Hace días que me pasa lo mismo: llega el viernes y pienso, “va, hoy les hablaré a estos chicarrones y chicarronas de Almodóvar y de su peculiar manera de ver el cine”. Pero luego voy y me deshincho, me invaden los temores, no lo veo claro. ¿Para qué voy a atormentarles con la historia de ese señor de La Mancha y sus seres sexualmente
asexuados?, ¿de verdad les interesa saber que La piel que habito es una de las memeces más sonoras que ha parido el cine español en los últimos tiempos? Perdónenme pero yo creo que no.

Recuerdo el pase en el que la vi, con mayoría de periodistas ingleses, donde todo el rato se oían grandes risotadas. Había un tipo a mi lado, hundido en la butaca, descojonado. Al final me dijo: “Almodóvar tiene
muchísimo talento para la comedia, no lo sabía”. Fui incapaz de decirle la verdad, de contarle que el manchego de oro decía que éste era su drama más potente, “una bajada a los infiernos”.

Y la peña partiéndose el culo. Ole tú.

Así que lo dejaré aquí, lo dejaré para no tener que hablar de lo mal actor que es Banderas (cada día un poco peor) del que nadie puede recordar ni una sola película de su cacareada etapa americana. Bueno,
yo soy fan de El guerrero número 13 pero ese es mi problema, uno de los muchos que tengo.

También me ahorro hablar del marrón en el que han metido a la pobre Elena Anaya y de ese esperpento con patas que es Marisa Paredes. Sobre todo me ahorro hablar de ese final inmundo, donde se huele que
Almodóvar vive en su propio universo de artisteo y sobredosis de humos. Bueno, él y su hermano y toda la tropa que se dedica a hacerles el paseíllo. Sí, el tipo tiene talento, ha hecho algunas películas maravillosas, ¿significa eso que cada cosa que firme es una obra maestra indiscutible y que debemos besar por donde pasa? No.

Vale, ya he liquidado ese tema tan cansino de esos creadores patrios intocables que no saben encajar una mala crítica y que dividen a la humanidad entre los “están conmigo” y los “están contra mí”. Todos la cagamos alguna vez y algunos la cagan todo el rato, Almodóvar es de los primeros. Yo me siento más cómodo en la segunda facción.

Hablemos ahora de Somewhere, la película de Sofia Coppola que se estrena un año y medio después que en el resto del planeta (sí, vale, en Somalia no la han estrenado aún), porque nosotros somos así. Le dan a un filme el León de Oro en un festival de cine de categoría A y lo que hacemos es retrasar el estreno quince o dieciséis meses. Con un par.

Debo advertir que –como muchos/as ya sabrán- los que esperen otro Lost in translation pueden ir peinándose, con raya o sin ella, eso lo dejo a su elección. Ya me hubiera gustado decirles lo contrario pero
lamentablemente las expectativas no se han cumplido.

¿Es Somewhere una mala película? Ni de coña. Lo que sí podemos decir es que tiene uno de esos ritmos que invitan al relax y a la contemplación, y a veces a ambas cosas. Yo me lo pasé bien viéndola porque –de alguna manera- conecto con ese ritmo apaisado y apaciguado de la Coppola. Me gustan esas historias
que no tienen que ir a ninguna parte en concreto porque en realidad no pretenden ir a ninguna parte.
Somewhere es una peli pequeña con amor (obsesión incluso) por los detalles, que cuenta la historia de un actor de cine que no acaba de encontrarse a gusto en sus zapatos. Vive en un hotel (el mítico Chateau Marmond de Los Ángeles) y pasa los días más aburrido que una ostra, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Todo cambia cuando un día aparece su hija pequeña (maravillosa Elle Fanning) que le pone nombre y apellidos a las prioridades del artista.

Ya he dicho que es una peli de pequeñas cosas, nada grandilocuente. Si gustan de esa clase de cine sin prisas y con mucha pausa, Somewhere les gustará. Si quieren un sábado movido no.

Más claro el agua.

En un par de días hablaremos de No habrá paz para los malvados. Una buena peli.

Abrazos/as,

T.G.