Es la una y media del jueves. Llevo casi 400 km y apenas he comenzado la jornada. Me como un plátano mientras doy la vuelta al coche. Que me haya traído hasta aquí me hace tenerle cariño. A una máquina. Guardo la piel en una bolsa, subo y arranco el coche. Antes de pasar la palanca de la P a la D, miro de frente un segundo. Ahora que ya he llegado al objetivo sur, ahora que ya no hay remedio, empiezo a preocuparme. Soy consciente de que estoy muy lejos de cualquier lugar con talleres bien equipados y de que no puedo equivocarme. Un pinchazo puede ser un problema grave. En esta zona no puedo cometer errores. Hace 24 horas todavía estaba en lugares de poco riesgo. Podía volverme y llegaba a tiempo. Aquí no. Un pinchazo puede suponer un retraso enorme.

En el maletero sólo llevo una rueda de emergencia. Velocidad máxima 80 km/h y durante un número limitado de kilómetros. Aunque tengo el fin de semana de margen, de colchón para contratiempos (el lunes por la mañana tengo que coger un avión destino Estocolmo), quiero estar el viernes por la noche en Ceuta y no puedo cometer ninguna equivocación. Es muy fácil pinchar en estas carreteras, en cualquier adelantamiento. Se ven coches cambiando una rueda con relativa frecuencia. No les hago fotos, porque los coches parados en el margen de la carretera son siempre fuente de problemas. Como no hay arcenes, ocupan parte de la calzada. En esa situación, no puedo destinar parte de mi atención a hacer fotos.

Avanzo los primeros kilómetros a ritmo moderado. Sigo mirando a los bordes de la carretera por si encuentro el cartel que señala el trópico. Ni rastro. Saludo de nuevo a los policías del control en el último cruce, que divide la carretera hacia Dakhla y El Argoub. Vuelven a saludarme con sonrisas. He tenido muy poco trato con la gente, prácticamente sólo en gasolineras y con los policías. Son todos muy amables. Reposto en la misma gasolinera que a la ida. Unos 600 kilómetros después, casi he vaciado el depósito y no me ha dado problemas. Prefiero no tomar riesgos innecesarios. El gasolinero me recuerda. Me mira con cara rara. “Esta mañana se lo he llenado, ahora se lo he vuelvo a llenar y han cabido muchos litros”. Le devuelvo una sonrisa. “Sí, he ido hasta el trópico, le digo, unos 30 km al sur de El Argoub”. En Marruecos nadie parece entender de qué hablo cuando les digo que voy al trópico. No sé si es que no sé decirlo en francés o que no saben de qué les estoy hablando. Ahora el que me sonríe es él. Le pago, pido el recibo y continúo.

Hay más tráfico que por la mañana, con sus correspondientes adelantamientos, venga o no venga alguien de frente:

Sahara occidental. Cerca de Boujdour.

Hasta Boujdour algún policía me recuerda y me dejan pasar. Me han visto hace unas horas en dirección contraria. Avanzo con rapidez.

A la llegada a Boujdour, en la misma caseta que por la mañana, me para de nuevo la policía. Me pregunta la profesión. Les digo que soy periodista, que pasé esta mañana, que ya me voy, que tienen mi ficha dentro. Me pide el pasaporte y se va hacia la caseta. Aprovecho cuando está dentro para hacer la foto a una de las casetas de mis desvelos.

Sahara occidental. Caseta de policía.

Sale el policía, me pregunta el medio para el que trabajo, otra vez que si El País. Le escribo km77.com, una revista de coches en internet. De coches y viajes, añado… Vuelve para dentro. Sale con mi pasaporte. Continúo.

A la salida de Boujdour, me vuelve a parar la policía. Me pregunta la profesión. “Músico” le digo, y hago con el brazo el gesto de tocar el violín. Me quedo sorprendido al oírme. ¿Músico, por qué músico? Me pregunto. “Ahh, la musique”, me dice. Me pide el pasaporte y se va hacia la caseta. Me quedo dentro del coche pensando un excusa por si me pillan. Y con miedo de que saque un violín y que me diga, toque. ¿Por qué me va a hacer tocar. Si le digo que soy periodista no me pone a escribir. ¿Por qué me va a hacer tocar si le digo que soy músico? Sí, está claro, no me va a hacer tocar. Pero el miedo es libre. Yo sé que le he mentido. Me da miedo que salga con un violín y me haga tocar. No paro de pensar en excusas por si me pillan, por si encuentran el papel de ayer. Ayer era usted periodista, ¿Hoy es músico?

Vuelve inmediatamente con el pasaporte en la mano. “Siga” me dice, tan sonriente y amable como siempre han sido. Un violín menos que tocar.

Llevo tentado a decir cualquier profesión desde el segundo control por el que pasé ayer. En el primero ya vi que fue un error decir que era periodista. Pero no me atrevía a mentir. No me atrevía porque pensaba que si ya había dicho en uno que era periodista, si habían apuntado la matrícula y el modelo del coche, seguro que en algún lado casarían los datos y verían que les estaba engañando. Ha salido bien, a pesar de todo. Continúo, pero lo de músico es un error. Le doy vueltas. Es muy fácil de comprobar que miento. ¿Por qué no profesor de física, o de literatura?

Entre Boujdour y El Aaiún, el paisaje es nuevo para mí. Esta zona la recorrí ayer de noche y no adiviné lo que había.

Sahara occidental. Paisaje 1.

Sahara occidental. Paisaje 2.

Sahara occidental. Paisaje 3.

Al entrar en El Aaiún me vuelven a parar. Me detengo con el pasaporte ya en la mano. “Profesión”. “Músico”. Otra vez con las manos como si tocara el violín. “¿Qué instrumento?”. “Violín” y repito el gesto. “Siga”. Menudo chollo. Si supieran cómo desafino. La verdad es que lo de músico suena cada vez mejor.

En El Aaiun han cortado un puente sobre el río y hay que cruzar la ciudad por el centro. Ayer me perdí camino del sur. Hoy pregunto en la misma rotonda, al policía. Ayer, de noche, pregunté la salida hacia Dakhla, hoy por la tarde, pregunto cómo ir hacia Tan tan. Es el mismo policía. Me reconoce. “¿Ha llegado hasta Dakhla?”. “Si gracias”. “Qué rápido”, me dice. Me da las indicaciones y se despide con un “Bonne route”, como casi todos ellos.

Los policías siempre están situados en lugares a la sombra, no en lugares de fácil acceso. Para preguntar a este policía me paro en el aro central de la rotonda. Nadie se inmuta. Ni el policía municipal me dice que me ponga en otro sitio ni los otros coches pitan. Me rodean y punto. El tráfico es caótico, todo el mundo parece hacer lo que le da la gana, pero la bocina se utiliza muy poco.

Todavía dentro de El Aaiun me encuentro este paisaje, que anoche tampoco vi:

Sahara occidental. El Aaiún.

Y luego el puente que conecta con el norte:

Sahara Occidental. El Aaiún. Puente.

En El Aaiun he llenado de nuevo el depósito. 185 Dirhams. Le quiero dejar los 15 Dirhams de propina (1,5 euros) al chico que me ha llenado el depósito, que ha sido muy amable. Insiste en negarse. Hasta ese momento nunca he dejado propina en las gasolineras porque siempre ajustan hasta alcanzar una cantidad redonda que dificulta dejar propinas. En este caso le he dicho yo que parara antes. Insiste en meter la mano en el bolsillo para devolverme los 15 Dirhams. Se queda sorprendido de la propina. Yo me quedo extrañado. Insisto y se queda el dinero. Probablemente no sea común.

Una hora después de pasar por El Aaiun, con el depósito aún prácticamente lleno, el Golf llega a 30.000 kilómetros. Son las ocho de la tarde hora española, llevo unas once horas conduciendo y el ordenador marca 1.032 kilómetros recorridos desde por la mañana. Pienso que dormiré en Tan Tan o en Guelmim, donde ayer casi doy la vuelta. Me quedan unos 200 o 300 km. Tengo un poco de sueño. Si aumenta, me paro a dormir en el coche.

30000

Hacia Tan Tan hay dunas que ayer no vi.

Sahara occidental. Dunas 1.

Sahara occidental. Dunas 2.

Sahara occidental. Dunas 3.

Con este paisaje, cometo un error grave de conducción. Adelanto a un camión que ocupa mucho más de la mitad derecha de la carretera, como es habitual. Los camiones tampoco quieren arriesgarse a pisar el borde roto del asfalto, muy irregular. Si apuras y vas pegado al borde, lo normal es encontrar baches porque la línea que delimita la zona de contacto entre el asfalto y la tierra no es recta. Esta llena de cabos y golfos. Es una costa muy irregular. En muchos lugares el asfalto está muy mordido por la tierra y meterse en una zona continua de baches asfalto-tierra es inevitable. No reventar una rueda en esa situación es cuestión de suerte.

Inicio la maniobra de adelantamiento al camión, como es habitual con la rueda izquierda muy cerca de la tierra y el retrovisor derecho no muy lejos del camión. Como tantas otras veces. En ese punto el borde del asfalto no está muy roto, por lo que es un adelantamiento relativamente tranquilo. Sin embargo, a punto de sobrepasar ya el camión, en un instante de falta de concentración, meto la rueda delantera izquierda en la tierra y me da la impresión de que el asfalto golpea en el aro interior de la llanta. Rápidamente doy un volantazo suave, pero con notable grado de giro, para encarar el escalón con mucha goma, y recupero la rueda delantera izquierda sobre el asfalto. Creo que la rueda trasera no ha llegado a descender, pero no estoy seguro. Instantáneamente me asusta mucho la posibilidad de haber pinchado, o de haber estropeado la llanta y que el neumático pierda presión progresivamente. Está anocheciendo y estoy en la mitad de nada. Me asusta la posibilidad de tener que conseguir una grúa a estas horas o de dormir en mitad de este paraje. Sigo atento durante unos kilómetros de máxima tensión. Veo cada detalle del asfalto, estoy atento a la dirección, hago algunas frenadas fuertes para ver si todo sigue bien. Todo parece en su sitio. Poco a poco me tranquilizo. Sigo en tensión para conducir sin errores, cada vez más tranquilo. No puedo parar a mirar la rueda porque me parece muy peligroso pararse en estas carreteras, sin arcén, sin lugar en el que meter el coche y con poca luz. Tan Tan ya está cerca y el tráfico es intenso.

Antes de llegar a Tan Tan, adelanto a varios camiones más. En otro adelantamiento sin apenas espacio, en un lugar con el borde de la carretera muy roto, me encuentro un mordisco enorme pocos metros por delante de mí. Lo esquivo juntándome mucho al camión. Es lo habitual. Antes, que no había mordisco, que era muy sencillo, me he despistado. No puedo perder la concentración.

Ya se pone el sol y otro control de policía me permite fotografiar con el coche parado. Son aproximadamente las 9:30 de la noche hora española.

Sahara Occidental. Puesta de sol.

Bajo del coche a mirar la llanta y la rueda. Todo parece en su sitio. Por fortuna no hay síntomas de que haya pellizcado el neumático, ni dañado la llanta. Aparentemente, la rueda mantiene la presión.

Llevo muchas horas conduciendo y, aunque el sueño me ha desaparecido de golpe tras el incidente, al pasar por Tan Tan miro alrededor por si veo un lugar para dormir. Estoy a gusto, pero soy consciente de que forzar demasiado puede ser peligroso. No veo nada para dormir. En la calle hay mucho bullicio. Prefiero seguir. Recuerdo que en Guelmim vi un hotel aparentemente moderno y confortable que tenía una especie de aparcamiento delante. Decido continuar y llego a Guelmim sin contratiempos. Son las 10:30 hora española. En la calle hay mucho bullicio.

Sahara occidental. Guelmim noche.

Llevo 1.300 kilómetros casi sin bajarme del coche. Cruzo Guelmim y no encuentro el hotel que vi ayer. Ayer crucé la ciudad por otras calles después de que el policía me acusara de cruzar un semáforo en rojo. El hotel era grande y bien visible, en la entrada del pueblo. Pero no lo veo y no doy vueltas para encontrarlo. Entre Guelmim y Agadir la carretera tiene muchísimas curvas. Mañana por la mañana estará llena de camiones, con muchísimo tráfico y muy lento. Si me acuesto ahora tendré que madrugar mucho para no perder demasiado tiempo en esa zona y llegar a Ceuta por la noche. Desde Guelmim a Ceuta hay 1.200 kilómetros. Casi todos de autopista desde Marrakech, pero con carreteras muy lentas hasta Marrakech. Es mucho mejor que avance todo lo que pueda de noche, con menos tráfico. Además, me apetece la carretera de curvas después de tanta recta.

Sólo salir de Guelmim empiezan las curvas. Estoy en el Atlas y a los pocos kilómetros empieza a llover suavemente. Me gusta mucho conducir bajo la lluvia. Llueve poco y en la mayoría de lugares el asfalto ni se moja. Ha sido un acierto salir de noche porque si bien hay más tráfico del que yo esperaba, es un tráfico fluido, sin camiones. En alguna zona cae un chaparrón. Los limpiaparabrisas del Golf limpian muy bien. No hay pena. El mayor problema es que el asfalto es muy irregular, con algún bache profundo esporádico. Esos baches son muy peligrosos, porque pueden provocar reventones. Hay pocos, por lo que normalmente se puede ir rápido, pero están estratégicamente situados para meter la rueda en ellos.

Para de llover a los pocos kilómetros. El tráfico no se despeja. Conduzco relativamente rápido, con mucha precaución. Aunque llevo muchos kilómetros no estoy especialmente cansado. Hace unas horas me entró un poco de sueño, pero el susto de la rueda me ha despejado completamente. Estoy a gusto.

Adelanto a coches con frecuencia y cuando encuentro a algún camión, me facilita la maniobra con el intermitente. Es una circulación lenta, porque hay muchas curvas, pero ágil y agradable. El único inconveniente, con tanto tráfico, es que nunca puedo poner las luces largas. Al rato, veo por el retrovisor que unos faros se mantienen atrás y se acercan despacio. Hay curvas y adelantamientos. Los veo de forma intermitente durante varios kilómetros, a distancia variable, pero cada vez más cerca. Que alguien vaya más rápido que yo es maravilloso. Siempre me ayuda. Al cabo de unos kilómetros me adelantan las luces y es… un Dacia Logan dCi. Me hace gracia. No me resisto a hacerle una foto, aunque sea de noche y no se vea nada.

Guelmim Tiznit. Dacia Logan.

Lo sigo y me ayuda mucho a prever los riesgos de la carretera. El hombre va rápido y es un gusto seguirle. Me lleva con tiralíneas hasta Tiznit.

Quedan menos de 100 km hasta Agadir. Dudo de si seguir o buscar algo para quedarme. Es tarde y sólo iría a algún hotel grande que tuviera recepción toda la noche y un lugar seguro para aparcar. No quiero dormir intranquilo porque el coche esté en la calle. Llevo 1.500 kilómetros seguidos en el cuerpo, pero en este último tramo me lo he pasado muy bien conduciendo y no me importa continuar 100 kilómetros más.

Sigo al Logan por dentro de Tiznit porque él también lo cruza. Cerca de la salida hacia Agadir, me pongo a su lado en un semáforo y le pregunto si me puede indicar para ir hacia Agadir. Pienso, si él va a Agadir, yo detrás de él. “Sígame” me dice. “¿Va a Agadir?”. “Sí, pararé a tomar café en algún sitio, pero voy a Agadir. Si quiere, pare con nosotros”.

Lo sigo por Tiznit hasta la carretera y unos 30 kilómetros después pone el intermitente a la izquierda. Se ve un edificio grande, probablemente con hotel. Se detienen. Le doy las gracias con las luces y sigo. Ya sólo me quedan 70 kilómetros. Prefiero rematarlos e irme a dormir pronto.

El tráfico ha desaparecido, voy rápido por las curvas con las luces largas. El asfalto es normalmente bueno. Son carreteras de montaña en las que me resulta imposible aburrirme. Llego a Agadir tarde, sobre las tres de la mañana. Busco un hotel de marca conocida pero no encuentro nada en el primer vistazo. Decido parar en uno que tiene garaje y más luz que otros. Pone “Hotel Club” y pienso si tendrá algo que ver con los “Clubs” españoles. Me da igual. Si tienen habitación y puedo dejar el coche en el garaje me sirve.

No tiene nada que ver con los “Clubs” españoles de carretera. Es un Club de vacaciones. Con bungalows turísticos hacia el mar. 280 Dirhams (28 euros). Compro. Pongo el despertador a las nueve. Me acuesto y doy unas cuantas vueltas en la cama. He hecho 1.600 km. Lo más difícil ya ha pasado. Seguro que llego mañana a Ceuta. Me acuerdo de la rueda en la cuneta y de las curvas. La verdad, para ser músico, mira que me gusta conducir. Es lo último que pienso. El trópico ya está lejos. Parece cosa de otro día.