Assel Al-Hamad es una mujer afortunada; más concretamente, es una mujer saudí afortunada, lo cual tiene todavía más mérito. Criada en el seno de una familia con una situación económica muy desahogada, Assel se graduó en 2009 en una Universidad Técnica saudí (desconozco si hay más de una) en la especialidad de Diseño de Interiores. Y manteniendo la inercia de dicha titulación, poco después creó y todavía dirige una empresa dedicada a dicho tipo de negocio. Para reafirmar su compromiso profesional, solicitó y consiguió un puesto como miembro del Colegio Saudí de Ingenieros.

Pero su “violín de Ingres”, en paralelo a su profesión de diseñadora, es el automóvil. Arropada por su liberal y progresista familia, pasó a ser la primera mujer saudí en adquirir y poner a su nombre un Ferrari; un 458 Spyder, concretamente. Con el cual ha participado, fuera de Arabia Saudí, en diversos cursillos de conducción, concentraciones de la marca, track-days en diversos circuitos (en Emiratos Árabes), y competiciones amateurs. Pero hay más: como su empresa de diseño debe dejarle bastante tiempo libre (para eso es la dueña), coordina la sección específica de coches deportivos en la Rose Auto Magazine, revista dedicada (como su título de “Rosa” da a entender) a las mujeres conductoras de los países árabes de Oriente Medio.

No satisfecha con esto, pasó al campo institucional, y actualmente es miembro de la Directiva en la Federación Saudí de Deportes del Motor. El paso siguiente fue el salto al escenario internacional, y también ahora es miembro de la Comisión Femenina de Deportes del Motor en la Federación Internacional del Automóvil; la todopoderosa FIA, dirigida por el mítico Jean Todt, primero copiloto en Alpine y Renault, luego Director Deportivo de Ferrari, y finalmente Presidente de la FIA.

Pues bien, a pesar de tan impresionante bagaje en titulaciones y en experiencia práctica sobre el asfalto, Assel Al-Hamad tenía un problema en su propio país, como todas sus compatriotas de su mismo sexo: no podía conducir un automóvil en las vías públicas de Arabia Saudí. Sí podía, y lo hizo, estudiar e incluso aprobar el examen teórico para obtener el Permiso de Conducir; pero de ahí no se podía pasar: ni prácticas de Auto-Escuela por la calle, y menos aún realizar el examen práctico. Es decir, no había forma de que a una mujer se le expidiese el dichoso Permiso. De modo que Assel, para ponerse al volante de su flamante Ferrari, debía organizar que primero se lo transportasen hasta un Emirato Árabe, o Jordania, o cualquier otro país del mundo. Recíprocamente, cualquier mujer extranjera que entrase en Arabia Saudí, aunque exhibiese un Permiso de 1ª Especial o con todas las letras habidas y por haber, o duplicado con el Internacional, tampoco podía conducir; ni su propio coche ni uno alquilado.

La situación era insostenible, y ya desde la década de los 90s del pasado siglo hubo manifestaciones y protestas contra dicha legislación caprichosa y restrictiva; protestas que se agudizaron en la primera década y media del presente. Pero como si nada; en Arabia Saudí las mujeres seguían sin poder conducir (ni muchas otras cosas más, como luego veremos). Ha tenido que tomar las riendas del poder el actual rey Salman, un hombre relativamente joven y de talante más progresista (o dejémoslo en menos reaccionario, vaya Vd a saber) para que hace ya algunos meses se anunciase que, a partir concretamente del 24 de Junio de 2018, un Real Decreto iba a permitir a las mujeres tanto conseguir el Permiso de Conducir como, en pura lógica, realizar tal actividad. Fecha de entrada en vigor que casi venía a coincidir con el solsticio de verano; aunque desconozco si tal referencia astronómica tuvo nada que ver con la elección de ese día concreto.

Assel Al-Hamad junto a Cyril Abiteboul en el Circuito Paul Ricard el 24 de Junio, previo a la celebración del Gran Premio de Francia.

Y como consecuencia de todo lo anterior, el pasado martes 5 de Junio -y muy en privado- Assel Al-Hamad realizó una jornada de pruebas en el circuito de “Le Castellet” (más conocido como Paul Ricard), sito en el Midi francés y muy próximo a Marsella. Circuito en el que pocos días después –casualmente el domingo 24 de Junio- se iba a celebrar el Gran Premio de Francia de Fórmula-1, que retornaba a dicho circuito después de muchos años de haberse corrido en el de Magny-Cours (y en ninguno entre 2009 y 2017).

Assel, que no conocía dicho circuito, comenzó rodando con un Renault “de calle” (bueno, muy probablemente sería un Clio o un Mégane “de los gordos”) para familiarizarse con el trazado; luego pasó a un Fórmula Renault de Copas de Promoción, para tomarle el pulso tanto a la visión “a ras de suelo” desde un monoplaza como a la viveza de reacciones de un coche de este tipo. Y finalmente se puso al volante nada menos que de un Fórmula-1: concretamente uno de la temporada 2012, cuando los actuales Renault eran todavía de chasis Lotus (pero con mecánica Renault), cuyo motor era un 2.4 V8 de admisión atmosférica. Su denominación exacta era E-20, y la unidad concreta, la que había pilotado Kimi Raikkonen durante dicha temporada.

Y todo ello, ¿para qué? Pues para entrenar lo que iba a ocurrir menos de tres semanas más tarde. Porque el domingo 24 de Junio, como antesala del G.P. de Francia que se iba a celebrar en dicho circuito -y ahora ya ante un numerosísimo público- la saudí Assel Al-Hamad dio una vuelta al Paul Ricard al volante del ya mencionado F.1. Objetivo: celebrar públicamente que, ese mismo día, el Real Decreto del rey Salman anulaba la prohibición de que las mujeres pudiesen conducir. Así que, en ese 24 de Junio, una mujer saudí condujo la máxima expresión -velocísticamente hablando- del tipo de vehículo (un coche) que hasta entonces tenían prohibido manejar en su país.

Lo que en Arabia Saudí estaba prohibido era tanto expedir un Permiso de Conducir a nombre de una mujer, como el simple hecho de que condujesen. Pero en saliendo del país (con permiso del “macho Alfa” de la familia) podían obtener un Permiso en los Emiratos Árabes. Y convalidarlo por el Internacional; pero seguían siendo inválidos en su país. Como reacción, en las fronteras con los Emiratos, el 24 de Junio hubo una invasión de conductoras de dichos países entrando en Arabia Saudí -donde ya podían conducir- para celebrar con las autóctonas de su mismo sexo el fin de la prohibición; hubo “flashes” televisivos al respecto. Al día siguiente, una oleada de mujeres saudíes pasó por el correspondiente organismo a canjear su Permiso Internacional, o uno de los Emiratos, por el de su propio país.

La “performance” de Assel Al-Hamad ante el público y las cámaras de TV congregados con ocasión del Gran Premio, fue una maniobra magníficamente orquestada por Renault; y evidentemente, con el beneplácito de la FIA, de cuya Comisión Femenina forma parte la improvisada piloto. También supongo –y esto ya es una elucubración mía- que algo habrá tenido que ver el hecho de que el Director del equipo Renault de F.1 (en el que por el momento milita nuestro Carlos Sainz Jr) sea Cyril Abiteboul, un ingeniero francés de evidente ascendencia árabe/magrebí, tanto por su apellido como por sus rasgos faciales y la tonalidad morena de su tez.

Como hombre europeo de su tiempo –pero también consciente de sus orígenes- sin duda Abiteboul vio la oportunidad de darle un vistoso empujón mediático tanto al fin de la retrógrada prohibición como a Renault. Y es evidente que ha tenido mucha más repercusión en los telediarios esta vuelta al circuito que la, por sí misma, más significativa invasión de conductoras en las fronteras de los Emiratos. Y algo habrá tenido también que ver (con cierto toque residual de machismo) que Assel sea una mujer de “treinta y pocos” (calculando a ojo y por fechas) y de muy buen ver, como acreditan los documentos gráficos. En cualquier caso, objetivo felizmente cumplido.

Por supuesto que -supongo que como a la inmensa mayoría de los automovilistas del mundo entero- me regocijó la noticia de la desaparición de la prohibición; de hecho, más que la simple, vistosa y graciosa anécdota de una mujer saudí pilotando un F.1. Pero lo que me preocupa es que algo tan lógico y natural haya sido celebrado como un gran triunfo, que sin duda también lo es; cuando en el fondo lo que debería recordarnos es la vergüenza de que hayamos debido esperar hasta 2018 para que se levante dicha prohibición en el ÚNICO país del mundo en el que estaba vigente.

Aquí está nuestra heroína al volante del Lotus-Renault E-20 de 2012 (repintado totalmente como Renault), dando la vuelta al Paul Ricard.

Sin duda alguna, esta posibilidad de que las mujeres conduzcan va a generar una pequeña –o quizás no tan pequeña- revolución social en Arabia Saudi. Y no porque las mujeres, y además yendo solas, puedan conducir un coche mientras no salgan de su ciudad (porque para esto deberán seguir yendo acompañadas por un familiar masculino adulto), sino porque ello va a suponer una nueva libertad para toda la familia. Ya no será preciso que un hombre de la casa las lleve y las recoja en su lugar de trabajo (a las que lo tengan); y podrán llevar los hijos al colegio, ir de compras al “super” y a tomar un café con las amigas. ¿Y cuántos miles de horas al día dejarán de perder los hombres que ejercían de meros chóferes “de respeto”? Y esta permeabilidad de movimientos, que hasta ahora tenían muy entorpecidos tanto ellas como también ellos, va a dar lugar -y no muy a la larga- a una revolución (no sé si “silenciosa”) en tan retrogrado país.

Y sigamos ya con los aspectos sociológicos de la cuestión: en una entrevista que le hizo el veterano periodista de F.1 David Tremayne, Assel decía que “Ahora es el momento del desagravio, y de recordarle al mundo lo que nos habían hecho. Es la demostración de que todo es posible, y de que incluso los sueños se consiguen”. Un poco optimista quizás la buena de Assel; porque una cosa es alcanzar un sueño “casi” imposible, a base de esfuerzo para superar dificultades objetivas. Pero otra distinta es obtener algo muy sencillo en sí –el derecho a conducir un coche-, pero que te lo impedía la arbitraria legislación de un país nulamente democrático. Porque no olvidemos que la prohibición ha sido dinamitada no por la presión social (e internacional) que se venía ejerciendo desde hace décadas, sino por la muy personal voluntad de modernización de un monarca con una visión del mundo actual mucho más abierta que la de quienes hasta ahora inspiraban (y en muchos aspectos todavía siguen haciéndolo) los destinos de su país.

Al respecto recuerdo una anécdota de la que fui testigo: en la década de los 90s, Peugeot presentó su 306 Cabrio en la zona de Oriente Medio. Tuvimos oportunidad de visitar Petra en Jordania, y tanto el centro de buceo de Sharm-el-Sheik como el Monasterio de Sta. Catalina -perdido en mitad del desierto del Sinaí- en Egipto. Pero la idea original incluía también una entrada en Arabia Saudí, para visitar una Reserva de la Naturaleza de su zona Noroeste. Fue imposible, porque los diversos y sucesivos grupos de periodistas incluían mujeres, y en Arabia no podían conducir. De nada sirvió argumentar que era una “incursión” muy limitada, y que nadie se iba a enterar, y que eran mujeres acostumbradas a conducir todo tipo de coches; porque el problema es que eran mujeres. Y punto final.

Pero es que las mujeres saudíes siguen teniendo prohibidas muchas actividades. No sé si se trata del “catálogo” completo, pero he conseguido reunir las siguientes prohibiciones, que siguen vigentes. Con o sin coche, una mujer no puede salir de su ciudad sin ir acompañada por una masculina “persona de respeto” de la familia. Tampoco puede abrir una cuenta bancaria sin autorización (bueno, en España estuvimos igual –sólo con las casadas, eso sí- hasta hace unas décadas). Y menos aún bañarse en playas o piscinas públicas mixtas; sólo en piscinas “unisex” femeninas (mismo problema, al menos en algunas piscinas, en la España de hace medio siglo). Y tampoco pueden entrar en los cementerios; ignoro el curioso motivo para ello.

Y ya en temas más cotidianos, tampoco pueden trabajar en los espacios mixtos de cualquier tipo de empresa. Ni entrar en edificios públicos, salvo por las puertas que les están reservadas; se supone que la segregación continua luego en el interior. Y menos aún probarse (en unos no sé si inexistentes probadores) la ropa que compran en las tiendas. Y finalmente, tampoco pueden mostrar en público cualquier parte de su cuerpo que no sea la cara y las manos; aquí no llegan a lo del “burka” con rejilla o velo que oculta incluso la nariz. Claro que, en este terreno, ya entramos en el de los usos y costumbres sociales; aunque en el fondo, todo acaba viniendo de la misma fuente.

Porque recordemos que, en la cultura occidental, los escotes femeninos “estilo Imperio” de los siglos XVIII y XIX estaban absolutamente al límite, mientras que se utilizaban faldas que no permitían ver más que los zapatos, y gracias. Y a la inversa, los actuales vaqueros recortados a tijera de las “quinceañeras” también están en el límite, pero por abajo (y eso cuando no lo sobrepasan), ahorrando cantidad de tejido. O sea que, en estas cuestiones, sigue quedando mucha tela por cortar; y no se interprete como una “gracieta” respecto a lo de la frase anterior.

Por supuesto que una parece que amplia mayoría de la población estaba ya en contra no sé si de todas, pero sí de algunas de estas prohibiciones; y muy en concreto, de la de conducir. Pero ha tenido que llegar un nuevo rey, más joven y moderno, para sacar por las bravas –y sus problemas habrá tenido- ese Real Decreto (para eso están en un país feudal, qué demonios). Y según parece, los partidarios de la prohibición han guardado un discreto silencio, en vista de que la gran mayoría estaba en su contra; y sobre todo porque el rey es el rey, y cartuchos al cañón.

Y ¿quienes son estos reaccionarios? Pues los de siempre, los que en muchos países, culturas y civilizaciones consiguen autoproclamarse como poseedores y guardianes de la “verdad única”. Y siempre argumentando un respaldo sobrenatural o divino que casi nunca (por no decir nunca) llegan a justificar de modo convincente. Son los clérigos (pero también seglares) que defienden la más reaccionaria y restrictiva interpretación de un tipo u otro de “texto sagrado”. Porque también casi siempre hay un texto sagrado de por medio; texto que a su vez, también casi siempre hay que interpretar. Y de nuevo también casi siempre, son los más conservadores (por no decir reaccionarios) los que consiguen monopolizar la interpretación.

Esto tiene justificación: toda estructura social tiende, por su misma naturaleza, a ser conservadora. Si ha llegado a ser estructura es porque, mal que bien, ha servido -incluso sigue sirviendo- a los fines para los que estuvo diseñada. Y si no aceptamos cierta estabilidad, la estructura estaría a merced de continuas “ideas geniales”; unas mejores, quizás, pero otras peores. Lo ideal es cuando el diseño original de la estructura ha sido realizado en un proceso que, por definir de algún modo, podríamos llamar “democrático”, o simplemente de consenso social, para entendernos.

Pero también hay bastantes casos en los que grupos minoritarios, pero más fuertes, imponen su ideología. De entrada por “artículo 33”; y una vez controlado el paisanaje, apoyándose en (o inventándose) un “texto sagrado” que les resulte favorable, para darle una barniz de respetabilidad a la estructura que han impuesto. A partir de ahí, y prácticamente siempre, los que acaban teniendo la sartén por el mango son los más conservadores. Y ese mango consiste en monopolizar la interpretación del “texto sagrado” de turno. Se trate de la Biblia o del Corán, de los Evangelios o del Libro Rojo de Mao, de El Capital o de La Enciclopedia, casi siempre hay un grupo dominante que se atribuye la exclusiva interpretación de dichos textos.

Y una vez conseguido esto, ya no es el puro, simple y limpio texto el que controla la vida de los ciudadanos sometidos a la estructura de turno, sino la interpretación “oficial” del mismo. Cierto que, como ya dije antes, para garantizar una cierta estabilidad hace falta una interpretación coherente, lógica y razonable del texto; y esto es lógico que lo hagan los clérigos, políticos, brujos o como se les quiera denominar, que tienen mayor conocimiento del texto. Pero una cosa es esto, y otra que sistemáticamente acostumbren a ser los más reaccionarios e intransigentes.

Porque a continuación, como en la famosa novela de Henry James, viene la “Otra vuelta de tuerca”; la cual consiste en que esa intransigencia cristaliza en afán de imposición no sólo respecto a los propios súbditos, sino también a los vecinos que viven bajo una estructura distinta, que a lo mejor a ellos les funciona perfectamente. Pero el afán expansionista suele ser connatural con la intransigencia: si es bueno para mí (lo cual no  quiere decir que lo sea para todos los que viven bajo dicha estructura) también tiene que serlo para los de al lado, les guste o no. Y ya tenemos el caldo de cultivo de las guerras de religión en el peor de los casos, y de las misiones para propagar una religión, en el mejor.

Problema añadido: el de las traducciones. En nuestra civilización cristiano-occidental, la Biblia primero y los Evangelios después han ido pasando el filtro de la traducción a varios idiomas: del hebreo antiguo al arameo, griego clásico, latín y, finalmente, idiomas modernos. Y conviene recordar, una vez más, la expresión italiana de “traduttore, traditore” (traductor, traidor). En el Islam no tienen ese problema; el Corán siempre ha estado en árabe (desconozco si ha evolucionado poco, mucho o nada). Pero en cambio, es terrible el de la interpretación. Si oyes, o lees, lo que interpreta un catedrático de islamismo de origen árabe en una universidad británica o francesa, y luego lo que se enseña en una “madrasa” pakistaní, resulta imposible aceptar que estén hablando del mismo texto. Tan pronto lo que cuenta es que “el Islam es una religión de amor”, como que hay que llevar la “Yihad” (guerra santa) hasta sus últimas consecuencias.

Impacto mediático conseguido: en boxes tras de dar la vuelta, y ante los graderíos repletos de público, Assel Al-Hamad es fotografiada y filmada, mientras saluda en nombre de las mujeres conductoras saudíes.

Recuerdo que, hace ya algunos años, vi por TV un intento de coloquio entre un catedrático francés de sociología y un imán muy prestigioso, pero muy radical; también francés, aunque de etnia magrebí. Cada vez que el catedrático lo acorralaba con argumentaciones perfectamente hiladas, la respuesta del imán era, más o menos, “yo tengo razón y lo sé, porque lo dice el Corán; esa es la única verdad”. Al cabo de unos minutos, ya harto, el catedrático se levantó y se fue, explicando: Yo he venido aquí a un coloquio, y no a que me prediquen un sermón. Porque este es el último estadio de la intransigencia: como yo estoy en posesión de la verdad absoluta, no tengo ni tan siquiera necesidad de razonar mis planteamientos.

Uno de los grandes problemas del Islam (porque tienen varios) es la falta de una jerarquía estructurada entre los clérigos. Allí cada cual estudia el Corán, unos más y otros menos; y luego algunos se ponen a predicar. Y si consiguen muchos oyentes, fieles o seguidores, se convierten en un ayatollah, imán, o mullah, como se diga en cada país. Un islamista ilustrado puede ser catedrático en una Universidad árabe, pero no tiene más autoridad religiosa que la conferida por su prestigio. Dentro de su corriente ideológica, claro está: porque luego están las diversas facciones (que no confesiones), que ya estaban enfrentadas desde los tiempos de los primeros seguidores de Mahoma. Los suníes y los chiíes se están matando entre sí desde hace un milenio y tercio; y así siguen. Ríete tú de nuestras guerras de religión entre cristianos (que también las tuvimos); pero las últimas fueron allá por el siglo XVII, y además con causas subyacentes de orden político y nacionalista. Lo de Irlanda, el Ulster y el IRA, mucho más moderno, tenía un trasfondo de tipo colonialista (británico, claro está) y socio-económico: los católicos eran los más pobres, y además vencidos.

Los dos hechos que han envenenado las relaciones entre el Islam y el cristianismo han sido la rapidísima expansión del primero durante el siglo VII; y, por reacción, las Cruzadas. El inicio de dicha expansión tuvo lugar con la Hégira (huida o emigración) de Mahoma desde La Meca a Medina en el año 622 de nuestra Era; y en el 711 (sólo 89 años después) ya estaban cruzando el Estrecho de Gibraltar. Y en ese tiempo habían “islamizado” todo el Norte de África; que era mayoritariamente cristiano desde hacía unos tres siglos (como casi todo lo que había sido el Imperio Romano de Occidente), con cierta presencia de la Diáspora judía. Por cierto, la Península Ibérica es el único territorio del mundo (que yo sepa) en el cual el Islam ha sido territorialmente rechazado, aunque costó casi ocho siglos lograrlo. Actualmente, en algunas zonas de África convive (con mucha violencia) con sociedades cristianas; en el Este de Asia la cosa está algo mejor, a condición de que no lleguen a tener mayoría en los gobiernos.

Y luego vinieron la Cruzadas (ocho, parece ser), que fueron la gran “cagada” de la Edad Media. Porque lo de reconquistar Jerusalén es algo que podría haberles enardecido a los judíos, que para eso eran originarios de allí. Pero el cristianismo, de entrada, no es una etnia; y por otra parte, nunca estuvo asentado en aquel territorio, salvo quizás tres o cuatro décadas, hasta la derrota de los “zelotes” en la fortaleza de Masada (año 70), y la Diáspora ordenada por el emperador Tito. Pero con la excusa de recuperar los Santos Lugares, se organizó la de Dios; y nunca mejor dicho. Una demostración más de que la intransigencia acaba desembocando en el expansionismo territorial. Sobre todo en unos tiempos en los que, por falta de medios de comunicación (ni prensa, radio o TV) la única forma de dominación ideológica pasaba forzosamente por la ocupación territorial. Así que lo que unos hicieron por el Sur del Mediterráneo, los otros intentaron compensarlo pasando por el Norte (o embarcándose).

Y a todo esto, las que salieron claramente perjudicadas fueron las mujeres; resulta enternecedoramente patético escuchar a algunas mujeres islamistas progresistas cuando intentan justificar simultáneamente sus ansias de libertad e igualdad con una declaración de ferviente adhesión al Islam. Y ya estamos con lo de las interpretaciones del Corán; la lástima es que quienes defienden la que a ellas les conviene no son los que “cortan el bacalao” en la mayoría de países islámicos. Así pues, bien está celebrar que, por fin, las mujeres puedan conducir en Arabia Saudí; pero no olvidemos lo antes señalado y que todavía queda por recorrer. Aunque quizás sea bueno que, si bien lento, el proceso sea evolutivo y no revolucionario; porque bastante sangre se ha vertido ya intentado arreglar por las bravas lo que ciertos grupos dominantes no quieren dejar de imponer.

En el caso del Permiso de Conducir, parece ser que había un consenso popular bastante clamoroso; pero ha sido preciso el Decreto de un rey para barrer un agravio indefendible mantenido por los estamentos religiosos más reaccionarios. Pero ya veremos cómo, en cuestión de semanas, algunos salen con la explicación de que antes no podía ser “porque las mujeres no estaban preparadas; pero que ahora ya lo están”. Y seguro que hasta encuentran algún texto del Profeta para apoyar este cambio de chaqueta. Ya se sabe cual es la evolución de la defensa numantina reaccionaria en todos estos casos: en principio hay “algo” que ni siquiera existe; luego sí existe, pero es pecado; luego, ya no es pecado, pero sí peligroso para la salud; luego, es socialmente peligroso; y finalmente, cuando la realidad ya se impone de forma abrumadora, viene lo de “pero si eso ya lo sabíamos desde hace tiempo”. Y a por la siguiente; y aquí Paz, y después Gloria.