Buenos días amigos y amigas,

 

De vuelta a mi Barcelona natal, aunque mañana parta de nuevo hacía la capital.

Aterricé justo para perderme el bochornoso espectáculo que ofrecimos a las víctimas, los unos y los otros, con sus putos lazos, sus putas pancartas y sus putas banderas. Tiene mérito que no seamos capaces ni de guardar las formas en el homenaje a unas personas que estaban tratando de honrar la memoria de sus seres queridos. Espero que el año que viene lo celebren en la intimidad y se ahorren la vergüenza.

 

A lo que iba en realidad es a otra cosa, pero no he podido evitar dejar aquí esta reflexión que tampoco va a servir de nada, porque somos así y así somos.

 

A lo que iba en realidad es a hablar de las pelis del fin del mundo (no, no quiero que busquen ninguna relación entre una cosa y otra, aunque si mañana llegara el meteorito no me importaría nada, la verdad), que son mi pasión desde muy pequeño.

Supongo que Freud diría muchas cosas de esta apetencia mía por ese cine en el que todo se va a tomar viento, pero el amigo Sigmund no está aquí y dejaremos su análisis para otra ocasión.

 

Seguro que no fue la primera película que vi sobre el tema, pero la primera que recuerdo fue El día después. Con mi padre. Tuve pesadillas horribles con la maldita película durante mucho tiempo. Recuerdo ver la película (en la que se desencadena una guerra nuclear y los supervivientes –obviamente- hubieran preferido no serlo) totalmente aterrado y asistir luego a un debate en La clave, aquel maravilloso programa de José Luís Balbín, en el que los invitados explicaban con todo lujo de detalles el panorama que se encontrarían los que sobrevivieran a una guerra nuclear. Si digo que me tiré un mes teniendo pesadillas, no mentiría.

 

Paradójicamente, desde entonces he visto docenas y docenas de películas sobre maremotos, plagas, virus, terremotos, invasiones alienígenas, desastres naturales a escala global o muertos vivientes, y jamás he vuelto a tener pesadillas con ellas. Eso sí, nunca he vuelto a ver El dia después. Ni se me ocurriría, vaya.

 

¿Por qué les cuento todo esto? Pues porque ayer vi una película sobre el tema que me sorprendió por la sobriedad y porque muchas de estos filmes tienen una ambición que no se corresponde con su presupuesto. Es más: diría que muchas veces cuanto menor es el presupuesto, mayor es la ambición. Esto acaba generando pelis infames, naturalmente.

 

Esta se llama What still remains (que podría traducirse como Lo que queda todavía) y que explica la historia de un mundo arrasado por una enfermedad de origen desconocido en el que tratan de sobrevivir una chica casi adolescente, su hermano y su madre (enferma).

Es una película muy pequeña, en la que se habla de temas universales que poco tienen que ver con el Apocalípsis, pero que es capaz de transitar de forma brillante por ese contexto y que contesta (con bastante sagacidad) esa pregunta que a todos/as nos ha rondado alguna vez por la cabeza: ¿Qué nos hace humanos?

 

Es una película dura, pero no demasiado. Está rodada en bosques y sin ningún tipo de efecto especial y lo único importante son las voces y las miradas de los protagonistas. Tiene un giro curioso al final, pero eso tampoco es importante.

 

Si tienen disponible una hora y media y quieren comprobar que es posible hacer una buena peli con cuatro chavos y una premisa poderosa, pues ahí se la dejo.

 

También vi una cosa llamada Billionaires boys club, cuyo único interés radica en ver la última performance de Kevin Spacey antes de que le desterraran por ser un patán abusador y un mesías de cartón-piedra. La desaconsejo con todas mis fuerzas: es un peñazo del tamaño de Texas. Y Texas es muy grande.

 

Hablando de Texas, recuerdo una pequeña anécdota que me viene a la cabeza cada vez que pienso en mi último viaje allí. Estuve unas semanas en Dallas, Houston, Texas haciendo un reportaje. Cuando volví, cogí un taxi del aeropuerto del Prat a mi casa. El taxista me preguntó: “¿De dónde vienes?”. “De Texas”, le dije.

 

-Es muy grande Texas?

-Mucho, fíjate que podrías poner España entera dentro y sobraría sitio.

-Joder, ahí sí que debe haber sitio para aparcar.

 

Abrazos/as,

T.G.