Amigos y amigas,

Pues por fin ha llegado el día.

Ya puedo hablar de El juicio de los 7 de Chicago.

Vi la película hace ya unas semanas, pero -ya saben cómo va esto- no puedo decir nada hasta que me autorizan a hacerlo desde la compañía de turno.

No entiendo muy bien por qué se siguen haciendo este tipo de cosas (‘embargos’ los llaman), pero cada año estamos con lo mismo unas cuantas veces. Supongo que creen que soltar tu opinión antes de tiempo, va a tener una influencia en futuros espectadores o algo así. Yo tengo muchas dudas de que nada de lo que yo diga vaya a convencer a nadie de nada. Es más, las películas que más me han gustado en la última década se han pegado impresionantes hostias en la taquilla, mientras que las que he odiado han hecho pasta y premios.

Pero, oye, ¿qué cojones sabré yo de nada?

El juicio de los 7 de Chicago es una película de ese genio llamado Aaron Sorkin.

Sorkin es el tipo de Algunos hombres buenos, El ala oeste de la casa blanca, La red social o Studio 60 on the Sunset Street. O sea, un puto genio.

No hay demasiada discusión cuando se trata de valorar el talento de Sorkin, su habilidad para los diálogos, su capacidad para dibujar personajes interesantes y lo basto de su conocimiento en términos generales. El hombre sabe de política, de filosofía, de sociología, de historia y de todo lo demás.

Así que yo ya arranqué esta película (producida por Netflix, y es que los tipos están posicionándose también en este sector -el de cine de calidad- como una compañía que sabe cómo convencer a los grandes, llámense Scorsese, Fincher o Sorkin, para trabajar con ellos) poseído por las expectativas. No en vano, estamos hablando de uno de los mejores guionistas de la historia contemporánea del cine.

El filme habla de los disturbios que se produjeron en Chicago en 1968, en la convención del Partido Demócrata que se celebraba allí. Y -sobre todo- del juicio posterior.

Allí, con un juez de parte (impresionante Frank Langella, al que le va a caer nominación al Oscar sí o sí), siete tipos son juzgados por todo tipo de memeces, en una de las triquiñuelas legales más vergonzosas de los Estados Unidos.

Y eso es la peli: una peli de juicios. Una peli cojonuda de juicios. Una peli de la vieja escuela, sin sobresaltos, medida como un reloj de arena. E igual de hipnótica.

No quiero hacer spoilers, así que no lean nada al respecto. Solo les diré que hay una escena espectacular con un miembro de los Panteras Negras, otra con el propio juez y un montón con Sacha Baron-Coen, que está tan jodidamente brillante que si no gana el Oscar a mejor actor, es que están haciendo trampas.

Bueno, de momento. Me quedan muchas películas por ver.

La dirección es estupenda, la peli dura dos horas largas y es entretenidísima. Uno se siente mejor viendo a un reparto tan brillante, soltar retahílas de sabiduría sin despeinarse y que parezca que el mundo -por un momento- haya sido siempre así.

¿Qué hay ciertas concesiones sentimentales? Sí.

¿Qué el final tiene cierto sabor a patriotismo de Hacendado? También.

¿Qué es un peliculón de rompe y rasga? Sin duda.

En quince días, la tienen en Netflix.

Enjoy.

Abrazos/as,

T.G.