Muchas personas están absolutamente convencidas de que es imposible que un motor Diesel sea más limpio que un motor de gasolina. Desconozco el motivo. Son personas que no han investigado nunca con motores, que saben poco o nada de cómo funciona un motor, de qué es la mezcla estequiométrica, de qué es una mezcla pobre, de qué es un catalizador de reducción, de qué son las particulas no quemadas y de sus distintos tamaños, de qué es la inyección directa e indirecta, de cuáles son las presiones internas en los cilindros, el frente de llama, las temperaturas a las que se producen los óxidos de nitrógeno y de no sé cuántas cosas más que influyen en la mayor o menor limpieza de las emisiones de un motor.

A pesar de su desconocimiento, tienen sus prejuicios, o se fían infinitamente de sus fuentes, y están absolutamente convencidas de estar en posesión de la verdad.

En una cuestión puramente técnica como esta, que tiene muchos matices y que depende de muchos factores, esas personas tienen su verdad y no conciben la posibilidad de que puedan estar equivocadas.

Por ese motivo, por su convencimiento de que ellas están en posesión de la verdad, cuando alguien difiere de su verdad, a la que han llegado por un acto de fe, les parece tan claro que su verdad es única y evidente para todo el mundo, que casi nunca piensan que la otra persona pueda estar equivocada (por supuesto, no lo piensan de ellas mismas), sino que piensan que la otra persona tiene intereses personales para defender esa opinión o postura.

Desde que escribí el artículo titulado «Ministra Teresa Ribera, por lo que dicen los expertos, está usted equivocada. No mate el Diesel. Infórmese bien.» he leído muchos artículos en contra del Diesel y también algunos a favor. En todos los artículos que he leído en los que aseguran que los motores de gasolina son menos contaminantes que los motores Diesel (digo todos los que he leído, no todos los que se hayan publicado), afirman que quienes aseguramos lo contrario lo hacemos por intereses particulares. «Es tan obvio que los motores de gasolina contaminan menos —vienen a decir— que quien defiende lo contrario sólo puede hacerlo porque es una persona malvada que antepone sus intereses particulares a los intereses de la sociedad«.

Para mí, es dolorosa esta forma de pensar. Esta idea permanente de conspiración en el debate, que creo que se fragua en el convencimiento íntimo permanente de estar en posesión de la verdad, es muy empobrecedora. Con este modo de enfocar el debate, cuando alguien opina de forma diferente lo hace porque es un malvado. No lo hace porque esté convencido de lo que dice, sino por conspiración, por intereses personales o profesionales. O ambos. No ocurre sólo en este caso. Ocurre prácticamente siempre. La honestidad intelectual del que piensa diferente está descartada.

Yo, por ejemplo, defiendo que el despido sea libre y barato. Y lo defiendo porque estoy convencido de que un despido libre y barato beneficia fundamentalmente a los trabajadores y en especial a las personas más débiles de la sociedad, las que están sin empleo. Un despido libre y barato permite a los trabajadores sin empleo competir cada mañana con las personas que tienen una plaza de trabajo. En la actualidad, quien tiene una plaza de trabajo «fija» (cara de despedir) tiene un privilegio frente a un número amplísimo de personas que no pueden luchar por acceder a esa plaza. Con la actual legislación protegemos a los privilegiados en perjuicio de los más débiles.

Cuando expreso esta opinión todo el mundo me dice que se nota que soy empresario. Es decir, pienso así por mi interés. Conspiro y miento para barrer para casa. ¡Si yo les contara que opino así desde hace más de 30 años, en una reflexión que hice mientras estaba en el paro y que todavía considero válida en general, a pesar de sus riesgos! Pero no escribo hoy para debatir sobre esto.

Puedo estar equivocado con mi teoría dobre la legislación laboral, como con la opinión de las emisiones contaminantes de los motores, como con la convicción de que la ciencia nos aporta una forma de conocimiento superior al de la superstición, como con hacer mía la paradoja de Javons, como con los beneficios de la competencia, o como con miles de cosas más.

Puedo estar equivocado yo y pueden estar equivocados los demás. Pero lo que no pienso nunca es que la otra persona es deshonesta con sus planteamientos. Discutamos sobre las ideas, que son lo interesante, y reclamemos que se expliciten y que se justifiquen, que las estrujemos hasta que sangren, para pensar mejor y para cambiar de opinión cuando estemos equivocados.

Por supuesto que yo puedo estar equivocado con lo que pienso de los motores Diesel y los de gasolina. Entre otras cosas porque yo no he medido nunca nada. Intento entender los motivos y los datos que suministran quienes miden, intento comprender la verdad del funcionamiento del motor, intento entender lo que dicen los expertos que experimentan y si sus explicaciones me convencen las utilizo para contrarrestar opiniones que me parecen sesgadas o equivocadas.

A mí me da absolutamente lo mismo que se vendan más motores de gasolina, más Diesel o ninguno de gasolina y ningún Diesel (si eso me pareciera posible). A mí y a mucha gente que experimenta y que muestra los resultados de las pruebas nos da exactamente lo mismo. ¿Por qué iba a preferir yo que se potenciara un motor más contaminante? Pero incluso si lo prefiriera por cualquier motivo, también puedo ser honesto intelectualmente y abstraerme de mis intereses para intentar pensar correctamente, en beneficio de la mayoría.

Sin embargo, para quien está convencido de lo contrario, si opino que el Diesel puede ser más limpio que el motor de gasolina lo hago únicamente por mi interés particular (Se me escapa cuál puede ser mi interes particular a favor del Diesel, pero ese es otro asunto).

Me da pena. En lugar de abrirme los ojos, mostrarme en qué estoy equivocado, indicarme qué es lo que tengo que estudiar para saber más y para no dejarme convencer por teorías erróneas, quien discrepa de mí me acusa de tener intereses ocultos y cierra el debate de las ideas. Hablamos sobre las personas en lugar de sobre las ideas. Triste.

Titulé que, según los expertos, la ministra está equivocada. Nunca he pensado que la ministra tiene intereses ocultos. También pienso que el equivocado puedo ser yo y por este motivo me duele tanto que el debate sea tan empobrecedor. Puedo estar equivocado y me gustaría darme cuenta gracias al debate para pensar mejor.

Hay muchos debates en los que no tengo opinión formada. No me siento capaz de decidir en favor de una opción o de otra para tomar la decisión que más se adapte al objetivo que se pretende cumplir.

En ese caso, para pensar bien, primero hay que definir el objetivo con precisión. Muchas veces ni siquiera está correctamente definido, pero ese es otro debate.