Amigos/as,

Esta semana he dado un repaso contundente a la cartelera y –os confieso con resquemor- que me he quedado igual.

Primero me fui a ver esa cosa llamada Prince of Persia, Las arenas del tiempo. Como no soy muy aficionado a los videojuegos no puedo opinar sobre lo que se supone que es el origen de la película. De cine tampoco es que sepa mucho pero con mis conocimientos me basta y me sobra para afirmar que el filme de Jake Gyllenhaal y Gemma Arterton es una sonora pedorreta de tropecientos millones de dólares.

A ver, entiendo las razones financieras que pueden fundamentar un proyecto como este, al fin y al cabo el séptimo arte es –primordialmente- una cuestión de pasta. Lo que no entiendo es que Mike Newell (director de una película tan apreciable como Cuatro bodas y un funeral y de una obra maestra como Donnie Brasco) se meta en estos fregados… bueno, sí que lo entiendo, poderoso caballero es don dinero.

La cuestión final que se alza ante mí como un muro de hormigón (me encuentro hoy muy poético como pueden advertir) es la siguiente: ¿por qué demonios una película cuya única exigencia es resultar entretenida puede ser tan endemoniadamente aburrida?

Las escenas de acción son confusas, lo de Gyllenhaal luciendo músculo me parece de la misma verosimilitud que Santiago Segura encabezando el reparto del próximo remake de Conan (interpretando a Conan, obvia decirlo) y la química entre la pareja protagonista es la misma que tienen mi perro y un cactus que tengo en el balcón.

Todo ello por el módico precio de 150 millones de dólares (voy escribirlo con todos los ceros: 150.000.000).

Vale, ahí lo dejo, creo que me habrán entendido.

Después recuperé Yo soy el amor, el alabado filme de Luca Guadagnino que gustó –con reparos- en la Mostra de Venecia y que ahora veo por ahí que califican de obra maestra. Hombre, digo yo que no será para tanto.

La película tiene una primera media hora magistral en su ejecución. La gélida vida de la alta burguesía milanesa jamás había resultado tan dolorosa en pantalla grande. Hasta ahí todo bien: Tilda Switon perfecta en su cometido y un reparto medido para acomodarse a ella. Sin embargo cuando aparece el cocinero –no daré más detalles para no perjudicar a los/las que decidan arriesgarse a gastarse los ocho euricos- y el realizador decide que aquello tiene que ser dramático sí o sí, a mí me pierde.

Ya no comento las típicas y tópicas escenas de amor, con un esteticismo de manos enlazadas y primeros planos al sol que resulta cargante hasta decir basta; ni el desenlace, muy triste y sufrido pero absolutamente desmesurado. Supongo que el exceso debe resultar realista pero a mí no me convence.

Por lo menos no es en 3D, así que quien no se conforma es porque no quiere.

Pero si Yo soy el amor no me ha convencido no puedo por menos que decir que me parece una obra maestra al lado de esa alcachofa fílmica de Giuseppe Tornatore llamada Baaria. La cosa se agrava porque encima el camarada Tornatore se pasea por ahí como si fuera Orson Welles. Amigo Giuseppe: Novecento la hizo Bertolucci ya hace mucho tiempo y tú no le llegas a Bertolucci ni a la suela del zapato.

Pude ver su rollazo siciliano en versión original (por lo menos podías pasar un buen rato con el acento de los actores) pero ni por esas. Dios mío, qué horror de película.

Aurora Boreal no me ha convencido, cierto es que el libro tampoco me entusiasmó pero creo que a la adaptación le falta sangre. Cuanto daño ha hecho Stieg Larsson (que no será Borges pero cómo entretiene).

Y por último un apunte para mi querido/a Croquetas: si MGM quebró es por una serie de razones financieras inconcebibles (apostar por películas ignominiosas una vez y otra vez) más que por una situación coyuntural más o menos grave. Como pista diré que en los últimos nueve meses solo han estrenado una película: The Hot Tube Time Machine, que en España se titulará algo así como Jacuzzi al pasado (no es broma). Mientras que de la media docena de proyectos que tienen en nevera no hay ninguno que parezca fiable y por lo tanto ahí se quedan, en la nevera. A mí su caso me recuerda a United Artists: una pésima política de estrenos que acaban por arrastrar a la compañía a la bancarrota.

De lo de Sony diciendo que pensaban irse de España, sólo decir -como ya circuló en su momento por el inframundo del cine español- que era todo una falacia, un globo sonda para ver qué pasaba. ¿A quién se le pasa por la cabeza que abandonen el octavo mercado mundial –si recuerdo bien- cuando pueden seguir exprimiendo el asunto?

De hecho fue decir eso y desaparecer, nunca más se supo.

Dicho esto, nunca he jaleado las descargas pero que la industria cree que enrocándose va a sacar algo en claro es impepinable. Y que esa no es la solución, también.

Digo yo, ojo.

Abrazos/as,

T.G.