¿Qué tal amigos y amigas?

Supongo que están hasta los huevos/ovarios. Les entiendo, me identifico con ustedes/as, soy su cómplice.

Vamos a tardar mucho (muchísimo) en recuperarnos de esta hostia, y las consecuencias van a ser funestas, pero lo bueno es que un día saldremos de ello; la mala noticia, es que muchos van a quedarse por el camino.

Lo bueno de tener a toda mi familia bajo tierra es que no tengo que preocuparme por ellos/as, pero no puedo dejar de hacerlo por mis amigos/as y por esas personas a su alrededor que conforman los grupos de riesgo.

Ahora me cuesta escribir, algo que me había pasado antes por circunstancias distintas, pero que en esta ocasión es distinto: a pesar de trabajar desde casa, nunca he escrito solo en casa. Podía salir, quedar, darme abrazos, beberme una cerveza o darme un paseo hasta una librería. Esa sensación, unida al hecho de que vivimos en una incertidumbre absoluta, como si viviéramos en una de esas series de Netflix que parecen haber sido concebidas para dar la turra.

También es aterrador ver la cantidad de imbéciles por metro cuadrado que hay en este país, los que hoy (festivo en algunas comunidades), llenan el coche hasta los topes y se van no-sé-dónde a no-sé-donde de vacaciones. Si tú eres uno de esos lerdos, y estás leyendo esto, quiero que sepas que no me parecería mal que la guardia civil te hiciera bajar de tu maldito coche, lo ametrallara, te pusiera una multa y luego te dejaran tirado en la misma carretera de mierda en la que te habían parado.

En fin, amigos y amigas. Les recomiendo una serie y me voy.

Acaba de estrenarse La conspiración contra América, la nueva serie de David Simon.

A Simon le conoce cualquiera que haya visto una buena serie en su vida: es el señor de The wire.

Esta vez, adapta un libro de Philip Roth (que contiene una premisa cojonuda, pero que acabó aburriéndome… igual soy yo) que especula que hubiera pasado si en lugar de Roosevelt, el que hubiera ganado las elecciones hubiera sido Charles Lindbergh, aquel señor al que interpretaba James Stewart en El héroe solitario. Lindbergh era un aislacionista, lo que es una forma diplomática de decir que era un simpatizante de los nazis. Si Lindbergh hubiera ganado las elecciones, es fácil suponer que Estados Unidos no hubiera entrado en la 2ª guerra mundial e igualmente fácil vernos a todos hoy en día hablando alemán. Sí, ya sé que el ejército soviético y tal, pero me hubiera gustado ver a los nazis sin tener que batallar en dos frentes al mismo tiempo y pudiéndose concentrar en el amigo ruso.

En cualquier caso, el asunto es que ahora el mundo sería completamente distinto, empezando por la propia América.

Así arranca la serie, en un barrio judío de Nueva Jersey donde los residentes empiezan a notar el desdén del nuevo presidente hacía su comunidad. Después, todo empieza lentamente a desmoronarse. No es difícil imaginar hacía donde se dirige la serie, que no es un lugar agradable.

La emite HBO, es potentísima (a capítulo por semana, como en los viejos tiempos) y es inevitable pensar en los paralelismos con la presidencia de Donald Trump, seguramente el mayor palurdo que haya presidido Estados Unidos en toda su historia.

La recomiendo vivamente para aquellos que busquen reflexión (jodida, pero reflexión) en tiempos complejos.

Y para todos ustedes y ustedas, toda la salud del mundo. Para ustedes y ustedas y para sus familias. Espero verles pronto, al otro lado del túnel.

Abrazos,

T.G.