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Hola señores/as,

 

He vuelto, estoy adquiriendo un rendimiento óptimo, fíjense que estoy escribiendo estas líneas hoy, día de mi cumpleaños, en lugar de estar bebiéndome el Mediterráneo… bueno, debo decir que no descarto beberme el Mediterráneo más tarde, ahora aún es pronto.

 

Este fin de semana vuelve a ser regular pero menos. Me explico, hay bastante morralla (como de costumbre), pero también dos películas que son plenamente salvables, cada una en su categoría y dependiendo de nuestras necesidades socio-emocionales. Es decir, que si lo que usted desea es echarse unas risas mientras habla con la boca llena de palomitas, tiene una opción clara; si lo que desea es –en cambio– una película más reflexiva y potente, pues también hay algo para usted.

 

Para que luego se quejen.

 

Empecemos con la opción descacharrante y desacomplejada: Malditos vecinos.

 

Malditos vecinos es una película con una premisa sencilla: una pareja y su hijo recién nacido se instalan en una casa estupenda pero con un pequeño problema en forma de fraternidad universitaria, que habita en la vivienda contigua.

Naturalmente, los horarios de unos y otros son poco compatibles y la guerra está servida. Ya pueden imaginarse: putadas de ida y vuelta, de mayor entidad a medida que las cosas se recrudecen, hasta llegar a un final épico. Seguro que la propuesta les suena, es un clásico eso de las peleas vecinales (también ayuda que todos podamos sentirnos identificados con el tipo puteado por el vecino o –peor– que nosotros seamos el vecino hijoputa) desde tiempos inmemoriales.

 

La cuestión, y lo importante, es que la película funciona, y funciona muy bien. Especialmente (o simplemente) por la vis cómica de los protagonistas. Uno es Seth Rogen, del que ya se sabía que puede ser agudo e inteligente, y que goza de una comicidad extraordinaria; el otro es Zach Efron, un patán que hasta ahora se había limitado a hacer babear a adolescentes y que aquí sugiere por fin que podría tener algo qué decir en el mundo del cine. El hombre está bien, muy bien de hecho.

 

Con eso y algunos gags excelentes, se puede uno meter en el cine y pasar un buen rato. Si esto es lo que les apetece, Malditos vecinos les dará una gran satisfacción. Se pueden echar unas buenas risas, y eso ya es mucho.

 

La otra, o mejor dicho: otras.

 

En un lugar sin ley: la historia de un delincuente enamorado. Así dicho podría parece una tontería, pero lo cierto es que la trama está narrada con delicadeza (que no cursilería) y los actores son absolutamente excepcionales. Casey Affleck y Rooney Mara no fallan. No lo hacen nunca (fallar) y aquí demuestran cómo se consigue articular un dueto tan potente que levantar una película sobre ellos parece fácil. El personaje de Affleck, un fugitivo, escapa de la cárcel para ver a su novia, con toda la policía del estado siguiendo sus pasos. El final ya pueden imaginárselo ustedes. Una película dura, fibrosa y muy buen construida.

Eso sí, si lo que quieren es algo relajante y entretenido, pues mejor no.

 

Y por último, Mi vida ahora, una peli de trasfondo apocalíptico que yo –tipo duro donde los haya– encontré irresistiblemente poética. La historia de una chica que de repente se halla viviendo en el campo, en un entorno bucólico, a cargo de sus primos. Todo parece transcurrir con calma (como si fuera un capítulo de Pipi Calzaslargas) hasta que pasa algo terrible. No quiero adelantar nada, pero digamos que acojona (mucho) porque, tal como están estos tiempos, lo que sucede sería perfectamente viable.

 

A partir de allí, y con ecos de Alfonso Cuarón y su Hijos de los hombres, la peli transita por lugares oscuros aun sin ocultar que no tiene intención de arrastrar al espectador por el fango.

 

Tampoco es una película sencilla pero es luminosa (a pesar de todo) y está rodada de una forma tan exquisita que es imposible apartar los ojos de la pantalla.

 

Y ya está, yo ya he hecho los deberes.

Ahora les toca a ustedes.

 

Abrazos/as,

T.G.