Por Loren Serrano.

Las 24 horas de Le Mans tienen un contrato divino o demoniaco con el Dios de la lluvia. Este año se ha retrasado la fecha del acontecimiento varias semanas, pero ha dado igual, ha ocurrido como en tantísimas otras ocasiones, la lluvia ha aparecido.

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Así que como no éramos capaces de pegar ojo, a las 5 de la mañana del tercer día volvimos a montarnos en nuestro Clio, creo que es una de las veces que más me ha llovido mientras conducía, menos mal que contábamos con unos limpiaparabrisas nuevos, que cumplían su misión perfectamente.

Para llegar hasta Spa Francorchamps, —el tercero de los templos— había dos rutas recomendadas, decidimos coger la más corta que no era la más rápida, pero sí creímos que era la más fácil de seguir —A11 hasta París y A4 hasta Bélgica— (ver el itinerario).

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Las indicaciones de las carreteras en Francia a mi parecer son bastante confusas, eso y el estar acostumbrado a que un navegador me diga lo que debo de hacer hizo que atravesar París fuera bastante agotador y estresante.

Pasados 100 km de la capital, la lluvia desapareció, y con ella la frescura en nosotros, así que decidimos utilizar una de las miles de vías de servicio que hay en la red de carreteras francesas para echar un sueñecito. Unas vías que cuentan con bancos, árboles, zonas de césped, mucho aparcamiento —tanto para turismos como para camiones— y en la mayoría de las ocasiones asociadas a una gasolinera con un restaurante o tienda con conexión Wi-fi.

¿Y se puede dormir en el Clio? La respuesta es afirmativa. En esta ocasión, el no tener nada de apoyo lateral hace que los asientos delanteros sean perfectos para este menester, algo bueno tenían que tener.

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Entrar en Bélgica supuso no sólo un descenso en la velocidad límite permitida —de 130 km/h a 90 km/h— sino en la calidad de la vía. Además, vimos algo que nos resultó muy curioso a la par que peligroso. Consistía en unas zonas habilitadas para cambiar de sentido en carreteras con dos carriles.

Para llegar hasta el pueblo de Spa decidimos abandonar la autovía. Fue todo un acierto, y no sólo porque mi compañero de viaje coincidió en un restaurante con el triple campeón del mundo de motocross Antonio Cairoli, sino porque el paisaje, hacía que la conducción en el Clio fuera muy satisfactoria, atravesando pequeños pueblos con casas antiguas y recordando el emblema de un anuncio de televisión.

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Una vez llegamos, el espíritu del motor que hay en la zona se apoderó de nosotros, estábamos emocionados.

Para acceder a la entrada principal hay que recorrer una carretera estrechita de doble sentido. Antes de llegar vemos varias indicaciones de aparcamientos y nos hace pensar, que el día de la carrera de Fórmula 1 aquello debe ser un auténtico embudo. Pero ojo, no es mejor aparcar en el pueblo porque las cuestas son mortales, el Clio en segunda parecía pedir clemencia.

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Por suerte para nosotros —lo teníamos calculado— era mañana de tandas libres, por lo que nuestra mayor obsesión que era ver la mítica curva Eau Rouge, iba a tener un aliciente, ver rodar coches (aquí podéis ver todas las fotos de Eau Rouge).

En esta página podéis ver la tarifa de precios. El acceso a la tribuna principal y a los alrededores del circuito —acotado por vallas— es completamente gratuito los días que no hay carreras. No hubo manera de poder ver La Source, esa curva a derechas que tantos quebraderos de cabeza da a los pilotos en las primeras vueltas —en la foto que aparece bajo este texto, fotografiamos el Clio justo en el límite para acceder al circuito por esta zona—. Tampoco accedimos a ver la «parada del autobús», otra de las míticas curvas del trazado.

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Tras comer unos exquisitos bocatas, “el sabor especial lo pone el sitio” decidimos acudir a la Abbaye Stavelot.

Está situada en Stavelot, a escasos minutos del circuito, el precio de la entrada es 8 € —por 22,5 € hay una visita conjunta entre museo y circuito, con vuelta en autobús y visita al paddock—. En el interior, en la planta central nos encontramos con una exposición temporal de fotografía y otra permanente sobre los hallazgos encontrados en el patio de la misma abadía. En la superior, la historia de Guillaume Apollinaire y en el sótano, lo que verdaderamente queríamos ver, el museo del automóvil.

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Un museo en el que tanto amantes de las dos como de las cuatro ruedas podrán disfrutar plenamente. Una recomendación: no dejen muy lejos las chaquetas, este museo se encuentra en las antiguas bodegas por lo que la temperatura es bastante baja (aquí podéis ver todas las fotos del museo).

¡Salimos encantados!

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Nuestra siguiente parada es el pueblo de Wimbach, en los alrededores del circuito de Nürburgring.

El trayecto de Spa hasta Nürburg dura poco más de 1h y media de viaje, por lo que si vais a uno de los dos sitios, plantearos visitar el otro. Decidimos dado el potencial de nuestro Clio, que no nos interesaba pisar las Autobahn y que el mejor trayecto era atravesar la zona de montaña que une a estos dos magníficos pueblos.

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Posiblemente, este recorrido sea el que más he disfrutado a los mandos del Clio, eran carreteras de doble sentido, con un constante intercambio de zonas rápidas y lentas. Pablo comentaba  que “cuando se llega al límite de adherencia de los neumáticos, el Clio reacciona con suavidad y responde muy bien —sin movimientos extraños— ante los cambios bruscos de dirección, incluso estando en pleno apoyo” y no puedo estar más de acuerdo.IMG_5856

A falta de 45 minutos para que se cerraran las tandas del lunes llegamos a una de las curvas más famosas del circuito, se trata de la curva Eichbach. Así que, como buenos turistas paramos para realizar algunas instantáneas (aquí podéis ver todas las fotos).

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Una vez cerrado el circuito, nos dirigimos hacia el pueblo de Adenau a tomar una buena cerveza alemana. Recomiendo un bar que está justo en la entrada al circuito por Adenau, desde la terraza casi hay visión directa de la curva ex-Mühle (ver mapa del circuito).

Tras ese refrigerio, decidimos dar una vuelta a pie por parte del circuito, un acto que hizo que se me rizaran todos los pelos de mi cuerpo. No hay que saltar verjas ni nada por el estilo, cada 500 metros aproximadamente hay una puerta que te permite bajar hasta las protecciones —zona habilitada para los fotógrafos—.

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Para dormir en esta zona hay multitud de sitios, en Nürburg hay hoteles de lujo —a pie de circuito— y hoteles más asequibles, aunque sea cual sea el hotel, hay una característica en común: el aparcamiento suele ser un espectáculo.

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En Adenau hay varios hoteles y casas para alquilar aunque donde más a gusto nos encontramos —y ya van varios años— es en Wimbach, un pueblo a escasos 2 km de Adenau, prácticamente a los pies de la montaña, donde se respira mucha tranquilidad. Si planificáis con tiempo vuestra estancia, os recomiendo el hotel Gaestehaus ute Mueller, habitaciones con terraza y unos dueños que hablan perfectamente inglés y son sumamente atentos.

Por la mañana hay poco que hacer (excepto recorrer a pie las rutas que hay alrededor del circuito), así que optamos por ir cámara al hombro a la curva que más cerca teníamos para ver si había cursos o coches rodando. Fue todo un acierto, en el Blog Engendro Mecánico hemos publicado todos los vehículos en fase de producción con los que nos cruzamos como el Range Rover Evoque de batalla larga, el nuevo BMW M4 Coupé o el SEAT León Cupra.

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En esta web, podéis consultar tanto el precio como el horario de apertura del antiguo trazado, conocido como el Infierno Verde.

No hemos entrado con el Clio al circuito así que no nos quedó otra opción que alquilar un turismo. Hay una empresa en el centro de Nürburg y otra en la misma puerta de entrada a Norschleife.

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Para que os hagáis una idea, por 350 € tenéis un Polo GTI con neumáticos semislick, barras antivuelco, cambio de doble embrague DSG, gasolina y entrada para 4 vueltas. Llegados a este punto, hay que tener clara una cosa, un accidente en el circuito implica unos gastos astronómicos —grúa privada, arreglo del circuito en caso de daños, compensación económica por cierre del circuito y en nuestro caso, una franquicia de 4500 €—.

Con todo esto, estamos preparados para volver a pisar la que a título personal es la mejor pista de automovilismo del planeta. Aunque pienses que te conoces al dedillo el circuito, cada año he aprendido algo nuevo y es que nunca me dejará de sorprender el Infierno. Hago mía una frase de un película: Durante esos 10 minutos o menos —exactamente 9:18.900— que dura una vuelta me da igual la hipoteca, las facturas o el trabajo. En ese momento me siento libre, un afortunado en este mundo.

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Terminada nuestra sesión sin inconvenientes (ver vídeo de la vuelta), nos disponemos realizar los 710 km de distancia que nos separan de nuestro campamento base en Le Mans.

¡Písale a fondo, vamos a ver hasta cuánto puede llegar este cochecito!, exclamaba mi acompañante mientras abandonábamos las carreteras que rodean al circuito y entrábamos en una Autobahn. El resultado, no os lo puedo decir, había obras y zona límite de velocidad a 120 km/h, pronto entramos en Francia y volvemos a situar el control de velocidad en 132 km/h.

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Se nos hace de noche en territorio francés, observo que el haz de luz de las de cruce es escaso, hay que utilizar frecuentemente las de largo alcance. Tal vez, en España, que hay que circular más despacio no hace falta tanto cambio de luces, me pregunto por qué Renault no ofrece unos faros de xenón —no me imagino con un Clio RS circulando por las Autobahn con estas luces—.

Me molesta y mucho la intensidad de luz de la pantalla del Media Nav, tenemos conectado a la toma USB un iPod Touch y cuando se muestran carátulas con fondo claro, deslumbra. Hay una opción en la pantalla que permite oscurerla, pero ni con esas, hay que recurrir a la ruleta que hay a la izquierda del volante (imagen) para bajar la intensidad de manera manual (también lo hará el cuadro de instrumentos). El problema llegará a la mañana siguiente, habrá que volver a poner la intensidad al máximo o no se verá la información de la pantalla del salpicadero.

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Nos marchamos a las 5 de la mañana de un Lunes y regresamos a las 5 de un Miércoles. Algo había cambiado en nuestro camping: teníamos más vecinos y una piscina de fango delante de nuestra parcela donde el Clio quiso mostrarnos que no nos hacía falta un Captur. Estaba equivocado y tuvimos que retroceder. Nosotros por poco no nos quedamos varados, no lo hicimos en parte por la peripecia del conductor —con las indicaciones del copiloto— y porque nuestro Clio pesa escasos 1100 kg.

Durante los siguientes días, pudimos ver cómo se quedaban en el camino varios coches de mayor tonelaje. En la imagen que hay sobre estas líneas, podéis observar como detrás del coche trabajan los aficionados noruegos para vaciar las «piscinas». En primer plano, unos ingleses intentando sacar su A4 quattro.

Una de las escenas que nos mantuvo más entretenidos fue cuando una gran grúa que iba a socorrer a un monovolumen se quedó atascada en el fango. Tras una dura lucha, tuvo que venir una segunda grúa con un experto conductor para solucionar todo el problema.