Prometheus

Voy con retraso. No debería extrañarles porque yo siempre voy con retraso y algunas veces ni siquiera llego. De todas formas les prometí que hablaría de Prometheus y les he dejado tiempo para poder verla y digerirla antes de ofrecer mis –siempre medidas- impresiones (esto último es una excusa barata, simplemente no me ha apetecido escribir hasta esta mañana pero si lo digo igual hasta quedo bien) sobre la última película de Ridley Scott.

Empecemos por el principio: el guión no hay por donde cogerlo. Quiero dejarlo claro ya de entrada porque aunque no se puede negar que el libreto perpetrado Damon Lindelof es a la ciencia-ficción lo que un tetrabrik de Don Simón al vino. ¿Me explico, no?.

Sin embargo, cuando uno lleva diez minutos de película nada podría importarle menos que el maldito guión porque el despliegue visual y la escala de la película es tan monumental que sólo cabe reclinarse en la butaca, dejar de buscar sentido a los diálogos y abrir mucho los ojos para que no se te escape nada.

Prometheus es –teóricamente- una película sobre dos de las preguntas fundamentales de la humanidad, en realidad variaciones del mismo tema: ¿de dónde venimos?, ¿qué somos?. Para resolver el enigma dos tortolitos (científicos para más señas) emprenden un viaje a un planeta lejano que podría contener las respuestas. El problema es que una vez allí las preguntas se vuelven borrosas y los que deberían contestarlas no están por la labor.

El mundo de Prometheus –como se ha dicho hasta la saciedad- es un claro referente al universo Alien: los fans reconocerán la arquitectura del xenomorfo, su diseño mecánico-orgánico de líneas tortuosas y algunas claves de precuela (que sólo se resuelven al final) que tratan de establecer una conexión directa entre el bicho creado por HR Giger y las criaturas de este planeta.

El gran logro de Prometheus es conseguir que ese submundo alienígena acaparé todo el protagonismo y tape las vergüenzas de la película. Es obvio que la trascendencia de la película reside en sacar brillo a los grandes ítems de la ciencia-ficción de toda la vida y en eso Scott es un genio. El envoltorio estético de la película es más importante que la cruz de la protagonista o los momentos en que ésta reflexiona sobre la fe o el origen de la vida. Más allá de la reflexión teórica sobre el origen de la humanidad (que parece sacada de algún libro de Erich von Däniken) que resulta sorprendentemente interesante a pesar de su endeble estructura argumental lo más importante de Prometheus es la resurrección de la ciencia-ficción de grandes dimensiones, la que vimos en 2001: Una odisea del espacio, sin ir más lejos, aligerando –eso sí- la carga filosófica para entrar más en una órbita religiosa. Todo muy tenue, eso sí, no vayan ustedes/as a creerse que van a entrar a ver un tocho religioso que navega entre el diseño inteligente, el creacionismo y la herencia judeo-cristiana.

Prometheus es ante todo un gigantesco espectáculo: el diseño de producción es espeluznante, la dirección excelente, el montaje increíble. Además tiene a Michael Fassbender, Noomi Rapace y Charlize Theron, que fijan y dan esplendor y multitud de toques maravillosos (el impresionante prólogo, ese video de Lawrence de Arabia, la auto-cesárea, la segunda visita al templo, el clímax final, el cameo de “la criatura”) que convierten un filme concebido para ganar dinero en un auténtico gustazo.

Habrá una secuela, seguro, y un servidor pagará para verla porque le gusta ver a un director que tiene la capacidad de sobreponerse a una escritura de circunstancias con las herramientas que te proporciona conocer a la perfección el género que tocas. No tengo duda de que Scott ha firmado su mejor película en lustros, casi me atrevería a decir desde Blade Runner y que visión del universo en Prometheus es uno de los mejores regalos que se han hecho a la ciencia-ficción desde los tiempos de Matrix (la primera, ojo).

Por cierto, no dejen de ir a ver Ted, las aventuras de ese oso de peluche borracho y faltón que se dedica a tocar los cojones por doquier. Y por el amor de Dios, no se lleven a los malditos niños (este fin de semana el cine lleno de chavalines de 11 y 12 años viendo una peli que es para ADULTOS). Así es este país: un desvarío.

Pórtense bien.

Abrazos/as,

T.G.