A mí los descapotables no me suelen ir demasiado la verdad, tenemos una climatología muy extrema y un descapotable, al menos en Madrid, tiene una franja de uso relativamente pequeña.

Es innegable que circular descapotado una noche de verano, los pelos al viento,  mientras se va o se vuelve de una cena es envidiable. Afortunadamente, los descapotables de hoy en día no tienen tan comprometida su rigidez torsional como antaño y las soluciones de las capotas, de accionamiento rápido y automático unidas a su buen aislamiento térmico-acústico los hace utilizables todo el año sin mucha preocupación más allá de la del merluzo ocasional que te raja la capota porque él no puede disfrutar de lo que tú sí puedes por azar o esfuerzo, así que va y les mete un leñazo a los del seguro.
Y como no me entusiasman los descapotables, Alfonso Herrero me lleva endosando descapotables desde el inicio de esta sección sin indicio de tregua. Para mí que le caigo mal. No me da miedo que le caiga mal, pero es que es muy alto; es como un marine, pero en bestia. Espero que esta sección vaya bien, porque el día que dejen ustedes de comentar, lo mismo va y me pega.

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No; no soy este señor con aspecto de triunfador absoluto


A lo que vamos. Uno asocia este tipo de coches en la marca con unos motores atmosféricos de funcionamiento sedoso de seis cilindros y de dos litros de capacidad en adelante. Al menos así era en el pasado, pero no en el que nos ocupa, que lleva cuatro cilindros, tiene dos litros justitos aunque se presente como 1.8 e integra turbocompresor para rendir la nada estremecedora cifra de 156 CV.
Una vez en el interior, nos sentamos tan cerca del eje trasero que parecería que estuviésemos albergados en el talón de una zapatilla deportiva. Tan es así, que todo lo que vemos hacia adelante es un morro que se proyecta hacia el infinito y que parecería por dimensión que pudiera ser capaz de albergar el motor de un remolcador de autobuses. No resulta fácil maniobrar con él, no por grande, que no lo es, sino porque el capó delantero representa el futuro de un recién nacido, con toda la vida por delante.
Miro a mi alrededor y veo un BMW de los de toda la vida. O sea. De los 90. La misma radio que llevaban los serie 7 E32 (1987-1995), al menos en esta versión de acceso, ya imagino que subiendo la interminable escalera de opciones tendríamos algo más pintón con la inevitable pantalla, pero no en esta unidad de prueba. Alfonso me odia.
Hay que joderse el peñazo que me está dando el cutre-yuppie este que va sentado a mi lado en el AVE destino a Barcelona, habla así como en metalenguaje  para decir unas simplezas vergonzantes, pero creo que su objetivo es parecer intenso, resuelto, súper ejecutivo y poderoso. Cuándo acabaremos con la gente que se tira pistos dando la paliza al de al lado en un transporte público. Suelta el teléfono ya, pesao.
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Muchos mandos, viejos conocidos de los 90. Hijos, un poquito de renovación.


 
Arrancamos. El sonido no me embriaga. No tiene la suavidad de giro de un seis cilindros, pero tampoco se lo espero ni se lo pido, a cambio, supongo que el motor será más ligero y facilitará el cambio de dirección.
En marcha, cuesta adaptarse a la peculiaridad de la articulación de su giro cuya percepción se ve afectada por nuestra propia ubicación en el coche. No es de esos coches en los que uno caiga inmediatamente en él y comience a explorarlo con un elevado porcentaje de similitud con otros parecidos. Éste es distinto.
Ni particularmente firme ni incómodo, el coche filtra bien las irregularidades de la carretera, el motor, para ser turboalimentado no tiene ningún punch o empuje a medio régimen, se me comporta lineal, aburridamente lineal, sin mucha querencia por la parte más alta del cuentavueltas y esa zona hay que buscarla desesperadamente porque el coche no se siente vivo si no va alegre. Es una sensación extraña. Se ha de conducir mucho al ataque, hundiendo el pedal a fondo y estirando cada relación de cambio para que el coche presente algún indicio de personalidad, porque no tiene mucha. Debería tener más maneras, pero la sensación es la de ir en ese tipo de coches cuyos bastidores admiten mucho más de lo que tienen y por tanto están infracapacitados para transmitir sensación.
Es difícil de explicar lo que se siente al volante, pero trasladando las sensaciones, se podría afirmar que el momento de mayor disfrute de la conducción de un coche es el momento, denominémoslo, HUY: ese en el que uno tiene la sensación de que superado el momento HUY el coche se desmanda y por debajo de él, el coche está muerto.
Hay coches que ofrecen vida mucho antes del momento HUY. Éste no. O vas al HUY o el coche se siente como introducir una zanahoria en un túnel del AVE y considerarlo metáfora de una relación de pareja gratificante.
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Tampoco soy este, que no.


Hay que zurrarle al coche para que se sienta; y una vez zurrado, no es que el resultado enamore, imagino que con más motorización de la que me da Alfonso, el Z4 será algo más disfrutable pero así como está, creo que se puede considerar un coche pintón, bonito -va en gustos- y agradable para pasearse, pero deportivo, lo que se dice deportivo no, ni por maneras, ni por rendimiento, ni por franqueza de apoyo ni por agrado del cambio, que en esta ocasión era manual, y a mí los cambios manuales de BMW me cuestan un horror. O se cambia lento, o se cambia de carreras. El uso normal, parece que no está contemplado, ni ayudado por un tacto, muy de BMW que tampoco ha cambiado desde los 90 y lleva sin satisfacerme desde entonces.
Lo que los americanos llaman un boulevardier, vamos: darse un paseo sin más pretensiones.
JM