Ehhh, no, no es lo que estás buscando si es que llegas a través de una busqueda en google, aunque esta entrada también va de cosas viscosas y lubricadas —diferenciales, turbo—,  culos rotundosalerón tamaño barra de bar—, muchos orificios  —cuatro salidas de escape— y elementos fálicos —vaya con la palanquita del cambio, qué tacto, qué dura—. Y pasión y lujuria.
Y es que acabamos de publicar en km77.com la prueba del Subaru WRX STI. La máquina llegó a nosotros repentinamente, no teníamos previsto hacer la prueba ya. Reconozco que inicialmente no me cayó en gracia: yo tenía muchas cosas que hacer y poco tiempo. Pero, con el paso de los días, nos hemos hecho muy amigos.

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El uvedobleerreequixesetei es de esos coches de los que te acabas enamorando, sin saber dar un motivo concreto. Es como los primeros días/semanas/meses/años (que cada uno elija su caso) de enamoramiento: todo son virtudes, ¿defectos? sí, los tendrá, pero se pueden perdonar.
Para empezar no tengo claro si me gusta su aspecto. Bueno, sí me gusta, pero es un extraña mezcla entre discreción y exhibicionismo, una especie de Bibi Andersen con ruedas (acabo de releer lo que he escrito y me desdigo, es imposible que me guste Bibi Andersen). Vamos a cambiarlo por una Pamela Anderson, que tampoco es mi tipo, pero da menos pie al cachondeito.
Como sabe que llama la atención, me ignora. Por más que le doy al mando, ni los faros ni los pilotos se encienden advirtiéndome de que está receptiva. Los intermitentes sí parpadean, tal vez es su forma de guiñarme el ojo.
Como dicen que lo bonito está en el interior, hay que conocerla. Primero superficialmente, un asiento que pinta deportivo, que es sorprendentemente cómodo pero que no abraza como debería hacerlo una amante.
Tras los preliminares —ajusto el volante, que queda casi vertical, y el asiento— voy al grano. Meto la llave, con una espada larga, en la cerradura del arranque. Al instante responde, tiene una voz bronca, que retumba muchísimo (tal vez el ejemplo de Bibi era el más adecuado :D) en el habitáculo—. El escape no suena a ralentí, ni canta, directamente tose. ¡Pero qué tos, madre mía! Si las toses fuesen siempre así el Inistón no se vendería. Abro la puerta y el sonido —ruido que diría alguno—, es mucho más discreto que en el interior a pesar de estar en un garaje.
Bueno, los preliminares son importantísimos, todos los hombres lo sabemos, así que piso el embrague con cuidado y decisión, porque va duro. Engrano la primera, con la delicadeza propia de la primera vez, valga la redundancia. Se resiste, pero yo soy tenaz y muy cabezota. Venzo el punto de resistencia y la meto. Lo primero que me llama la atención es el corto recorrido de la palanca.

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Salgo del garaje y me planto en la calle. Voy a la marcha del tráfico, siguiendo el juego. Lo de meter ya se me da mejor, pero aún tengo que mejorar en estas lides, porque en alguna reducción de quinta a cuarta me he ido al pasillo de la segunda. Menos mal que soy cuidadoso, me he dado cuenta del error y no le he hecho daño.
Llega el momento de aumentar el ritmo, piso con decisión, pero sin llegar al fondo, el pedal del acelerador. ¡Coño, no pasa nada! Un Prius parece un Fórmula 1 a su lado y el Yaris, directamente la Enterprise. Ya sé lo que pasa, el mando SI-DRIVE está en la posición Inteligent. No sé quien le puso ese nombre, pero de inteligente tiene poco, porque yo quería, mínimo, bailar al ritmo de jota y ella me ha respondido con un chotis.
Giro el mando a la posición Sport; esto mola más, pero no es lo que espero de semejante personalidad. Giro a derechas el mando, en el cuadro se ilumina la leyenda S#. Para los que no tengan un Subaru, eso quiere decir que la maquina está cachondísima. Y yo, también.
En estos momentos estoy perdido en una carretera, Dios sabe dónde —en el caso de Javier Moltó, cámbiese Dios por el navegador ;)—. No hay casas, ni humanos, ni coches. Ella y yo. Estamos en una recta, iluminada por una luna en cuarto menguante. Piso el embrague, meto primera, acelero el motor hasta unas 4.500 rpm, suelto el embrague….a ver, cómo os explico yo esto…la sensación es que antes de que una rueda pueda patinar arrancaría el asfalto del suelo. Impresionante como tracciona, impresionante como se agarra. Me imagino las marcas de las uñas en el cabecero de la cama. Pura pasión.

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Tras el tonteo en la recta, llegan las curvas, siempre peligrosas. Toca agarrarse los machos. Mira que yo, viendo su carácter, esperaba que me dominase desde el primer momento. Sí y no. Al principio hay que hacerse a ella, pero luego enlazar curva tras curva es relativamente sencillo. Las hay más complicadas. Eso sí, dominarla requiere de plena concentración. Todo sucede tan rápido que si te despistas, te comes la curva. Las distancias entre ellas se acortan, hay poco tiempo de descanso. Acelerador, subir marcha, frenar, bajar marcha con punta-tacón, girar, acelerador y vuelta a empezar. Menudo ritmo. Acelera mucho, gira muy bien, balancea muy poco, frena correctamente. Y encima te hace todas esas cosas sin exigirte demasiado.
Pero claro, quien quiera más tendrá que demostrar si está a la altura. Yo he llegado hasta donde he llegado, que no es ni mucho ni poco, eso queda entre ella y yo.  Menuda máquina…No sé si sería una buena esposa, pero como amante….

Celedonio