El argumento con el que todos mis amigos discuten mi teoría de que es imprescindible buscar mecanismos para despedir a las personas menos productivas de las empresas es el mal uso que harían los «malos empresarios» de esa posibilidad.

Yo argumento que es imprescindible poder despedir sin coste para la empresa a los trabajadores que no trabajan, que trabajan mal o que no son productivos. Además, sostengo que las personas en paro (lo verdaderamente débiles en esta situación) deben poder competir cada mañana en igualdad de condiciones con las personas que llevan varios años ocupando un puesto de trabajo. A mi juicio, las indemnizaciones por despido no son tanto una protección frente al «capital» como un blindaje frente a los parados, que están dispuestos a trabajar por menos dinero.

El argumento siempre en contra siempre es el mismo. Los malos empresarios se aprovecharían de esta legislación para despedir a quienes les cayeran mal, a quienes no se dejaran explotar, a quienes…

Es posible que eso ocurra. Pero, ¿son esos motivos suficientes como para legislar de esta forma? Quiero decir. ¿Tiene sentido legislar para protegerse de los malos empresarios en lugar de legislar pensando en los buenos empresarios?

Si legislamos para proteger al trabajador de los malos empresarios, estrangulamos la posibilidad de una economía fresca y abierta. Pensamos y legislamos para frenar la argucia y contraargucia, descendemos a la rebaba de la ley y a sus pequeñeces. Legislamos de forma mezquina y convertimos nuestra economía en una mezquindad.

La legislación laboral española promueve una economía de aliento corto, empobrecedor.

En cambio, si abrimos las puertas, buscamos nuevos horizontes, si pensamos en legislar para dar buenas herramientas a los buenos emprendedores, en lugar de para embridar a los malos, finalmente, esos buenos emprendedores aparecerán, competirán con amplitud de miras y barrerán del mapa a los empresarios de trampa y guiño.

Podremos contratar sin mirar las esquinas de la ley, nos atreveremos a fomentar el riesgo, mejoraremos en competitividad y posiblemente, algún día, si conseguimos utilizar esas buenas herramientas, la economía crecerá y disminuirá el paro.

Luis Ángel Rojo, ex gobernador del Banco de España, hace ya quince años, llamaba a la economía española la economía suflé, por la velocidad a la que se inflaba y desinflaba. Es una economía suflé, pobre, llena de pequeñeces y dobles fondos, triste y apolillada. Una economía que arrastra desde el franquismo intervencionismo y falta de aire fresco.

Yo estoy convencido de que esta legislación laboral rastrera, que protege al empleado frente al parado, al fuerte frente al débil, es en buena parte responsable de esta economía acomplejada y débil.

O nos atrevemos todos a competir con las puertas abiertas o el paro nos seguirá royendo el dobladillo mientras avanzamos apoyados en una muleta oxidada.

Es posible que los malos empresarios sean uno de los motivos para que hayamos llegado a esta situación. Pero, si seguimos con estas leyes escritas por el miedo, no habrá forma de que consigamos que desaparezca este tipo de empresarios, que se desenvuelve perfectamente en el magma de la mezquindad.