Hola amigos y amigas,

¿Qué tal están?

Me hallo algo griposo, pero parece que mi vida no peligra por el momento.

La semana que viene ya veremos, pero creo que llegaré a mañana.

(Crucen los dedos. O sacrifiquen una gallina, lo que ustedes consideren necesario. Para que mis designios se cumplan y llegue al lunes sano y salvo)

Hoy les hablaré de la peor serie que he visto en una década. Ya, ya lo sé.

‘Este tío otra vez con sus boutades’.

Pero no, les juro por Lionel Messi que no les miento.

Foodie love es lo más lamentable que le ha pasado a la tele en años. Una estafa televisiva de tamaño XXL que solo se justifica por el pretendido prestigio de su creadora, guionista, productora y directora: Isabel Coixet.

No es secreto que no puedo con el cine de Isabel Coixet. Me parece vacuo, vacío, estéril, frívolo, pretencioso e irrelevante. Ya, ya sé. ‘Pero su cine, ¿le gusta a este tío o no? No logro descifrar el subtexto’

Creo que tiene películas estupendas, como su opera prima Cosas que nunca te dije, y la excelente Mi vida sin mí.

En la primera no se aprecia ni rastro del delirio estético que se apoderaría de ella después y los pocos destellos de ese problema acaban siendo una gota en el mar, gracias a un buen guión y una dirección espléndida; la segunda es una gran peli, dura y rotunda, con una dirección de actores maravillosa.

Hasta aquí lo positivo.

El resto es puro humo: esteticismo sin rumbo, frases que sonrojarían a Paulo Coelho, reflexiones grandilocuentes en papel de fumar. Empezando por los títulos de sus películas, un auténtico catálogo de impostación que resulta clarificador. Detrás de toda esa palabrería no hay nada. Es la peor clase de arte: que se empeña en reivindicarse cuando en realidad no tiene nada que decir.

Y ahora llega esta cosa: Foodie love.

Una serie que ha pagado HBO (no consigo explicarme por qué razón) y que cuenta la historia de dos personas que tienen una serie de citas alrededor de una mesa. Y hablan de sí mismos, de sus frustraciones, de comida y de la madre que los parió.

Y explicado así no deja de ser atractivo. El problema es que –de nuevo- es un listín de menudeces, frases hechas, pensamientos que nunca deberían salir de la boca de alguien. Tipos que dicen que no les gusta esto y lo otro, que explican anécdotas de medio pelo, que llenan de charleta barata lo que debería ser silencio.

El problema de Foodie love es su férrea voluntad de trascendencia, su vocación de serie moderna y ‘cool’ que acaba siendo una terrible parodia, conducida por una pareja de buenos actores a los que se ha sumergido en el fango de la mediocridad.

Todas esas conversaciones que pretenden ser ágiles y ocurrentes y no son más que caligrafía de la nada. Como mirar un árbol disecado con un amigo mientras le sueltas un discurso sobre lo poderosa que es la naturaleza.

Es el mismo problema, el problema sistémico del cine de Isabel Coixet. Cuando no hay más que preciosismo barato, insolvente, causado principalmente por el hecho de que alguien la ha convencido de que puede ser su propia guionista. No Isabel, no. No eres buena guionista, e igual si alguien te echara un cable con eso, otro gallo nos cantaría.

Les dejo que comprueben por sí mismos/as si exagero o no. La serie se estrena la semana que viene y si después de cinco minutos del primer capítulo no sienten un incontrolable impulso de autolesionarse, es que puede que les guste.

El que avisa no es traidor.

Abrazos/as,

T.G.