Queridos y queridas,

 

¿Cómo están ustedes/as? Aquí me encuentro, acompañado de mi perro Groucho, un chucho más negro que el alma de su dueño y que gusta de despertarme cada mañana a las ocho, en festivo o en laborable, esté solo o acompañado. Es un hijo de perra, pero es mi hijo de perra.

 

Después de esta introducción canina, que él me venía reclamando con miraditas y gruñidos (creo que lee este blog a mis espaldas), paso a hablarles de una película que se estrena esta semana y que me tiene entusiasmado. A ver, confieso de entrada que soy tan fan del señor que la dirige que si hiciera una película de seis sobre el señor que repone las verduras en el súper, me pondría el primero en la cola para verla.

 

Les hablo de Spielberg y The Post. No tengo ni idea del título que le han puesto en estos lares y no voy a molestarme en buscarlo. No es que ustedes no se lo merezcan, es que soy un vago.

 

La película cuenta la historia de la publicación de los papeles del Pentágono, una de las mayores filtraciones de secretos de guerra de la historia de Estados Unidos, en 1967.

 

¿Y qué eran los papeles del Pentágono? Pues una gigantesca recopilación de informes secretos que explicaban sin ambages el inmenso desastre que había supuesto para la nación la guerra de Vietnam. Una realidad que la Casa Blanca había ocultado a la opinión pública, a pesar de –o seguramente por eso- de los miles de soldados estadounidenses que habían perdido la vida en el conflicto. Cuando el gobierno descubrió que todos esos documentos habían sido filtrados reaccionó como reaccionan todos los gobiernos metidos en asuntos similares: intentando aplicar la censura.

 

No les voy a contar el final de la historia porque más allá de que pueda encontrarse en internet en menos de segundo y medio, no es lo importante de la película de Spielberg. Lo importante de la película de Spielberg es el riguroso (y apasionante) examen del papel de la prensa. Y llega en un momento en que la prensa se encuentra en una situación crítica, no solo por el nivel de exigencia de la propia profesión (que es irrisorio) sino por los medios con los que trabaja (irrisorios también). Que un tipo se vaya a cubrir el conflicto a Siria, tenga que llevarse el chaleco antibalas y le acaben pagando 100 euros brutos por crónica (conozco al menos dos casos literales, así que no me veo en la necesidad de construir metáforas al respecto). De hecho, aún recuerdo a aquella joven bloguera iraní que contaba la revolución desde dentro, con todo lujo de detalles, hasta que fue secuestrada y sometida a vete a saber tú qué torturas antes de desaparecer del mapa. Los textos de la heroína fueron reproducidos por periódicos de todo el mundo (en España no hubo periódico que no se hiciera eco del asunto de la chavala iraní). Todo hasta que un periodista británico (si no recuerdo mal, era del Guardian) se decidió a indagar para acabar descubriendo que en realidad la joven mártir era en realidad un tipo obeso, que estudiaba en Glasgow, de nacionalidad estadounidense y que no había visto Irán ni por la tele.

 

Spielberg pone al periodista en el centro neurálgico de una guerra que lleva dándose desde que el poder es poder y es esa irritante costumbre de los de arriba de decidir qué podemos saber y qué no, como si tuvieran un termómetro que mide nuestras necesidades informativas. La idea de doblar el brazo al mensajero, de tratar de acallarlo, utilizando todas las tácticas a su alcance, son hoy pura relevancia. Más si vemos cómo se maneja la prensa en este país, propiedad de bancos, fondos de inversión y compañías de todo tipo y pelaje. No me pondré pesado con los ejemplos: basta con que busquen en google.

 

The Post es un delicioso espectáculo visual, apuntalado por un reparto descomunal (con Tom Hanks y Meryl Streep en un duelo de esos que le recuerdan a uno por qué ha pagado la entrada para sentarse ante una pantalla en la oscuridad) y relatado por una cámara incisiva, casi cotilla, que husmea en todos los recovecos del cuarto poder, aunque ahora ya sea el séptimo o el octavo.

 

Maravillosa banda sonora del maestro John Williams, espléndida fotografía del maestro Janusz Kaminski y magistral dirección del maestro Steven Spielberg, que en unos meses estrena otra peli: Ready player one.

 

La última vez que Spielberg hizo algo semejante fue en 1993, cuando estrenó La lista de Schindler y Jurassic park.

 

Qué puto genio, Dios mío.

 

Abrazos/as,

T.G.

 

P.D.: atentos a esa mesa que empieza a temblar cuando arrancan las imprentas del periódico, uno de los planos más bonitos que ha dado el cine en lustros.