En Egipto tienen miedo a hablar. En España tenemos miedo a hablar. En Estados Unidos, en Cuba, en Túnez, en Francia. En las empresas tenemos miedo a hablar, en los gobiernos tienen miedo a hablar, en las calles, en los vecindarios. Callamos por miedo, no por respeto.

En la DGT no se puede hablar con libertad. Según informa el diario ABC, el jefe provincial de Tráfico de Palencia, Manuel Esteban Figuero, ha sido destituido por contestar de forma crítica a la subdirectora general de Formación para la Seguridad Vial, Aurora Cedenilla Diaz, en relación con un mail de felicitación que envió para 2011. Según el diario, «el argumento del Departamento que dirige Pere Navarro para su despido ha sido considerar la respuesta «una falta de respeto a una superior» y «utilizar el correo electrónico oficial para ello».

¿Estar en desacuerdo con un superior es faltarle el respeto? ¿Pensar, tener opinión y expresarla es una falta de respeto? A mi juicio es todo lo contrario. Falta de respeto es callar lo que uno piensa. Uno calla únicamente por desprecio (no me interesa nada este asunto) o por miedo. Cuando alguien calla un asunto de trabajo por miedo a las represalias, falta al respeto a su jefe, a sus compañeros de trabajo y a los accionistas de la empresa en la que trabaja. Puede faltarle al respeto por miedo o por desidia. En el primer caso es responsabilidad del jefe. En el segundo también, pero de forma indirecta, porque la primera responsabilidad es del trabajador.

Es normal que callemos ante dictadores repugnantes como Fidel Castro, Stalin, Franco o Pinochet. No les tenemos ningún respeto y callamos porque sabemos que esos sátrapas preferirían que no pensáramos. Sabemos que son unos salvajes y nos callamos. El silencio es la muestra evidente de la falta de respeto que les tenemos.

Que en la DGT consideren una falta de respeto hacia un superior que un trabajador diga lo que opina es la evidencia de que efectivamente no merecen ningún respeto. Este trabajador, al hablar, ha dado una muestra de respeto que los dirigentes de la DGT no merecían.

El argumento de la respuesta en público o privado es falaz. eres el jefe. ¿Qué tiene de malo que los demás sepan lo que opino de ti? ¿Dónde está la falta de respeto?

Los dictadorzuelos de cualquier nivel pretenden callarnos.

El miedo a hablar está cada vez más extendido. En las democracias, los gobernantes temen hablar, no vaya a ser que sus opiniones disgusten a sus seguidores. Para no disgustar a nadie, no nos cuentan lo que piensan. Nos tratan con la misma falta de respeto con la que tratamos a todos aquellos a los que tememos.

En los gobernantes de las democracias esta actitud es intolerable. Los ciudadanos deberíamos echar del parlamento a todos aquellos políticos que mienten y a los que dicen sólo aquello que queremos oír. Del mismo modo que deberíamos echar a todos los que callan, a los que no responden preguntas («hoy no toca hablar de eso», dicen).

Callarse, no contar lo que uno piensa, no es un síntoma de educación. Es una falta de respeto. Es una falta de educación hablar cuando uno opina sobre algo que no le incumbe. Pero sólo en esos casos.

Por ejemplo, cuando un lector me pide que no escriba de política, o de educación, o de sexo, no me falta al respeto. Al contrario. Me está diciendo que espera más de mí, que espera otra cosa de mí. Me está diciendo que defraudo sus expectativas. No hay mayor muestra de respeto que esa. Que yo no sea capaz de cumplir con las expectativas de todos es problema mío y de quien espera algo que yo no le he prometido. Pero ese es otro asunto.

En las empresas, el miedo a los jefes y el miedo a los subordinados perjudica la productividad. «A ti no te pagamos porque pienses» he oído yo en más de una ocasión. A callar y a obedecer. A obedecer sí. A hacer tu trabajo, sí. Pero a callar, nunca. La mayor riqueza que existe en las empresas es todo lo que pueden aportar las personas que trabajan en ellas. Obligarlas a callar es recortar innecesariamente la aportación de capital.

Me parece imprescindible que el Director General de Tráfico indique claramente a todos los funcionarios de su organismo que ha cometido un error. Que nadie va a ser degradado o destituido por dar su opinión, por muy contraria que sea a la opinión de sus superiores. No sólo en beneficio de Manuel Esteban Figuero, cuyo comportamiento me parece intachable, sino por el buen funcionamiento de la DGT, un organismo público que a todos los españoles nos interesa que funcione con eficiencia y eficacia.