo mucho más lento, no acelera automáticamente al poner el intermitente que indica que vas a superar ese vehículo lento, se me llevan los demonios. «¿Pero tú que eres tan inteligente que ves a 300 metros que ese camión va más despacio no eres capaz de entender que pongo el intermitente para superarlo? Deja de frenar, alma de cántaro».

Nunca le había hablado a un coche porque de repente el pedal del freno se fuera hasta el piso o porque me diera un latigazo inesperado en una curva en la que había entrado demasiado confiado. Pero esa época se ha acabado.

Los coches ya no reaccionan mecánicamente. Ahora analizan datos y toman decisiones. Es decir, piensan y actúan en consecuencia. A veces reaccionan bien y otras mal. No es que se porten mal en el sentido estricto que damos al comportamiento de los humanos, especialmente de los niños. Pero a veces parece que lo hagan a posta para fastidiar. Es decir, a veces se portan muy mal.