Este fin de semana he viajado con David y con Bea. Son legalmente discapacitados. Tienen un papelito que les permite aparcar en zonas reservadas. Nuestro viaje surgió el día que Bea dijo delante de mí: «Cuando lo paso peor es en vacaciones, porque siempre estás incómoda y pendiente de qué vas a poder hacer y de qué no».

Mi viaje con Bea y David ha sido una delicia. Nos hemos reído, hemos hecho carreras de sillas de ruedas, nos hemos ayudado, hemos comido  y hemos disfrutado juntos por carreteras con paisajes que nos han gustado. Hemos visitado el Monasterio de Piedra, con  esfuerzo y con disfrute. Las pendientes son grandes y sujetar una silla de ruedas por la bajada y empujar por la subida requiere buena forma física. El discapacitado era yo. Falso. Discapacitados éramos los tres y estábamos tan a gusto.

No voy a contar los detalles del viaje. Son nuestros detalles. Quien los quiera vivir que se busque su viaje. Pero sí cuento pensamientos sueltos que he tenido durante el viaje. La ducha y conducir me hacen pensar. Estas son algunas de las cosas inconexas, o no, que iba pensando.

«Los seres con dos brazos y dos piernas hemos construido un mundo a nuestra medida y hay cientos de detalles que hacen la vida muy difícil a algunas personas. Cuando el entorno era el campo y el hombre cazaba para comer, las limitaciones físicas desintegraban de forma automática. Pero ahora, en un entorno urbano, la marginación se produce por falta de atención y cuidado.»

«La adaptación de las aceras para las sillas de ruedas es de vergüenza. Cualquier desnivel en el suelo supone un obstáculo grande para una silla de ruedas. Hasta que no empujas una silla o hasta que no la llevas tú no eres consciente de hasta qué punto una pequeña irregularidad en el suelo se convierte en un obstáculo insalvable. Los operarios que adaptan las aceras tendrían que probarlas ellos en un silla de ruedas. Los bordillos no tienen que estar rebajados. Tienen que estar enrasados.»

(Hace unas semanas una amiga mía se quejaba de que las películas porno trataban a la mujer como un objeto. «En las pelis porno la mujer es pasiva y el hombre activo», me decía.)

«¿De verdad alguien puede creer que la diferencia entre objeto y sujeto es la actividad y la capacidad de decisión ante un objeto? Los hombres que actúan en las pelis porno son tan objeto como las mujeres. Mandar a un objeto y decidir sobre él te convierte en objeto.»

«Las pelis porno, con ese culto al sexo atlético de cuerpos de plastilina, son aterradoras. Al igual que en las pelis porno, en la vida cotidiana, el culto a la perfección de los cuerpos y de los cerebros nos convierte en máquinas. Aterradoras y nauseabundas.»

«Los hombres, con el machismo, perdemos tanto como las mujeres. Me niego a aceptar que las mujeres son más perjudicadas que los hombres a causa del machismo. Cuando convertimos a la mujer en objeto nos convertimos nosotros en objeto. Una sociedad que discrimina a la mujer discrimina también al hombre. Las relaciones que enriquecen son las de igual a igual. Cualquier discriminación nos empobrece a todos.»

«Discriminar a los demás es una de nuestras discapacidades. Miramos raro a quien no es como nosotros, a quien no puede valerse de las piernas o del cerebro de la misma forma de la que nos podemos valer nosotros. Unos pueden unas cosas y otros podemos otras. Relacionarse con otra persona de igual a igual vale más que cualquier récord mundial de cualquier asignatura o deporte.»

«El culto a la inteligencia me tiene hasta los huevos»

«Creyentes y no creyentes, mentes brillantes y menos brillantes, cuerpos semiperfectos y menos perfectos. Todos somos discapacitados.»

«Creyentes y no creyentes somos discapacitados los unos para los otros. Y los creyentes de cada religión entre sí. Todos pedimos respeto para nuestras discapacidades (creencias-no creencias), no interferencia y capacidad para decidir. Es difícil de compaginar en una única sociedad. Cada una de las discapacidades quiere poner la estantería a su altura y pretenden hacerlo mediante el voto. ¿No tenemos forma de integrarlo y poner estanterías a dos alturas?»

«Las sociedades,  por no sé qué extraña manía, costumbre o perversión, presionamos a los demás para que se comporten de una determinada manera. Algunas presionan para marginar las preferencias sexuales, otros para marginar las preferencias religiosas, para marginar a los menos inteligentes, para marginar a los más inteligentes, para marginar por el color de la piel, por el nivel educativo, por las capacidades físicas, por el sexo.»

«Marginar al diferente nos empobrece a todos. Es posible que nos dé tranquilidad, porque lo diferente asusta de forma irracional. Por ejemplo los cuerpos con piel negra. (Una amiga me decía que le daban miedo.)»

«Todos tenemos discapacidad para aceptar y sentirnos cómodos con personas que nos resultan diferentes. Para muchos no es posible resolver esa discapacidad y para otros no es ni deseable.»

«Me gustan quienes aceptan su discapacidad, quienes no se obstinan en negar su falta de aptitud y de perfección. También me gusta que se esfuercen por ser mejores, por hacerlo mejor, por depender menos. El equilibrio es difícil.»

«Soy discapacitado y mi relación con otros discapacitados me enriquece. No aguanto la relación con las personas que no quieren tener imperfecciones, que las esconden y las niegan. Si no tienen imperfecciones no hay de dónde agarrar. Me gusta agarrar y que me agarren.»

«Me gustan las personas que me parecen inteligentes. Quienes se creen inteligentes no suelen parecérmelo.»

«No todo en mi pensamiento es coherente»