Digo en un texto que escribí ayer:

«Pongamos que lo que distingue a las personas de izquierdas sea ayudar con más ahínco a los que menos tienen. Supongamos que los de derechas son menos solidarios y les importa una hortaliza los que menos tienen.”

Y escribe Ferrer:

«Es decir, los de izquierdas son unos tipos majísimos y los de derechas unos cabrones?»

Mi respuesta a ese interrogante de Ferrer la escribo a continuación.

¿Buenos o malos según qué? ¿Qué precepto clasifica a unos como buenos por preocuparse por los débiles y a otros como malos por no preocuparse? ¿Qué juez dice que somos buenos o malos por defender unas ideas u otras? ¿Por qué principio es mejor la persona que defiende a los pobres que a los ricos?

Mi ideología se sustenta en que a una sociedad le conviene defender a los más necesitados porque cuanto mejor vivan ellos, mejor vivirá el resto. Esta ideología no se basa en una cuestión de buenos y malos, sino en puro egoísmo. Yo viviré mejor y quienes me rodean vivirán mejor si nadie pasa hambre a nuestro alrededor, si todos tienen cubiertas sus necesidades básicas, si quien vive en mi ciudad y en mi país es razonablemente feliz.

Me parece necesario que despojemos las ideologías de adjetivos morales inventados. No hay leyes ancestrales que digan qué es lo bueno y lo malo, ni justicia universal, ni justicia social universal, aparte de la que concretemos en leyes acordadas por todos.

Es igual de legítimo y válido defender una menor protección a los pobres porque ese dinero destinado a personas que no producen es un despilfarro para la sociedad, que no repercute en el bienestar general de quienes más se esfuerzan. También es legítimo defender que no podemos malcriar a los pobres, que se convenzan de que la caridad es voluntaria y de que nadie está obligado a ayudarles. Buscar herramientas para que adquieran la certeza de que tienen que espabilarse si quieren comer y no pasar frío es tan defendible como la ideología de quien apoya que se les mime y cuide por encima de todo.

No hay ni buenos ni malos universales, menos por pensar de una u otra forma. Especialmente porque no hay nadie que pueda emitir ese juicio. No hay un juzgador superior que diga lo que es bueno o malo, más allá de la voluntad de la sociedad.

Es posible tener una ideología u otra por egoísmo, como es mi caso, o para que te quieran más las personas que te rodean, o por fe en una ley natural, por ganarse el cielo o porque te quiera la persona a la que adoras. La sociedad ideal que uno pretende, la que conforma lo que denominamos ideología, se puede dibujar de muchas maneras diferentes. Todas igual de legítimas.

Por ese motivo es difícil de entender que las personas se enfaden con quienes tienen ideologías diferentes. ¿Quién tiene una ideología diferente, el otro o yo?

La diversidad de ideologías es enriquecedora y nadie es mejor ni peor que otro por tener una ideología u otra. Por ese motivo, no entiendo que las personas tengamos reparos en decir lo que pensamos por si molesta a los demás.