Me gusta escribir este blog. Sé que ustedes no me creen, ya que si tanto me gusta, el ritmo reciente de entradas (o la carencia del mismo) no parece demostrarlo.
Me gusta porque puedo escribir cuando quiero (en estos momentos cuando puedo, ya que estoy de trabajo hasta arriba casi tanto como el Sr. Moltó), de lo que me da la gana y como me apetezca.
Pero, sobre todo, me gusta escribir porque me gusta leer sus respuestas. Me sigue fascinando la inmediatez, la crudeza, la sinceridad, la inteligencia (y en alguna ocasión la falta de la misma), el nivel de conocimientos, la complementariedad de todos sus comentarios. Nunca me ha pasado, ni siquiera cuando he participado en conferencias o ponencias, el saber con tanta claridad qué opina la gente de mis intervenciones. La cantidad de preguntas y comentarios que recibo en esos foros en los que me puedo ver cara a cara con una audiencia son testimoniales frente a lo que ustedes generan.
Según las estadísticas, llevo 32 posts escritos, y un total de 739 comentarios; que suponen unas 23 intervenciones de media por artículo publicado.
Si sólo hubiese recibido un único comentario, me seguiría pareciendo fascinante que alguien se moleste en leerme y (eso es la leche) responderme.
En todo este tiempo sólo he borrado un único comentario, y lo hice por usar un lenguaje soez y una descalificación hacia mi persona no basada ni en datos ni opiniones fundadas. Era un insulto y ya está. Creo que eso no aportaba nada al post, ni a ustedes ni a mí. Sin embargo todavía, muchos meses después, pienso sobre ello y tengo cierta culpabilidad por haberlo borrado. Internet es un medio con unas reglas muy claras (aunque todavía no estén escritas) en las cuales la libertad de expresión funciona de forma bidireccional, y de la misma forma que uno opina al escribir su blog, debe estar preparado para recibir respuestas.
Toda esta disertación, que nada tiene que ver con los coches, se debe a una reciente resolución del recurso presentado ante la Audiencia Provincial de Madrid contra la sentencia que en primera instancia condenaba por injurias a la SGAE en los comentarios que Julio Alonso Alcaide escribe en merodeando.com
La sentencia no tiene desperdicio, ya que no condena al Sr. Alonso por lo que él escribió en su post, le condena por las injurias que se atribuyen a los comentarios que los lectores dejaron en su post. Consideran que el Sr. Alonso es un “colaborador necesario” y que como tal es culpable, aunque con posterioridad borrara dichas respuestas. Insisto, no hay signos de culpabilidad en el post del Sr. Alonso, lo hay en los comentarios de los lectores, y por eso condenan al Sr. Alonso.
Es decir, es como si ustedes respondiesen en este blog de una forma que alguien pudiera considerar que atenta a su honor, y el que sería considerado como culpable fuese servidor.
Me parece una barbaridad, y por eso traigo el tema a este blog, ya que considero que puede ser un precedente que condicione el modelo de comunicación vigente en internet. En definitiva, es volver a la censura. Peor, es imponer la autocensura.
Me gustaría saber la opinión del Sr. Moltó (además, me consta que conoce al Sr. Alonso) ya que yo escribo en un soporte que él gestiona. ¿Mis comentarios le pueden poner en peligro? La verdad es que también me gustaría saber si los comentarios que ustedes me hacen me ponen a mí en peligro. ¿Me salva el escribir con seudónimo? ¿Me pueden obligar a revelar mi verdadera personalidad si se produce una demanda por un comentario escrito como respuesta a uno de mis posts?
Son preguntas ridículas, pero que tienen sentido bajo el dictamen judicial del que hablamos.
Puede parecer un caso anecdótico, pero no lo es. Cuestiona todas las reglas de libertad de expresión y la base del intercambio de opiniones en internet.
Soy consciente de mi escasez de posts, pero no quiero dejar de hacerlos por no poder publicar sus comentarios sin antes pasar por mi aprobación o por la aprobación de un abogado.
Perdonen la disertación, y les prometo un post en breve referido (se lo aseguro) al automóvil.