Señores y señoras,

qué tal están? he vuelto. Otra vez. Me paso el día volviendo.

Acabo de volver de un tour por los Estados Unidos, Europa y los subcontinentes. Es bastante interesante ver el contraste entre mundos cuando uno va de un lugar a otro sin pasar por casa: desde las maravillosas auroras boreales de la Laponia finlandesa a la monstruosidad que ha construido el patán de Santiago Calatrava en Nueva York, pasando por los acojonados ciudadanos turcos que miran al tendido cuando les preguntas por Erdogan.

He acabado mi periplo en Dubai, una de las ciudades más cochambrosas del mundo. Da igual los rascacielos que construyan o el dinero que tiren desde las azoteas, seguirá siendo un país de pega. Servidor fue a cenar con un amigo a un restaurante, le sirvieron un gran vino, dijo “qué vino tan jodidamente bueno”. Pues bien, el camarero fue a quejarse a su jefe por mi lenguaje. No es ninguna broma.

¿Cuánto duraría este tipo en Europa? Unos 10 minutos.

Eso sí, ahora están construyendo un edificio de un kilómetro y doscientos metros y un puente que contará con una catarata de 200 metros. Así son ellos. Hijos de una dictadura oligárquica que cuentan con 100.000 plazas hoteleras (que serán 200.000 en dos años) de las que apenas cubren un 50 por ciento.

En fin. Ahora me voy a Transilvania, a los Cárpatos. De los 40 grados de Dubai a los -3 del castillo de Drácula. Recen por mí.

Y ya que he encontrado un hueco para dedicar a este mi humilde blog he pensado que en lugar de cine les recomendaré unas cuantas series que me han parecido magníficas, excepcionales o simplemente curiosas.

Empezaré por una serie que me ha cogido por sorpresa porque jamás imaginé que sería decente. Me equivocaba. El exorcista es un show de notable alto, terrorífico en ocasiones y con uno de los mejores actores que hay por ahí fuera, un tipo llamado Ben Daniels. Su papel de exorcista atormentado es memorable y el tono de la serie se beneficia de ello. La historia se centra en el caso de una adolescente que empieza a tener extrañas visiones y cuya madre acaba deduciendo que la criatura ha sido visitada por el ángel caído. Da miedo. En serio.

La segunda recomendación se llama Easy y es una serie muy pequeña de Netflix. Cada episodio es independiente del anterior (aunque existe una relación entre personajes que vamos descubriendo) y sus argumentos aparentemente sencillos esconden una mala hostia considerable. Es una serie sencilla, como su nombre indica, pero me lo he pasado pipa.

Para la tercera tengo ciertos matices y algunos reparos. Se llama Black mirror y tiene muchas cosas buenas y otras tantas malas. La buena (la mejor) es su fiero análisis de la moderna esclavitud tecnológica y la mala (la peor) es la poca empatía para con sus personajes que a mí (particularmente) me saca completamente de la trama. Aun así, reconozco su brillantez formal y su capacidad para angustiar, aunque el castigo sea tan subrayado que acabe aburriéndome.

Y por último, Westworld, mi serie favorita del año junto a The night of (les hablé de The night of?, recuérdenmenlo, anden). Westworld es la adaptación de la novela homónima de Michael Crichton y habla de un parque temático habitado por autómatas de última generación donde los turistas adinerados pueden vivir como si estuvieran en el lejano Oeste. Naturalmente, la cosa se desmadra y eso les sirve a los creadores para acercarse con habilidad a los territorios de Blade runner. Una serie memorable.

Hagan los deberes, no me sean vagos.
Abrazos/as,
T.G.