Odio el verano. Es más, no entiendo a la gente que espera ansiosamente que llegue esta época del año donde te pasas el día muriendo de frío en interiores y ardiendo en llamas en el exterior.
Luego están esos días grises donde uno se muere de asco que solo son frustrantes en julio y agosto, porque al invierno ya se le suponen esas cualidades.
Además, ¿qué puede hacer uno en plena canícula cuando no es más que una masa sudorosa?. Yo se lo digo: nada. Ni siquiera despellejándote logras aplacar al astro rey (ya no digo si vives en la costa y tienes que lidiar con el otro principe de las tinieblas, ese monstruo llamado humedad).

En cambio en invierno se coloca uno un gorrito, la bufandita, se sube el cuello de la chaqueta, se pone un jersey más gordo y Aleluya! Por no hablar de las noches, esas noches frías en las que la manta y el hombre se fusionan…

¿Y a qué viene todo esto, se preguntarán ustedes/as? Pues a que esta noche he sido presa de la furia del mosquito tigre con una humedad al 100% y una temperatura de 28 grados. La tormenta perfecta oigan. En mis delirios de sabanas empapadas he empezado a pergeñar un plan para que cuando manden los míos (será pronto, créanme) se prohíba el verano por decreto ley de tramitación urgente. La mera mención de la palabra conllevará fuertes multas y de otoño pasaremos a invierno y de invierno a otoño.

Ya está, ya he compartido con ustedes mi obsesión meteorológica. Solo tengo que decirles que uno de esos insectos malévolos me ha hincado el aguijón en medio de la jeta y ahora mismo parezco una versión benévola del hombre elefante. Espero que comprendan que –al menos- tenía que quejarme.

Sí, este bicho repugnante solo aparece en verano, en invierno no hay ni uno. ¿Me entienden ahora?

Pero vayamos a lo nuestro: ayer volví a ir al cine. Es algo que intento evitar en verano porque –en mi pueblo- es un infierno. Los chavales y chavales de los chandals, los móviles con radiocasette y subwoofer, y los peinados imposibles inundan las salas dispuestos a arruinar cualquier visionado a la gente de bien. Solo es posible esquivarles si uno va a las cuatro (primera sesión) a ver películas que no atraigan a las masas del caos.

Escogí una de esas y aunque la película no tuvo ninguna importancia me permitió observar (de forma harto empírica) un fenómeno que no por conocido deja de ser sorprendente: el universo de la palomita.

A mi lado se sentó una familia compuesto por madre, padre y niños. El padre cargaba con lo que yo calificaría como un container de palomitas, que debía de medir unos 60 o 70 centímetros de alto (no estoy exagerando, se lo aseguro) por unos 20 de ancho. La madre cargaba con una Coca-Cola de dos litros mientras que los niños (solo se les veía la cabeza) arrastraban cada uno dos toneladas de chucherías y –obviamente- más palomitas. Huelga decir que durante la película los ruidos, masticaciones y “shhhhhh” del gas que desprendía la maldita Coca-Cola cada vez que la abrían y cerraban (¿a esa bebida no se le acaba nunca el gas?) hicieron imposible entender algunos de los diálogos del film.

Lo mejor del caso es que un servidor había visto una hora antes a esa misma familia comerse unos bocadillos, con sus patatitas y todo, en la misma cervecería donde yo me lanzaba en brazos de mi mejor amiga la cerveza.

Y la pregunta es: ¿Cómo puede una familia normal comer a las 15.30, luego zamparse un helado y después tragarse un millón y medio de palomitas? Ese enigma digestivo me apasiona y a punto estuve de hacerme pasar por un señor del Ministerio de Sanidad para preguntarles por sus hábitos alimenticios… debo decirles que mis expectativas de vida para esos niños no son demasiado halagüeñas.

Cuando les encuentren en su casa después de haber explotado recuerden este humilde post.

Yo no como una palomita desde que tenía 16 años pero seguro que algunos/as de ustedes/as frecuentan ese submundo de aceites y mantecas industriales.

¿Por qué lo hacen?, ¿qué hace imprescindible atufarse de esas cosas fritas mientras ven una película?

No les juzgo, que conste, a mi me gustan las películas de Roland Emmerich que son mucho peores que el tabaco y las drogas. Si les pregunto es por simple curiosidad.

Abrazos/as,

T.G.