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Bueno, me he retrasado un día pero seguro que me lo perdonan. Esta vez sí, hablaremos de cine, que ya va siendo hora.

Como ya les conté en mi último post en Estados Unidos vi unas cuantas películas. Una obra maestra, dos grandes películas y una regular tirando a mala, aunque con sus cosillas.

De esta última me propongo hablar hoy, víspera de esa fiesta tan maravillosa que es la Navidad, donde nos peleamos con la familia política, tiramos de hipocresía durante veinticuatro horas y nos ponemos hasta las cartolas de beber, comer y, si es el caso, fumar. Yo pienso beberme el Mediterráneo en dos etapas: hoy por la noche y mañana. Si quieren que les deje algo díganlo ahora. No me vengan luego con quejas.

Pero vamos al tema, que no es otro que J.Edgar, la última película de Clint Eastwood.

Las primeras críticas (a la yugular del director) ya dejaban claro que aquello no iba a ser Sin perdón o Un mundo perfecto o El jinete pálido o Los puentes de Madison. Pero claro, uno siempre puede disentir, y –qué cojones- no hay nada que nos guste más en España que llevar la contraria. Así que cuando me metí en el cine entré convencido de que me iba a gustar. Y punto.

No había palomiteros de palomitas, fuera llovía a mares y el cine se estaba calentito. Es decir, que no había excusas: la proyección era correcta, el sonido también y no había nadie hablando por el móvil y ningún adolescente consultando el Facebook.

Dos horas y media después quería quemar la sala, al señor gordo de la camiseta blanca, a la pareja de viejos con gafas, al tipo de la bolsa de piel, al taquillero, al proyeccionista, al negro que tocaba el violín a la puerta del cine y a todos los bastardos que cenaban en el restaurante de la esquina.

¿Y por qué? Se estarán preguntando mientras suben la calefacción porque un escalofrío acaba de estremecerles.

Pues porque la película es un tostón, una memez, la obra de un mequetrefe, una bobada, un ataque de meteorismo, un eructo al viento… una cosa indigna.

No sé que le pasó a Eastwood, igual estaba vago, igual no se creyó la historia y ya era demasiado tarde como para retirarse, igual se aburrió, igual pensaba que se le había acabado la leche en casa y que debía pasar por el supermercado justo en medio de las escenas más importantes del filme. La cuestión es que la película sobre ese cabrón llamada John Edgar Hoover debería ser borrada no solo de la filmografía del gran Clint sino de la faz de la tierra.

Pero empecemos por el principio: el último filme de Eastwood habla del hombre que llevó al FBI a su máxima expresión. Este señor, racista, furibundo anti-comunista y atormentado homosexual que jamás quiso salir del armario. Durante 48 años ejerció su poder contra todo el que le opuso y en ese tiempo, y a través de una red transversal de informadores que abarcaba todas las áreas posibles, acumuló miles de dossiers sobre la gente que mandaba y los uso para manipular la realidad a su antojo, eliminando por el camino a innumerables enemigos y gente que simplemente se cruzó en su camino.

Le interpreta (con estupenda convicción y poca suerte) Leonardo DiCaprio, que trata de trascender su inexplicable maquillaje (a mi que me digan lo que quieran, no cuela) para trazar un retrato preciso del pérfido personaje. Su colega de batalla es otro buen actor que aquí parece poseído por la gilipollez: Armie Hammer. Si me quejo del maquillaje de DiCaprio mejor no digo nada de lo de este pobre chaval, al que alguien le ha dicho que ser viejo significa que medio-cierres el ojo izquierdo y muevas la cabeza arriba y abajo a cámara lenta como si se te hubiera metido una mosca en la oreja y pretendieras hacerla salir sin utilizar en las manos.

Así, lo que queda por culpa de la mala utilización de los efectos especiales y la falta de alma del filme es una tontería, bien filmada a ratos y con algunas buenas escenas (Hoover imaginándose a si mismo como un héroe; el primer encuentro entre éste y su ayudante, donde ya se percibe cierta tensión sexual) dignas de mención. Un relato deslavazado, moroso, aburrido, de lo que fue una época vital para entender la mentalidad de algunos en Estados Unidos.

Es una pena que no hubiera más putería por parte de los involucrados en el proyecto, más ganas y más intención. No puede ser que un personaje tan repugnantemente fascinante acabe siendo una hoja de papel escrita con prisas.

Clint, tío, tú no puedes hacernos esto.

¿Óscar para DiCaprio? JA.

Feliz navidad amigos/as, sean buenos, aunque solo sea por un rato. Pasado mañana pueden volver a ser los cabrones/as de siempre.

T.G.