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¿Qué tal señores y señoras? ¿Ha pasado ya por su casa el pequeño Nicolás?

Ya saben, ese Santa Claus de dentadura bugsbunnyana que llevaba regalos a los pudientes en su coche oficial de sirena azul. El que cuando el juez le dijo “vuelva usted a la escuela y acabe sus estudios”, le contestó: “no puedo, soy trending topic”.

 

No se si me hace más gracia el pequeño Nicolás o los que pretenden hacernos creer que era un pobre enfermo mental que viajaba con dos guardaespaldas, en coche oficial y que por algún delirio no diagnosticado consiguió colarse en la ceremonia proclamación de Felipe VI. Sólo falta que nos digan que siempre iba a las reuniones con un embudo en la cabeza y que si ponemos las grabaciones de sus gestiones al revés se puede oír “estoy fatal de lo mío”.

 

En este país hemos llegado ya a un punto en el que esperan que nos traguemos que nadie conocía a este tipo, que el coche oficial lo tenía porque le tocó en un sorteo en la feria de su pueblo y que la sirena se la pilló en el mediamarket en la semana sin IVA.

¿Las fotos con Aznar, Esperanza Aguirre y Gallardón? Photoshop. Que le pongan ya la camisa de fuerza y al manicomio con él. Sobre todo que no manche a nadie, no fuera a ser que se destapara un pastel que involucrara a toda clase de fuerzas vivas y dejara en evidencia a unos cuantos lerdos con corbata.

 

España en estado puro.

 

Hablemos de cine, que para eso estamos.

 

Espero que ya hayan ido todos a ver La isla mínima, Relatos salvajes y Perdida porque esta semana llegan un par de cosillas interesantes.

 

La primera se llama Coherence, que es una película muy pequeñita, hecha con cuatro chavos donde un grupo de amigos se reúne en la casa de uno de ellos para cenar hasta que el paso de un cometa hace que la noche se convierta en una auténtica pesadilla.

 

Les recomiendo que no lean nada de la película porque les puede joder la marrana en menos que canta un gallo. Basta con que sepan que la película no es una historia de vampiros, hombres lobo y zombies y que la tensión psicológica y la resolución al enigma están construidas de forma brillante. Por supuesto, a la película se le pueden encontrar pegas pero hay que reconocer que el giro es excelente y que te deja con un palmo de narices.

 

Hacía tiempo (permítanme que se lo diga) que no veía una película de ciencia-ficción tan bien hilada y cuya premisa me resultará así de inquietante.

 

Muy recomendable.

 

Luego hay una de esas películas para toda la familia en la que sale Jon Hamm (el Don Draper de Mad men) y que –la verdad- no molesta y se ve con (semi)agrado. Si tienen ganas de película amable esta es la suya: El chico del millón de dólares.

Cuenta la historia de un tipo que se inventa un concurso para descubrir a un talento del beisbol con un sonado premio. Para hacerlo, y con la intención de popularizar el deporte en la India, allí que se va. El resto ya se lo pueden imaginar: malos entendidos culturales, confusiones idiomáticas y mucha buena voluntad.

 

Por si no tienen otras cosa qué hacer.

 

Drácula, la leyenda jamás contada, es una de esas películas que causara amores u odios, dependiendo puramente de las expectativas depositadas en ella. Cuenta la leyenda de Vlad El empalador con un saborcillo de serie B (no tanto en los efectos especiales, magníficos, como en el tono y la propia naturaleza de la narración) que a mi me resultó encantador. Como les habla alguien que se lo pasaba bomba con las películas de la Hammer y que tuvo una de las mejores noches de su infancia viendo Kung-Fú contra los siete vampiros de oro es bastante lógico que la recomiende.

 

Ahora bien, si no disfrutan de ese tipo de cine de modales relajados y guiño constante al fan, es mejor que se alejen de las salas donde la proyecten.

 

Y por último (no se quejarán, que hoy he ido a por todas) El juez, una película que me genera sentimientos encontrados. Por un lado me encantan tanto Robert Downey Jr. Como Robert Duvall; por el otro creo que la película no funciona como drama, ni como thriller así que queda supeditada a los encuentros entre los dos actores y –lamentablemente- eso no es suficiente.

Así que el relato del doloroso reencuentro entre un brillante abogado y su (odiado) padre, un rígido juez, se queda en ninguna parte por culpa de un guionista poco avezado en los intríngulis de las emociones humanas y un director algo rustico.

 

No está mal, y tiene partes potentes (el descubrimiento de algunas facetas del comportamiento errático del juez) pero no es la película que hubiera podido ser.

 

Y ahora, si me perdonan, acaban de llamar al timbre: debe ser el pequeño Nicolás.

 

Abrazos/as,

T.G.