Hoy ha muerto María de Villota.
Amiga con la que compartí innumerables experiencias cuando la Escuela de Pilotos de  Emilio de Villota luchaba contra viento y marea en su esfuerzo por enseñar el oficio del pilotaje a jóvenes imberbes que luego poblarían las parrillas de muchos circuitos.
Siempre fue cálida en el trato, cercana, amable, siempre tenía la sonrisa de las buenas personas que saben que dedican la vida a lo que aman, y saben que tienen la suerte de hacerlo.
El famoso accidente le enseñó a aligerar la presión sobre el acelerador.
Vivimos deprisa, presionados por hacer muchas cosas, demasiadas, por tratar de hacerlas bien, lo mejor que podemos, y somos eficientes y productivos. Me pregunto si somos también felices. La felicidad no radica en el hacer, ni en el quantum ni en el qualitas, sino en disfrutar. Es imposible ver el paisaje de una vida que circula tan deprisa como a nosotros nos circula bajo los pies.
María bajó una marcha y aprendió a disfrutar de la vida, a verla más lentamente, así lo refería ella cuando decía que el accidente le había enseñado otra vida.
Todos debemos aprender de María, debemos de vivir más despacio, pasando más tiempo disfrutando y menos tiempo haciendo. Con los nuestros, con nuestros amigos, con nuestras aficiones, con nuestra familia.
Quiero enviarle un abrazo a donde esté, y sé que estará con la sonrisa con la que todos le recordamos y con la que nos dejaba a todos.
Descansa. No te pares, sólo descansa, María.
Un fuerte abrazo.