Diario esporádico de un paciente del Servicio Madrileño de Salud.

Empiezo a escribir este texto en el Hospital Universitario Ramón y Cajal el martes 23 de julio a las 7:45 horas.

(Viene de aquí)

El miércoles día 10 de julio me vuelvo a presentar en urgencias. A las 7 de la mañana ya estoy en la sala de espera a que me atienda el médico. Estoy despierto desde las 5 por el dolor. Los analgésicos no me hacen nada. Escribo: «Estoy en urgencias de nuevo. Que me den una patada si quieren. Pero que me miren la espalda y las piernas de una vez.«

Me atienden otra vez dos médicos muy jóvenes. Su turno ya termina. Me exploran otra vez el vientre y me tocan la espalda y la columna. No me duele nada la columna cuando me la tocan y no se aprecia ninguna inflamación ni hinchazón. Solicitan radiografía lumbar y nuevo análisis de sangre.

Les pregunto si no hay ninguna posibilidad de que me hagan una resonancia de la columna. «Yo la pago«.

— Nosotros desde urgencias no podemos solicitar una resonancia. Pero si usted puede pagarla acuda a un centro privado.

— ¿Ustedes creen que es una prueba necesaria y útil para confirmar o descartar?

— Quizá sí —. Tienen cara de preocupados, pero no sé si es que están preocupados o agotados después de toda una guardia. O ambas cosas.

Me dan un analgésico y regreso a la sala de espera en la que hace un frío considerable. Desde el primer día, ante la sospecha, siempre he venido con un jersey que me ha sido muy útil. Pero esto no es nada. En la sala de espera a la que nos llevan para hacernos la radiografía el frío es espeluznante. Yo, incluso con el jersey, tengo frío. El resto de pacientes y acompañantes se congela. Piden sábanas para abrigarse. En pleno julio, con un calor en la calle que asfixia, la zona de urgencias es una nevera.

Con las radiografías hechas, una boca arriba y otra de lado, vuelvo a la sala de espera hasta que lleguen los resultados de los análisis de sangre. Estoy convencido de que la radiografía va a ser inútil, pero no tengo conocimientos y no digo nada. Tampoco sé si una resonancia es útil. Se lo digo a los médicos con la intención de que entiendan que lo que me preocupa es la espalada y las piernas, no la fiebre de la infección por la que entré el viernes por primera vez en urgencias.

A las 8:00 en la sala de espera escribo: «La sensación que tengo es como si hubiera comido un veneno.» Nunca he ingerido veneno, que yo sepa, por lo que es una sensación que surge de mi imaginación. Pero esos dolores sordos tan machacantes, ese malestar de todo el cuerpo, la falta de equilibrio y coordinación… no se me ocurre qué otra cosa puede producirlos más allá de un veneno.

Esta madrugada, cuando me desperté, viví unos momentos de completo delirio. Había soñado que había tenido un accidente en coche, en una calle adoquinada de Sofia, Bulgaria. Un accidente en el que me golpeaba fuertemente un tranvía, por culpa mía, por girar sin tiempo con el Toyota Auris que conducía en un cruce ancho (hace siglos que no conduzco un Auris y nunca he conducido un Auris en Sofia) . El tranvía venía a mucha velocidad y yo quedaba gravemente herido.

Cuando desperté de mi sueño, tenía tan claras las imágenes del accidente y que todos mis dolores provenían de esas heridas que no me explicaba cómo era posible que no hubiera contado en urgencias que había tenido un accidente y que de ahí venían todos mis dolores. Los momentos de confusión se me hicieron eternos. ¿De quién era ese Auris? ¿Cuándo he estado yo en Sofia? ¿Por qué no he contado nada de ese accidente a los médicos? Todavía ahora me cuesta creer que ese accidente fuera un sueño. Porque los recuerdos son exactamente iguales a como si lo hubiera vivido. Pero si se ha producido realmente sólo puede haber sido en una curvatura del espacio-tiempo de la que he regresado sin heridas, sin facturas y sin castigos. Sólo con recuerdos.

Supongo que el veneno que no recuerdo haber tomado estaba escondido en el mismo pliegue del espacio-tiempo.

A las 10:10 de la mañana me vuelve a llamar una médico. Es joven, pero no tan joven como todas las médicos que me han visto hasta ahora. No tengo nada en contra de las médicos jóvenes, pero tampoco tengo nada en contra de las personas con más años, que probablemente tengan más experiencia.

Esta médico no tan joven, que además tiene ya parte de los resultados de los análisis serológicos que me hicieron el domingo 7 de julio (y quizá parte de los que me hicieron ayer martes 9 de julio), me dice que he pasado una hepatitis B de la que estoy curado (que yo no sabía) y aunque no me cuenta mucho pasa un buen rato mirando los análisis, me explora el abdomen, me ausculta con el fonendoscopio y finalmente me dice que ella me ingresaría. Descuelga el teléfono y habla con alguien a quien le dice que ella me ingresaría.

No sé si me van a ingresar o no, pero aceleran la prueba de la ecografía que tenía prevista para el lunes que viene (en otro centro, externo al hospital) y me la hacen ahora. Sobre la marcha, la persona que me hace la ecografía dice que todo perfecto. «De libro«.

Al cabo de un rato me vuelven a pasar a una consulta que entiendo que es de urgencias y me exploran de nuevo, me piden de nuevo que cuente todo desde el principio, «los médicos somos muy pesados, os preguntamos lo mismo muchas veces» (no es la primera vez que me lo han dicho en este proceso) y exploran las piernas, los reflejos, el tacto, la sensibilidad y me dan el alta de nuevo.

La doctora que me da el informe, la última que se ha hecho cargo del caso, me confirma que el diagnóstico es mononucleosis por CMV (citomegalovirus), con alteraciones hepáticas que necesitan control en medicina interna. «Te mandarán un SMS para darte cita la semana que viene. Ese mismo día, vienes a primera hora para que te hagan un análisis de sangre y así cuando pases visita ya tenemos los resultados.«

— ¿Y el dolor en la columna y en los cuádriceps, y el acorchamiento de las piernas y la falta de control al caminar y al bajar escaleras es todo producto de esta infección? —pregunto, inquieto.

— Sí, todo esto es normal en infecciones. Los trastornos neurológicos tienen orígenes muy diversos y se presentan de formas diferentes, cuyo origen desconocemos. A ti te ha dado en la espalda y puedes sentir hormigueos o acorchamientos. Otras personas tienen otros síntomas que además son siempre muy difíciles de describir. Pero estate tranquilo. Todo tiene su origen en la infección. Además, nadie va a comprarnos una resonancia magnética por un dolor de espalada de 5 días. Es inviable.

Regreso a casa tranquilo. Si todo es producto de la infección, que no tiene tratamiento específico, no me queda más remedio que esperar.

Espero los días siguientes con cierta tranquilidad. La médico me ha dicho que esté tranquilo y lo estoy. O quiero estarlo. Por el día estoy casi perfectamente y por las noches me duele. Ya no tanto como los días pasados, pero duele. Por el día, en cambio, me duele tan poco que dejo de tomar calmantes. Compruebo que nada cambia. De día me duele igual con calmantes que sin calmantes. Tanto es así, que pruebo y me acuesto también sin calmantes. Tampoco cambia nada. Cuando me duele, me duele exactamente lo mismo con calmantes que sin calmantes.

En los días sucesivos, ya sin calmantes, sigo sin dolores durante el día y los de la noche van remitiendo paulatinamente. Lo que no remite es la inestabilidad al caminar (no puedo plantearme correr tres zancadas) y especialmente al bajar escaleras. Lo que me preocupa ahora es la descoordinación. El deporte para mí es importante. Y conducir, más. (Aunque he probado a conducir y veo que puedo, pero no me atrevería a disputar un rally en esta situación y todavía me queda todo por ganar 🙂 )

(sigue aquí)