En Madrid, en una incorporación a la zona central de La Castellana, una avenida muy ancha, el hombre que venía de la zona lateral (flechas verdes) hizo una maniobra perfecta. Por el carril derecho de la zona central (flechas marrones) íbamos un coche delante del mío y yo a una distancia prudencial. Ni cerca ni lejos. Con margen de seguridad suficiente, pero sin dejar demasiada distancia para no entorpecer el tráfico.

El hombre que venía por la derecha, en un carril que accede en diagonal (imagen superior), aceleró para incorporarse en el hueco que existía entre el coche que me precedía y el mío.

Era una incorporación un poco arriesgada, porque a mí me obligaba a frenar ligeramente para que no tuviera que pegarse demasiado al coche de delante. Por tanto la alternativa era que yo frenara, casi de forma imperceptible, porque su coche cabía entre los dos que íbamos por ese carril pero yo me quedaba muy cerca de él, o que yo acelerara, para estrechar el hueco y obligarle a cederme el paso.

El caso es que decidí ayudarle a hacer la incorporación. Ibamos todos muy despacio por La Castellana, levanté el pedal del acelerador ligerísimamente (iba en un coche eléctrico, que al levantar puede retener mucho) y con esa maniobra incrementé el hueco para que se incorporara con más facilidad.

Al hacer la maniobra me preguntaba si el hombre se habría dado cuenta de que yo había intentado ayudarle, o si, por el contrario, él pensaría que me había obligado a frenar. Yo había visto sus intenciones desde muchos metros antes, mientras se acercaba por el carril de incorporación y podía haberle fastidiado la maniobra con un ligero acelerón, maniobra que especialmente en un coche eléctrico es muy fácil. Si yo llego a acelerar, le hubiera obligado a él a frenar mucho, quizá hasta detener el coche.

El caso es que una vez incorporado levantó la mano derecha un buen rato. Mi duda es si me pedía disculpas por su maniobra, que ejecutó perfectamente bien porque prácticamente no me entorpeció nada, o si me daba las gracias porque advirtió que yo había levantado para dejarle más hueco.

Yo en aquel momento lo interpreté como que el hombre me daba las gracias. Y me hizo ilusión, porque durante unos instantes pensé que no me las daría. Pensé que probablemente no se había enterado.

Lo curioso es que me hizo ilusión. ¿Por qué?. ¿Qué más me da a mí que un desconocido se haya percatado de que yo le he ayudado en su maniobra de incorporación? ¿Qué más me da a mí que me dé las gracias o que no? ¿En qué me afecta? Absolutamente en nada (salvo la oportunidad de escribir este blog).

Yo doy las gracias siempre cuando los camioneros me ayudan a adelantar en carretera (ya sin luz verde como contaba Arturo en esta entrada), o cuando alguien levanta para permitirme hacer el cambio de carril que deseo hacer y que indico con el intermitente. Me gusta que me ayuden igual que me gusta ayudar y me gusta agradecérselo y que me lo agradezcan. No sé por qué me gusta que me lo agradezcan, pero es así. Seguramente preferiría que no me afectara en lo más mínimo cuando alguien no me da las gracias y sin embargo me fijo cuando alguien no lo hace. Lo llamamos buena educación. DAr las gracias es de buena educación, pero también puede ser un acto de cinismo. Te molesto adrede y luego te doy las gracias o te pido disculpas.

En ocasiones, cuando alguien hace la maniobra muy bien, como este hombre que se incorporó sin apenas molestar, sin parar su coche (en beneficio de todos, porque un coche que va a 50 km/h y se para y tiene que volver a arrancar inmediatamente supone un derroche de tiempo y de dinero) y sin hacerme perder mucha velocidad a mí, me gustaría bajarme e invitarle a un mosto para celebrar lo bien que lo ha hecho. Me hace más ilusión que hagan bien la maniobra que que me den las gracias. Pero seguramente lo de invitar a un msoto sea excesivo.