He llegado al lugar soñado.  Un lugar desierto, con el marliso como un campo de fútbol de primera, con las mismas rayas del cortacésped, en forma de diferentes verdes, repartidas de forma caprichosa. Sinfin de franjas paralelas, una hacia aquí la otra para allá. Paralelas que se cruzan entre ellas. Verdes salpicados bajo el leve rizo de la superficie del agua, que uno sabe que se mueve porque suena un ligero chapoteo al subir y bajar de la roca. Un casi escalón natural para descender.

No hay nadie, me desnudo, y me quedo mirando el mar un buen rato, con miedo. No hay nadie alrededor, no se ven tampoco animales, hasta que  un cangrejo que sale del agua me hace dar un respingo.

Estoy en el lugar soñado. Sé que en cuanto me tire y nade, moriré de placer, pero no me atrevo a tirarme. Sé que me tiraré, pero no estoy cómodo.  Siempre busca uno el lugar soñado, la soledad frente al mar, ni un ruido, ni una persona. A lo lejos, mirando hacia atrás veo un campo de frutales. Al otro lado del golfo, invernaderos. Por delante, el Mediterráneo, mi piscina particular.

Me da miedo no poder salir, me da miedo que de la nada salga una ola gigante empujada por Poseidón que me empotre contra las rocas y,  sobre todo, tengo un miedo difuso, inconcreto. Y me duelen los pies. El único inconveniente del lugar idílico es que la roca no está bien pulida y me duelen los pies. Necesito encontrar una piedra para sujetar algún tipo de calzado en la orilla para poder ponérmelo para trepar por la roca. No tengo calzado con el que nadar.

Encuentro la piedra, sin prisa, desciendo por el escalón natural con el calzado puesto y cuando ya tengo medio cuerpo dentro del agua dejo el calzado al borde del mar sujeto con la piedra. Es casi un embarcadero con escaleritas naturales. ¿De qué me asusto? Querría venir a vivir aquí, a bañarme a este lugar que existe todos los días del mundo y que nadie ve casi nunca. No es posible que este lugar no exista para nadie. Necesito construirme un pequeño chamizo o un caserón de lujo en esta parcela y venir a vivir. Es mi sitio preferido, pero estoy parado con el agua ligeramente por encima de las rodillas, con la alfombra verde en el fondo.

Hasta que me tiro. Y nado. Y nado. Y doy la vuelta y hago el muerto y vuelvo a dar la vuelta. Me gustaría convertirme en delfín para jugar con el agua, saltar y hacer cabriolas. Mi piscina particular está a la temperatura perfecta, con el agua muy salada para nadar sin esfuerzo y flotar. Una vez rota la superficie, entro y salgo varias veces. Si el suelo no doliera en los pies, me podría tirar de cabeza una y otra vez, pero no puedo impulsarme y me tengo que dejar caer. Hay profundidad suficiente como para no romperme la cabeza, pero tras probarlo prefiero descender por la escalinata. Mi parcela necesita dos arreglos. Una madera para tumbarse y otra de trampolín.

Digo que me gusta el riesgo. Miento. Me ha costado mucho decidirme en el paraíso. No parecía posible tanto idilio. Y lo era.

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FOTOS.Pongo fotos, con el pie de foto correspondiente. No tenía cámara para hacer foto desde el agua.

 

Creta. Vista a la izquierda desde mi parcela.

Creta. Vista a la derecha desde mi parcela.

En mi parcela. Vista de frente con mis pertenencias. Llegué al lugar en moto de enduro de alquiler y a pie. El casco, la cazadora y la mochila son mi bandera de colonizador.

Esta es la vista de Creta que tengo tumbado desde mi parcela. Me acompaña el sonido de los remolinos del mar en la pequeña poza que tengo delante y el oleaje contra las rocas.

Desconozco la ley de costas griega pero, si me dejan, yo me quedo a vivir en esa esquina. Mucho frío tendría que hacer en invierno como para que no me compensara a cambio de tres días de verano con los delfines.