La transición del verde al rojo de los semáforos de Madrid dura menos de tres segundos. He cronometrado cinco semáforos diferentes. En todos el tiempo del ámbar me ha dado entre 2,8 y 2,9 segundos. Pongamos, para hacerlo fácil, que el naranja dura 3 segundos exactos. Pero ni siquiera llega.

A 50 kilómetros por hora un coche recorre 42 metros y esa es la distancia en la que hay que detener el coche una vez se pone el semáforo en rojo. En principio, no debiera ser problema. Pero hay que tener en cuenta cuatro factores más.

Uno, que el conductor no sabe si está a 45 metros, a 40 o a 35 metros del semáforo por lo que duda de si mantener la velocidad y pasar en naranja o de si pegar un fuerte frenazo y detenerse antes de la línea.

Dos, que al conducir en ciudad no estás siempre mirando fijamente el semáforo. El tiempo de reacción del conductor puede ser elevado, porque hay que mirar otros coches y estar constantemente pendiente del entorno. Mirar sólo el semáforo sería más peligros que saltárselo en rojo. Según la revista de la DGT, el tiempo de reacción del conductor en condiciones normales es de entre uno y 1,5 segundos. En ciudad, ese tiempo puede ser muy superior, porque los conductores tienen que atender a muchos elementos en su zona de visión. (Pueden quedar para la frenada 1,5 segundos y 20 metros)

Tres, que cuando un conductor ve que el semáforo está en ámbar no sabe cuánto tiempo lleva en ese color, por lo que si le pilla cerca del paso de peatones tenderá a pegar un frenazo brusco.

Cuatro, que antes de pegar un frenazo fuerte debiera ser imprescindible mirar por el retrovisor y ver a qué distancia circula el coche o la moto que uno lleva por detrás.

En definitiva, que todo depende de a qué distancia del semáforo cambie la luz a ámbar. Si es a más de 50 o 60 metros no hay problema, pero como sea entre los 45 y los 30 metros, la exigencia para el conductor es elevada.

Ejemplo:

Circulaba yo por la calle Bravo Murillo de Madrid con una moto situada muy cerca de la parte trasera de mi coche. La tenía controlada por el retrovisor, pero de pronto me he encontrado al volver a mirar al frente, ya muy cerca del paso de peatones, que el semáforo acababa de ponerse en naranja. Acababa, porque unos instantes antes de mirar por el retrovisor estaba en verde.

Mi velocidad de circulación era de alrededor de unos 40 km/h en esa calle de dos carriles, en la que hay muchos cruces y los coches se detienen en ellos para girar. Los carriles son estrechos y los coches situados al lado están cerca, por lo que es obligatorio circular con atención y mirar continuamente en todas las direcciones.

Al ver el semáforo en naranja, además de la duda y de mi tiempo de reacción, el cuerpo y la mente me piden frenar, para evitar la multa. El motorista que llevo pegado detrás, me tienta a no frenar, pero la posibilidad de multa (cuatro puntos) pesa más y freno.

A la vez que freno, tras las dudas, doy un pequeño giro al volante para apartarme de la trayectoria de la moto, que va pegada a mi lado derecho del coche. Piso la doble línea continua central, para dejarle más espacio a él, y que pueda frenar o saltarse el semáforo, lo que le parezca.

Aun así, el susto al ver que yo frenaba no se lo ha quitado nadie. Cuando ha parado movía la cabeza con reprobación por mi maniobra. He bajado la ventanilla y le he dicho:

—Lo siento, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

—Pues antes de pegar un frenazo así, sáltatelo— me dice.

—Ya, pero si me lo salto me ponen una multa. Me he orillado a la izquierda para dejarte sitio. Te tenía controlado, pero si no quiero multa tenía que frenar.

Creo que lo ha entendido. Él iba demasiado pegado a mí, pegado al lado derecho del coche para cambiar de carril ante la mínima oportunidad. Es habitual entre los motoristas. Pero los coches también vamos muy pegados porque a 50 km/h lo normal es ir juntitos, porque de lo contrario colapsaríamos todo el espacio urbano con nuestros coches.

A estas alturas de mi vida me han quitado ocho puntos por saltarme dos semáforos de Madrid en rojo. En un caso, iba con una furgoneta de alquiler cargada y cuando se puso el semáforo en naranja, en la bajada de la Avenida del Mediterráneo, decidí acelerar. Prefería perder cuatro puntos que pegar un frenazo salvaje con la furgoneta cargada. No sabía si estaba a 40 metros o a 50 del semáforo. No sabía si cruzaría en naranja o en rojo. Crucé en rojo.

En la otra ocasión, llevaba el coche vacío y podía haber frenado a saco, como en la calle Bravo Murillo con el motorista, pero no lo hice. No lo hice porque los frenazos bruscos son muy peligrosos en ciudad.

Confieso que yo soy especialmente patoso con las señales y los indicadores. Conduzco mirando el entorno, mirando a las personas que están en las aceras, a los coches que están alrededor, a si sale un coche de un cruce, en lugar de mirar constantemente a los semáforos y a las señales. Los semáforos y las señales también los miro, pero como un elemento más del entorno que me envía información. Soy carne de multas y tengo poca solución.

Dicho esto, una vez confesada mi ineptitud, creo que el color naranja de los semáforos de Madrid dura demasiado poco. Estoy convencido de que si la duración del ámbar fuera de cinco o seis segundos, el tráfico en la capital sería mucho más seguro, aunque adivino que recuadarían menos por multas. Debe de ser la única contrapartida negativa.

Tengo la sospecha (preguntaré para enterarme, pero no sé si obtendré respuesta), de que hace unos años el periodo ámbar duraba más, pero desde que en el Ayuntamiento empezaron a poner cámaras y a multar por saltarse los semáforos el tiempo del naranja ha sido reducido. Es posible que sea sólo una sensación, pero en cualquier caso, una mayor duración para esa transición del naranja al rojo sería muy beneficiosa para todos.

Una petición añadida.

Les agradecería que me contaran cuánto dura el ámbar de los semáforos de sus localidades. Lo pueden poner en un comentario o escribirme a teletransporte@km77.com

Muchas gracias