La semana pasada se estrenó entre nosotros Ponyo, la enésima maravilla del director japonés Hayao Miyazaki. A este señor de barba blanca y perpetua sonrisa le debemos un montón de buenos ratos: El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke, Mi vecino Totoro o El castillo ambulante.

En un momento en que la animación parece reservada a maestros como Pixar y alumnos como Dreamworks el señor Miyazaki despunta como un clásico de esos con mayúsculas. A él no le hacen falta ni tres dimensiones, ni excelsas campañas de marketing, ni personajes unidimensionales. A Miyazaki le sobra y le basta con un trabajo que le lleva a invertir entre tres y cinco años por película y que tiene su raíz en una creatividad que –francamente- parece no tener techo.

Soy de los que hace años me quedé con la boca abierta viendo Mononoke en el festival de Sitges. Una película épica, de más de dos horas, rodada como si fuera una aventura de la etapa clásica de Metro Goldywn Mayer, con una música maravillosa (del habitual de la casa, Joe Hisaishi) y una ambición inusual en un filme de animación.

Después llego su victoria en un festival tan serio como el de Berlín con Chihiro, en la que muchos críticos escépticos acabaron aplaudiendo en pie al final de su primera proyección oficial (puedo dar fe de ello en primera persona). Obviamente, y como era de esperar, se ha perdido el factor sorpresa pero el señor Miyazaki ha seguido estando a la altura de las expectativas, que eran muchas y muy elevadas.

Así hasta llegar a Ponyo, que para este humilde bloguero es su mejor película: una preciosa, increíble, explosiva declaración de amor al mar, a través de la historia de un niño que vive en una casita al borde de un acantilado junto con su madre y que un día descubre a una criatura recién salida del agua con la que hace muy buenas migas.

Con un planteamiento tan simple y ayudado por una animación que –os lo juro- hace temblar las piernas el japonés se planta en terrenos reservados a las obras maestras con una película de aspecto infantil que encantará a los niños y subyugará a los adultos.

Os recomiendo encarecidamente que si tenéis enanos los cojáis por banda, los metáis en el coche y os los llevéis a ver Ponyo. Y si no tenéis enanos, también. Si no os gusta os devuelvo el dinero.

En serio.

Feliz puente (si es que la gripe porcina no acaba con todos, que –echando un vistazo a la rigurosa prensa diaria- es lo que se diría que va a pasar).

T.G.

P.D.: Y el video de la canción, impagable. ¿O no?