Buenas,

Hace unas semanas estuve trabajando en Los Ángeles, esa horrible ciudad donde si uno va a pie a cualquier parte corre el riesgo de ser confundido con un delincuente. Pues bien, trabajo aparte, pude acercarme a un cine a ver la última película de Peter Jackson, The lovely bones.

Sé que por estos parajes corren muchos detractores de la adaptación que Jackson hizo de la obra de Tolkien, pero yo me confieso seducido por buena parte de la propuesta (mi gran “pero” ,aunque hay más, es que Elijah Wood no tenía suficiente talento para ser Frodo). Me gustó su apuesta por los actores clásicos (como el maravilloso John Noble o el igualmente espectacular Bernard Hill) y el hecho de que éstos pudieran declamar los diálogos en lugar de –simplemente- soltarlos. Me gusta la épica, me gusta la música, me gusta Viggo Mortensen… en fin, que me gusta la trilogía. No es perfecta, pero me gusta.

Las primeras obras de Jackson, Mal gusto y Braindead (aquel filme que alguien en España tradujo como Tu madre se ha comido a mi perro) me parecen una delicia: el enfermizo sentido del humor del realizador me pareció cojonudo en su momento y me lo sigue pareciendo ahora. También King Kong me entretuvo mucho más de lo esperado y contiene momentos de puro cine (el mono resbalando por el hielo es una de esas cosas que tengo grabadas en la retina, a lo mejor porque soy un animalista convencido… o sea que me gustan los animales).

Criaturas celestiales ya es arena de otro costal señores y señoras: una obra maestra absoluta. Pocas veces en mi vida he salido tan aturdido de un cine. La historia de las dos niñas viviendo en un mundo lleno de muñecos de barro y príncipes de fábula que acaban cometiendo el más terrible de los crímenes me dejó sin habla. Así descubrí a Kate Winslet y al cinéfilo impenitente que se escondía dentro de aquel tipo gordo llamado Peter Jackson.

Sin embargo, muchos kilos después (aunque nadie interprete que digo que ahora que está delgado el tío ha perdido el coraje que le daba su aspecto… no es eso lo que quiero decir) algo le ha pasado a Jackson. Lo que antes era mala baba, fuerza, falta de complejos y desparpajo ahora es comercialidad mal entendida y una necesidad –incomprensible a mi entender- de gustar a todos y cada uno de los espectadores que andan por ahí entrando y saliendo del cine.

Eso es The lovely bones, una película atrapada en su propia telaraña de infantilismo cinematográfico.

Para aquellos/as que no lo sepan el último trabajo de Jackson explica la historia de una niña violada y asesinada que después de morir va al cielo (o al concepto religioso de “cielo”, el paraíso para que nos entendamos). Desde allí ve lo que pasa después de su muerte y como sus seres queridos lidian con ello.

Podía haber sido un drama brutal, sin concesiones, sobre los huecos que dejamos cuando abandonamos el mundo. Podía haber metido la cámara en las rendijas que se abren en cada uno de nosotros cuando perdemos a alguien querido, más si nos ha sido arrancado en circunstancias como las de la mencionada niña.

Sin embargo, en lugar de emprender el camino que ya tomó en Criaturas celestiales, el director prefiere acudir a la lagrimilla tonta, a la autoindulgencia, al culebrón de sobremesa para todos los públicos. No hay nada en ella que resulte duradero o extraordinario (sí, Stanley Tucci compone un villano excelente, pero dado que no entendemos la magnitud de su crimen, porque éste –en una decisión absurda- nos es escamoteado, nunca llegamos a entender del todo de donde viene y adonde va su personaje) pero hay multitud de cosas cabreantes y la primera es el tratamiento al personaje protagonista, una magnífica actriz llamada Saoirse Ronan, que ya daba lecciones de interpretación en Expiación.

Lo de los efectos especiales, y el cielo que Jackson pretende que creamos –hasta los teletubbies encontrarían el sitio empalagoso- es lamentable. Pasará mucho tiempo hasta que veamos un uso tan inservible y estéril de la tecnología.

Debía haber sido una gran película pero les ha salido esto.

Pues vale.

T.G.

P.D.: ya me contarán ustedes si esta vez me he pasado… o no.