Queridos y queridas,

 

Cómo están?

 

Yo ayer perdí la poca voz que me quedaba y ahora hablo como un italiano, juntando los dedos de las manos con las palmas hacía arriba y verbalizando palabras que nunca llego a decir, usando con sabiduría las onomatopeyas.

 

Claro, haber estado casado con una italiana tiene sus ventajas y me permite dominar estos elementos del lenguaje corporal con la habilidad suficiente como para que me entiendan todos los hijos de perra con los que debo tratar a diario. Y créanme, trato con un montón de hijos de perra.

 

Como estoy recluido en casa (era eso o meterme en un hospital, y al menos en casa la comida me la hago yo que no cocino del todo mal) he tratado de ponerme al día con esas cosillas culturales que le iluminan/oscurecen a uno la vida.

 

He leído un buen montón de libros (entre ellos La biblioteca ideal, de Nuccio Ordine o Es tiempo de callar, de Patrick Leigh Fermor, que me han parecido sublimes), visto un buen montón de películas (Lady Bird y I, Tonya son magistrales) y empezado/acabado algunas series.

 

He visto Godless, que me ha gustado sin entusiasmarme; he visto Dark, que me ha aburrido soberanamente; he visto la segunda temporada de Stranger things, que me ha parecido el mismo producto inofensivo que nos vendieron en la primera entrega. Pero –sobre todo- he visto Black mirror.

 

Yo soy de esos a los que les explotaron los globos oculares con el primer episodio de la primera temporada de la serie. Ya saben, el del cerdo y el ministro. Si no lo han visto, recupérenlo a la mayor brevedad porque es una auténtica obra maestra. Me fascinó su capacidad para (psico)analizar la moderna sociedad de la tecnología y sobre todo su arrojo para llevar la premisa hasta las últimas consecuencias, causando auténtico pavor en el espectador. Al menos en mí.

 

Es normal que lo venía después no tuviera la misma fuerza o ni siquiera un impacto similar. Es normal porque no le puedes pedir a Van Morrison que te grabe dos Astral weeks, ni a The National que escriba dos Start a war, ni a Melville que te escriba dos Moby Dick.

Pero el problema es que las siguientes entregas de Black mirror eran cubos de moralina barata arrojados a la cara del espectador en las que cuando en cuando se colaba algún hallazgo en forma de provocación más o menos estudiada. No había ni rastro de la inteligente subversión que habíamos visto, ni de esa despiadada radicalidad que envolvía a los personajes. En cambio, había tópicos, ética de andar por casa y un dibujo rupestre que pretendía desnudar la complejidad de la tribu (nuestra tribu) y acababa siempre por hacer aquello de ‘con un 6 y un 4 hago tu retrato’.

 

Así que llegados a la cuarta temporada (en la tercera hubo un momento de esperanza llamado San Junipero, una obra maestra cuya gran pega radicaba en que…no tenía nada que ver con Black mirror, ni en tono, ni en argumento, ni en nada), iba un servidor con todas las prevenciones posibles.

 

E hice bien, porque la nueva entrega de la serie demuestra que la formula se ha agotado y que bien haría su creador en buscar pastos más verdes.

Empieza la cosa con una especie de homenaje a Star trek que es llana y simplemente un episodio de relleno, con algún toque gracioso y un guión sin florituras. No aburre, no está mal, me importa un pito.

 

Luego viene un episodio notable, el de Arkangel, dirigido por Jodie Foster de forma excelente. Habla de una niña a la que instalan un dispositivo de localización (que resulta ser mucho más que eso) después de que la madre sufra un susto de muerte. Es punzante, malvado y muy inteligente en su desarrollo, pero además se siente horriblemente cercano al camino que estamos recorriendo, y eso es desasosegante.

 

El tercero es risible. Ni siquiera voy a comentarlo. Igual que el quinto o el sexto, que son –directamente- ridículos.

 

Así que solo me queda el cuarto, que es el mejor del paquete y que nuevamente tiene el problema que parece de otra serie. Es un capítulo precioso que reflexiona sobre la imposibilidad de construir romances como si fueran una obra de ingeniería.

 

No les haré spoilers.

 

Así que: un capítulo notable, uno maravilloso, tres porquerías y uno que ni fu, ni fa.

 

Mal balance.

 

Conclusión: dejad ya tranquilo Black mirror y dedicaos a otra cosa. Por favor.

 

Abrazos y abrazas,

T.G.