Amigos y amigas,

Qué tal están?

Seguimos para bingo: mientras en otros países (y otros continentes) se vacuna a toda velocidad, aquí parece que vamos montados en el tren de la bruja, con el yonqui de la escoba dándonos viajes. Cada vez es más lento, las excusas son peores y no hay manera de convencer al dueño de que igual debería cambiar el modelo de negocio.

En fin, seguiremos esperando. Será por paciencia.

Hoy vengo aquí a hablar de la nueva sensación de Netflix, esa cosa llamada Sky rojo.

El responsable es el mismo tipo de La casa de papel (Álex Pina), cuyo éxito es indiscutible. Sus guiones son una mierda, sus series no tienen pies ni cabeza, pero hay que reconocerle una inteligencia privilegiada y una vista envidiable a la hora de seducir al público con sus propuestas. También es la demostración de que se puede triunfar con naderías y que un buen marketing lo es todo, pero eso (también) tiene mucho mérito.

Sky rojo empieza en un prostíbulo: tres de sus trabajadoras deciden darse el piro después de la muerte del dueño. Pero, obviamente, la cosa no quedará así, porque alguien quiere que vuelvan y envía a dos matones tras ellas.

Primero deberíamos discutir el argumento, que es tan frivolón que ni siquiera molesta. Podríamos hablar de cómo trivializa la trata de blancas y demás, pero es una soplapollez tan inofensiva que ni siquiera da para eso.

Luego deberíamos hablar del daño que ha hecho Tarantino a algunos, que creen que poner a gente a hablar todo el rato, a decir frases grandilocuentes llenas de ‘puto’ y ‘joder’ es lo más punk del mundo. Aquí les pasa un poco que se creen herederos de Quentin y en realidad suenan cómo una versión low-cost de Ozores. Yo le tengo mucho cariño a Ozores, que conste. Esto no llega a Ozores.

Los actores, que es un tema interesante, también es aquí algo ridículo.

No diré nada de ellas, no están mal. Les han dado un papel regulero y lo defienden bien. ¿Pero ellos? Uno es Miguel Ángel Silvestre, que me da bastante igual; el otro es Enric Auquer.

¿Qué pasa con Auquer? Pues que alguien le dijo un día que era muy buen actor, le dieron premios, le comieron la oreja y le repitieron, una y otra vez, que era el futuro del cine español. Pero no, Enric, no eres el futuro del cine español. Haciendo de traficante gallego a Quién a hierro mata ya me diste bastante risa; en la serie de Leticia Dolera estabas incluso peor que ella. En general, me pareces sobreactuado hasta la médula y aquí, que no hay nadie que te contenga y te diga, ‘así no, chaval’, ya bordeas el ridículo. Igual ahora te lo aclaran, pero me parece que te lo vas a seguir creyendo.

Como siempre, al final es el público el que decide todo y creo que han decidido que la serie les gusta. La verdad es que dinero hay. A patadas. La factura visual es impecable, la dirección es correcta, el diseño de producción es cojonudo. El problema es que el clásico show-cebolla: empiezas a quitarle capas y no te que nada y además te entra la llorera.

En fin, qué sabré yo de nada. Échenle ustedes un ojo y ya me contarán qué mierda opinan del asunto. En serio, me interesa.

Un abrazo, camaradas.

T.G.