Amigos y amigas,

Qué tal va todo?

Pues aquí me encuentro, después de un fin de semana de ver más naderías y alguna cosita satisfactoria. No sé sin comentar las naderías, porque para qué.

Mucha serie irrelevante, mucha película hecha con cuatro pesetas, mucha memez que acaba por cansar a los veinte minutos.

Al final me refugio en las pelis de John Carpenter, o de David Fincher, o en Granujas a todo ritmo o en alguna de Capra o en algún libro cojonudo.

Por cierto, hablando de libros, déjenme recomendarles Colapsología, un brutal ensayo de Pablo Servigne y Raphael Stevens de cómo nos estamos yendo a tomar por culo a una velocidad de vértigo.

No lo lean si no desean sufrir varios ataques de pánico seguidos… bueno, ya me entienden.

Vengo hoy a hablarles de una película (otra) que al parecer entra en las quinielas de los Oscar. Hay un momento en la vida en que entiendes que cuando alguien te dice ‘la quiniela de los Oscar’, debes ignorarlo por completo. No voy a hacer aquí una lista de las películas de mierda que han ganado el Oscar, ni del hecho de que Bill Murray no se lo llevara por Lost in translation. Simplemente quiero decir que esa frase no significa nada. Normalmente, alguien se lo inventa en un departamento de marketing y algún señor random le da bombo porque se lo cree. También hay casos en los que la película realmente podría aspirar a ganar algo en algún sitio.

No sería este el caso.

La película en cuestión se llama One night in Miami.

Es la adaptación de una muy exitosa obra de teatro que triunfó por todas partes. En la misma, se produce un encuentro ficticio en Miami una noche, entre Jim Brown, Muhammad Ali, Malcolm X y Sam Cooke. Todo empieza la noche del 25 de febrero de 1964 cuando Ali derrotó contra todas las previsiones a Sonny Liston y se proclamó campeón del mundo de los pesos pesados. La película especula con qué hubiera pesado si estos cuatro mitos se hubieran encontrado y pasado la noche charlando sobre la vida y la muerte y el racismo y el país.

No les engañaré: la película esta muy bien escrita. Se nota que hubo un profundo trabajo de guion para su formato original (el teatro, vamos), y que los diálogos son profundos y afilados. Los personajes son creíbles y están bien dibujados. Los actores son buenos. Muy buenos, incluso.

Seguro que están ustedes/as preguntándose ahora mismo: entonces, ¿cuál es el problema? Pues que no hablamos de teatro; hablamos de cine.

Cuando uno se sienta en un teatro acepta unas reglas. El formato es un formato estático. Cuando uno se sienta delante de una película, espera algo completamente distinto. En este caso, lo que vemos es teatro hablado. Hay cierto esfuerzo de montaje (en balde), pero la dirección es plana como el parque al que llevo a pesar al cabrón de mi perro cada mañana a las seis.

Y así es la cosa. ¿Quiniela de los Oscar?

¿Qué cojones sabré yo de nada?

Si fuera por mi le daba todo a Nomadland, la de Sorkin y Mank y me quedaba tan ancho.

Lo dicho: ¿qué cojones sabré yo?

Abrazos/as,

Toni

P.D.: la peli está en Amazon prime, por si les apetece verla.